De “regreso” a la realidad-real, aunque siempre estamos allí, muchas veces se vive la ilusión de la fuga y nos encanta hacerlo vía el buen vivir, pasarla bien, estar contento y satisfecho, normalmente se le ha llamado “felicidad”. Ya Aristóteles lo hizo, hace más de dos milenios, y se vino repitiendo hasta convertirse en los últimos tres siglos en creencia dominante: en derecho individual y colectivo por excelencia, de allí la proliferación de todo tipo de “recetas” para lograrlo. Lo respeto y creo que es para la humanidad contemporánea, natural e inevitable, pero como creencia que determina conductas colectivas, es sumamente peligroso, ya que cancela de hecho nuestra condición de seres sociales y la obligación política del Bien Común, el interés-general, que nos incluye. Y aquí está el problema, “satisfechos” nos volvemos “idiotas”, su significado original (quién sólo se ocupa de sí mismo), sólo cuando nuestros intereses, de cualquier tipo se ven afectados, reaccionamos y obligados por la necesidad, nos acordamos de lo público.
Y no otra cosa es la política. Interés y necesidad, como seres sociales, de asumir nuestras obligaciones y responsabilidades como ciudadanos. De allí la irresponsabilidad de dos frases frecuentes: “no soy político y de política solo saben y la hacen los políticos”. Confundiendo un “saber”, la política, y un “hacer”, el político. La política, como oficio y actividad, siempre y en todas partes, no importa los ideales y motivos que se proclamen, ha sido competencia y lucha por el gobierno, es decir, el poder. La preeminencia y dominio de un grupo social. Llámese clan, tribu, reino, nación, imperio, etcétera. Y su motivación psicológica principal es el prestigio, la fama, el dinero, el poder, “el que manda”. Resumiendo: codicia, ambición, vanidad. A toda sociedad, siempre la amenazan dos riesgos desmovilizadores y que nos anulan políticamente. La verdadera anti-política, cuando estamos “satisfechos” y cuando tenemos “miedo”. En el primer caso nos manipulan con “promesas” (típico en los procesos electorales) para que sigamos o logremos nuestros “deseos” y necesidades o anhelos de mejoría. Esto hoy tiende a llamarse populismo con el demagogo de siempre y la demagogia adecuada a cada sociedad. El otro gran riesgo de la anti-política es el miedo colectivo, la masa que anula al individuo como ciudadano (responsable de su propio destino y del colectivo, como seres libres y comunitarios que somos), de aquí surgen los dictadores y tiranos conocidos y por conocer, los vengadores de nuestros rencores, odios, miedos y frustraciones. A cambio de “seguridad” y “venganza” le entregamos nuestra libertad. Como ejemplo cercano, los bolcheviques le prometieron a los rusos “venganza y paraíso”. Hitler a los alemanes “venganza y dominio del mundo”; Mussolini a los italianos, que los devolvería al poder y al esplendor de la antigua Roma imperial (de allí viene la palabra fascismo, de “fascio” un símbolo romano). Hitler utilizó la vieja y mesiánica ideología de “raza superior” y los comunistas la novedosa “teoría” de la lucha de clases (inspirada en Marx por Hegel y su teoría o metáfora del “amo y el esclavo”) y el mesianismo judaico de Marx, del proletariado como el mesías-liberador de su esclavitud y la tierra prometida. La dictadura del proletariado y la etapa socialista (la travesía del desierto) como etapas previas a la “tierra-prometida” (el comunismo). Otro ejemplo muy cercano es el malhadado régimen que nos viene atormentado. Una sociedad rentista que quería seguir siéndolo, cómodamente, que le dieran “todo” sin mayor mérito y esfuerzo. Teníamos un siglo oyendo y diciendo que “éramos un país rico” y de alguna manera, gracias a la renta petrolera, lo “vivíamos”, cuando se empezó a avizorar que no podía durar nadie hizo caso, y a quienes nos lo advertían los llamamos “profetas del desastre”. Cuando lo inevitable llegó salimos a buscar al demagogo ilusionista infaltable de nuestro propio pasado (cuando una sociedad se extravía, o “enferma”, siempre mira atrás) para prometer la infaltable venganza y el nuevo paraíso. Lo grave no es lo que ha pasado, sino si ha habido o no aprendizaje.
Todo lo dicho surgió de la inquietud por la encerrona obligada del coronavirus. El miedo como emoción dominante y la “desmovilización” psicológica, frente al régimen, y a su responsabilidad en cuanto a la precariedad del sistema de salud, prevención y problemática en general.
Encerrados en nuestras casas, asustados, sin suministro de agua por meses, con racionamientos eléctricos variables y “bajones” permanentes. Inmovilizados (no hay gasolina). Incertidumbre permanente en cuanto a alimentos, medicinas, educación, empleo, etc. La política nunca fue más necesaria. La opinión crítica no complaciente. Denunciar el discurso y la cultura del miedo. Vueltos a la realidad-real nunca más urgente y necesario que el cambio de gobierno y una transición democrática, práctica y eficaz, como la pidió el mismo Papa.