El resultado fue de doble factura. Por un lado, la detención de los treinta y un responsables principales de las manifestaciones -acusados como “enemigos de la sociedad y del orden establecido”-, terminó en el juicio y sentencia de ocho de los “cabecillas”: tres de ellos fueron a prisión y cinco condenados a la horca. Uno de ellos, Louis Lingg, se suicidó antes de ser ejecutado. Al final, como escribiera José Martí: “les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable”. No obstante, y por otro lado, a partir de aquel terrible momento, las víctimas de la protesta por la defensa de los derechos laborales fue ganando cada vez mayor consenso hasta convertirse en un movimiento mundial. El propio gobernador de Illinois, John Altgeld, declaró que aquellos trabajadores habían sido “víctimas de un complot de los empresarios, los tribunales y la policia”. A finales de aquel infausto mes de Mayo, las empresas accedieron a otorgarle a sus trabajadores las ocho horas de jornada laboral exigidas. Y cabe señalar el hecho de que ninguna de las reivindicaciones que hoy día disfrutan la mayoría de los trabajadores ha sido gratuita. Más bien, ha sido la unidad, la organización y la constancia en la lucha de la fuerza laboral la que, como resultado, ha conquistado las reivindicaciones que hoy día son percibidas como si siempre hubiesen existido. Los derechos no nacen, se conquistan.
Mucho de aquella fuerza originaria ha perdido en el presente el movimiento laboral. La cada vez mayor burocratización, la transmutación de legendarias organizaciones sindicales en auténticas agencias de colocación y, en el peor de los casos, en “empresas” para la defensa de los intereses de unos cuantos “dirigentes gremiales” corrompidos, o, incluso, incondicionales al servicio de los intereses de determinados regímenes, ha terminado por desvirtuar las glorias de otros tiempos. Rescatar las organizaciones de los trabajadores en función de sus justas reivindicaciones, es una tarea pendiente, que sólo puede surgir de sus propias entrañas. Más que una efeméride, una vana curiosidad de la historia, los sucesos de Haymarket Square deberían motivar la reflexión de más de un luchador sindical.
@jrherreraucv
José Rafael Herrera es Profesor Titular en el Escalafón del Personal Docente y de Investigación de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas. Licenciado en Filosofía (1983) y Doctor en Ciencias Políticas (1998). Fue Director de la Escuela de Filosofía de la UCV; Rector de la Universidad “Rómulo Gallegos”; Director de Cultura de la UCV. Ha publicado siete libros, dedicados a temas y problemas relativos a la Filosofía de la Praxis, la Dialéctica y el Historicismo filosófico