Frecuentemente olvidada, los venezolanos tenemos una larga historia acumulada de oposición, resistencia y lucha contra las dictaduras, Quizá la más exaltada y sistematizada, vista desde los más variados ángulos, aunque falta mucho por hacer en términos historiográficos, corresponde a la llamada década militar del veinte.
Derrocado Gallegos, al principio, hubo desacuerdos entre las principales organizaciones políticas, pero – luego – la fraudulenta constituyente perezjimenista sinceró una cruda y amarga realidad que, finalmente, condujo a la unidad real, leal y eficaz para responder adecuadamente a la coyuntura de finales de 1957. Por supuesto, hubo infiltración del régimen en las filas opositoras, pero no sabemos de delaciones que comprometieran decisivamente el empeño y desempeño de la Junta Patriótica; negociaciones y, mucho menos, negocios comerciales de sus miembros con el poder; y, aprendida la lección de Boca del Río (1952), por ejemplo, tampoco acciones unilaterales y temerarias que empañaran la deseable y honesta articulación de los esfuerzos.
Forzada la unidad, ésta fue probada en las tareas clandestinas y semiclandestinas que se adelantaron y, por muchas diferencias ideológicas que hubiese, la dirigencia de los más disímiles partidos, compartieron alegrías, sudores y lágrimas para hermanarse en una experiencia tan extraordinaria de solidaridad, aunque fuesen distintos los caminos a tomar después y muy después. En el propio y realmente forzado exilio que a muchos les tocó vivir, se reconocían y respetaban, generando una perdurable relación de afectividad que la sola circunstancia de hallarse lejos de la patria suscitaba; y, además, hay testimonios del mutuo y módico auxilio económico que pasaba por encima del sectarismo político u otra segregación que desconociera las excepcionales condiciones en las que se encontraban.
Probablemente, hubo casos en los que algún recurso económico, recaudado con sacrificios, fuese malversado, pero nunca se hizo regla y quienes, dentro o fuera del país, tenía mejores niveles de vida, muy bien se sabía de una ayuda o contribución familiar que no hacía mella en la honradez personal, afianzada una conducta decididamente ética. El propósito común de alcanzar la libertad, se asentaba en una transparencia y probidad que la dictadura jamás desmintió – al menos – convincentemente y, que sepamos, tampoco los historiadores de oficio, siendo absolutamente impensable que el esfuerzo opositor constituyese un modelo de negocios, un modo de vida o la oportunidad para hacerse de recursos ajenos.
No pretendemos una versión idílica de un combate exigente, pero – aceptemos – nada fortuita fue la mística que provocó una tarea que intuyeron o supieron de carácter histórico. Suele ocurrir, vivenciada una época tan extraordinaria, sobre bases tan auténticas se afincó la llamada generación del ’58, añadida una literatura que también dejó un legado de emoción necesario de retomar.