La amenaza de una guerra civil en Venezuela ha estado en boca de sus principales líderes políticos; desde los tiempos de Chávez la amenaza estuvo en los principales diarios y discursos de los dirigentes de lado y lado (del gobierno y de la oposición: aquellos para anunciarlo y los otros para descartarlo). En agosto de 2012, en el marco de la campaña presidencial, Chávez advirtió sobre una eventual guerra civil de ganar Capriles: Luego de un par de meses, volvió a insistir: “hasta las familias ricas, piénsenlo bien, deberían votar por Chávez”.
Siempre -parafraseando a Bobbio- se ha invocado el termino fuerte, la guerra, para lograr el débil, la paz. En el año 2017 el gobierno impuso, abusando del control obsceno que ejerce sobre los demás poderes públicos, una ANC, excluyente e ilegítima, con el fin de “conseguir la paz”, pero los tambores de la guerra interna nunca dejaron de sonar, sino que redoblaron su intensidad.
Con el nombramiento de la junta directiva de la AN y la autoproclamación de Guaidó como presidente encargado escalaron las amenazas del conflicto interno. Los peligros de una confrontación no pueden ser descartados: por un lado, el gobierno sigue sin dar señales de querer avanzar hacia un acuerdo que permita, a través de las instituciones, todas severamente debilitadas, superar las diferencias políticas para conducir al país hacia la recuperación social y económica. Por el otro, el extremismo opositor sigue tejiendo su política sobre sus antiguos y persistentes fracasos, construyendo escenarios donde el “término fuerte” es protagonista: el conflicto y la violencia.
Vía confrontacional
Los sucesos de Macuto y otras localidades revelan, de acuerdo a tesis ortodoxas de la guerra civil, que se vienen dando los pasos para una confrontación existencial. Un sector opositor que, aun cuando lo nieguen, no puede ocultar que las redes y ayudas externas están fuertemente establecidas. Para éstos la obtención y conquista del poder pasa por la generación de violencia horizontal, siempre dirigidas a sus adversarios y actuaría, según John Keane, sobre “el sistema nervioso de la estructura de poder del enemigo, es decir, las élites gobernantes, los centros de comunicación y transporte y las industrias de mayor importancia estratégica.”
No fue acaso la Operación Gedeón vinculada con el fracaso del desembarco en Macuto y Chuao – ¿fracasó? – esa fase dos que culminaría con una serie de levantamientos en distintas zonas del país, desarrollándose un conflicto armado que permitiría el objetivo principal: la toma del poder. Esa carta jugada por el extremismo, de esas que se resguardan bajo la mesa, puede no ser la última, otros ases hay dentro del mazo que pueden estar tentando a sus promotores.
Los diseñadores de la Operación Gedeón, tropezaron con una complejidad que no estuvieron presentes en otras intervenciones extrajeras. Aquí no estamos en presencia de una fuerza social levantada en armas contra el gobierno de Maduro, sino de un “presidente encargado”, que ni gobierna ni manda, pero es reconocido por un número importante de países y, por otro, un gobierno que cuenta con el respaldo de los poderes públicos y de algunos otros países cuyo peso e influencia no son deleznables. Así, la intervención militar extranjera en auxilio al presidente reconocido termina estando repartida en naciones con intereses diversos en Venezuela. Ya había advertido Michael Waltzer que: “…tan pronto como una potencia exterior viola las normas de neutralidad y no intervención, queda la vía libre para que otras potencias hagan los mismo”.
Esquivar la violencia
Fumar la pipa de la paz siempre será más provechoso y menos doloroso para ambos bandos: el primero, el gobierno, siempre será el responsable ante el orden interno y externo de lo que ocurra en el país. Su fama como gobierno maula, represor y violador sistemático de los derechos humanos son tan enormes que no podrá justificar más derramamiento de sangre. Y, el segundo, el extremismo guaidocista, dispone de muy pocos efectivos nacionales, adiestrados y entrenados, para promover una insurrección y, además, la contratación de empresas y mercenarios para que le hagan la tarea resulta chocante y poco atractiva para muchos de los países que hasta ahora le han brindado respaldo.
A los venezolanos les interesa que sus dirigentes actúen atendiendo al interés nacional y no al interés foráneo. Desde distintos sectores, Oslo, Barbados, Unión Europea, hasta el mismísimo y desaparecido Grupo de Lima, partidos y dirigentes nacionales, Mesa de Diálogo Nacional, han llamado a la búsqueda de una salida, negociada, pacífica y cívica.
Cada fracaso, cada tropiezo en las negociaciones o diálogos son signos de que las cosas no se hicieron bien. En modo alguno significa que el método fuera malo. La democracia no es perfecta, pero es la mejor forma que la humanidad ha conseguido para dirimir sus diferencias y cada vez se insiste en perfeccionarla. El diálogo y la negociación, difíciles, largos y tediosos, siempre será preferible que estar compadeciéndose por el dolor de centenares de familias que pierden a seres queridos en insurrecciones irresponsables.
@LeoMoralesP