La cuarentena, el confinamiento y el aislamiento han logrado un nuevo empuje. El agua falta, y las comunidades se han organizado para que las protestas emerjan de las sombras. La República entera entiende las carencias existentes, se repite el patrón de años anteriores.
Cada día, el asfalto siente el peso de miles y miles que caminan en busca de país, y agua. Cada día, esos cientos de miles de venezolanos llegan a casa con sobredosis de patria y dos botellones de agua, pero con escasez de país.
Las calles huelen a descontento. La desesperanza y la rabia van de la mano caminando las aceras de una República cansada del maltrato. La normalidad no existe, solo el dolor general por la destrucción de lo que alguna vez fue nuestro mapa.
Se escucha el crujido de un país a punto de romperse, otra vez. Las costuras ya no aguantan, demasiados remiendos en veintiún años de dolor.
El país se ha convertido en punto de desencuentro. Solo nos encontramos en las interminables colas de la miseria patrocinadas por el macabro régimen que nos mira desde arriba con aires de superioridad, sin entender quizás, que poco a poco, se están cerrando nuevamente los nudillos y alzando las miradas del país que aún en la más grave situación, no se permite olvidarse de la libertad.
Un grito de desahogo; el reclamo por escasez, las lágrimas de la impotencia, la cacerola en el barrio más alto. Todos gritos de guerra, señales claras de un país dispuesto a luchar una vez más.
El temor ha vuelto a desaparecer, no hay autoridad reconocible. Nudillos rotos y ojos vacíos. En casa, muchos de nuestros guerreros esperando la oportunidad de entregar su vida, una vez más por rescatar la República.
Se encienden focos de protestas, se respira tensión. Nos acercamos, una vez más, al quiebre de nuestro aguante, al retorno de nuestra lucha. El país está preparando una embestida, otra vez.
@AlvaroJardim99