Después de pasar dos meses sin recibir agua corriente en su casa a las afueras de Caracas, Mara Loyo almacena el líquido donde puede: ollas, sartenes e incluso cucharas.
Los venezolanos han sufrido durante mucho tiempo el deterioro de los servicios públicos en medio de un colapso económico que ya lleva seis años. Ahora, la escasez de agua corriente en todo el país está empeorando justo cuando la propagación de COVID-19 aumenta y la higiene es más importante.
Loyo, una dermatóloga de 47 años, y sus vecinos en Terrazas de Guaicoco, a unos 20 kilómetros al este de Caracas, protestaron a fines de mayo cerrando una vía tras dos meses sin recibir agua y pidiendo la restitución del servicio o el envío de una cisterna. Loyo sabe que es un solución temporal y que incluso cuando recibe agua corriente, su calidad es dudosa.
“Estoy consciente que me baño con barro”, agregó Loyo.
En la raíz del problema con el agua hay una mezcla ya conocida por especialistas de otras áreas en crisis en Venezuela, desde el petróleo y gas, hasta electricidad y comunicaciones: años de falta de inversión y mantenimiento, carencia de personal especializado y corrupción.
El régimen de Nicolás Maduro dijo que las más recientes fallas en Caracas fueron por un “sabotaje” ocurrido a mediados de mayo al quemarse un panel eléctrico que controla el bombeo en uno de los embalses que alimentan a la ciudad.
La respuesta del gobierno fue entonces anunciar la importación de China de 1.000 camiones cisternas con capacidad de 30.000 litros de agua cada uno.
Caracas consume cada día 20.000 litros de agua por segundo, pero actualmente solo recibe unos 8.000 litros por segundo, dijo Norberto Bausson, quien fue vicepresidente de 1992 a 1999 de la estatal Hidrocapital, que suministra agua a la región capital.
Ni los recientes aguaceros que elevan el nivel de los embalses ni las cisternas, dijo Bausson, resolverán el problema de la escasez porque los sistemas de tuberías y de bombeo o no funcionan o lo hacen a medias por falta de repuestos, mantenimiento, a lo que se suma fallas del servicio eléctrico que los alimenta.
El uso de la cisterna “es un servicio prehistórico”, agregó.
En el otro sector de Caracas, en la barriada de Lídice, la gente llena envases de un hilo de agua que cae desde la montaña.
“Esto es demasiado fuerte, la verdad no se lo deseo a nadie”, dijo Clairalis Reyes, de 43 años. “Estamos llevando como la cruz de Cristo a la espalda”, agregó casi sin aliento y sudado por el calor y el esfuerzo de empujar cuesta arriba una carretilla en la que llevaba varios envases de agua.
Las protestas por agua, gas para cocinar o electricidad representaron más de la mitad de las 716 manifestaciones registradas por el no gubernamental Observatorio Venezolano de Conflictos Sociales, en abril, sus datos más recientes.
Un estudio reciente realizado por la Asamblea Nacional, bajo control opositor, encontró que el 73% de los venezolanos dice que recibe un suministro irregular de agua y el 19,6% informó que no recibió agua corriente en los últimos siete días.
Solo 7,3% dijo que recibió agua limpia de forma continua.
El Ministerio de Información no respondió de inmediato un pedido de comentarios.
Un dirigente sindical médico informó que un sondeo de 16 hospitales y centros de salud en Caracas reveló que había escasez de agua en ocho de ellos, dijo en un informe Human Rights Watch y los Centros de Salud Pública y Derechos Humanos y de Salud de la Universidad Johns Hopkins a fines del mes pasado.
Aparte está el tema de la calidad del agua, tanto en Caracas como en otras partes del país, que “no sirve para bañarse, sino para pocetas”, dijo Angela González, exgerente de Planificación de la estatal Hidroven, en los años 90.
La potabilización no se cumple porque no hay insumos como el gas cloro y el sulfato de aluminio, que no se producen en el país en suficiente en cantidad o ya no se importan, agregó.
Bausson, miembro de un comité de asesores técnicos de la oposición, dijo que se necesitarían unos 600 millones de dólares para lograr un suministro estable de agua en dos años.
“Mas nunca hemos visto el agua por el chorro” o el grifo, dijo la secretaria jubilada Aura Pérez, de 57 años, en cuya casa en la barriada Guarataro, al oeste de la ciudad, dijo que no llega el agua desde hace meses, aunque sí han recibido camiones cisternas.
Es una “angustia cómo vamos a hacer para cocinar, cómo se van a lavar los baños, los platos, las ollas, cómo se va a lavar la ropa”, agregó Pérez. “Estoy brava porque no hay agua, pero me siento agotada”, dijo. Reuters