Cuando la NBA organizó una votación para elegir la elección de draft más extraña de la historia, ganó el sexto pick de la séptima ronda, el número 137 de 1977. La elegida fue Lusia Harris, la única mujer seleccionada oficialmente en un draft de la NBA. Fe un 10 de junio. Y, cosas, también un 10 de junio pero nueve años después, en 1986, una mujer jugó por primera vez un partido oficial de una liga masculina. Fue Nancy Lieberman, en la USBL (United States Basketball League), una competición que había nacido un año antes, en 1985, y duró hasta 2008.
Una, Harris, era una afroamericana de 1,91 nacida y criada en Mississippi, donde después del colegió recogía algodón cuando era temporada de cosecha. La otra, Lieberman, se definió a sí misma como “una niña judía, flacucha y pelirroja de Queens”. Solo medía 1,78 y ha seguido siempre vinculada al baloncesto hasta convertirse en una leyenda viviente. Ahora, con 61 años, trabaja en el equipo de retransmisiones de New Orleans Pelicans después de haber sido entrenadora asistente (la segunda tras Becky Hammon) en la NBA, con Sacramento Kings. Lusia Harris, que se dio cuenta de que había nacido demasiado pronto para poder convertir su talento en una carrera profesional en el deporte, tiene 65 años y es profesora en Greenwood, cerca de donde nació y junto a un Mississippi del que nunca tuvo demasiadas ganas de separarse.
En la décimotercera ronda del draft de 1969, San Francisco Warriors escogió a Denise Long, una leyenda de Iowa que creía que realmente podía jugar en la NBA. Pero el comisionado Walter Kennedy se dio cuenta de que los Warriors no iban a contar de verdad en ningún caso con Long y anularon la selección. Desde entonces y hasta ahora, solo una mujer más ha sido elegida, y esa vez con un pick que sí se dio por bueno, en el draft: Lusia Harris, el 10 de junio de 1977, con el número 137 del draft que correspondía a New Orleans Jazz. Una franquicia que estaba a dos años de mudarse a Salt Lake City y que solía equivocarse en casi todas sus decisiones. Un año antes, de hecho, su empeño por firmar a un Gail Goodrich con las piernas ya muy castigadas les había hecho dar a los Lakers una primera ronda de 1979 que acabó convirtiéndose en Magic Johnson. El general manager, Lewis Schaffel, erró con todos los picks anteriores y presumió del golpe publicitario (y nada más) que estaba dando con la elección de Lusia Harris, que nunca se tomó en serio la opción de que un equipo de la NBA contara con ella y ni se presentó al training camp. Por eso y, se supo después, porque estaba embarazada cuando empezó a entrar el equipo, todavía en Louisiana, cerca de las pistas en las que Lusia Harris se había convertido en una sensación.
Allí, en la universidad de Delta State, Lusia Harris había hecho una carrera admirable que por entonces no tenía continuación a nivel profesional. Estaban lejos los primeros años de cierta estabilildad y sostenibilidad de la WNBA, que nació en 1997. Hija de granjeros y décima de once hermanos (otros siete jugaron al baloncesto), toavía cuenta (como Lusia Harris-Stewart, su nombre de casada) que fue elegida en el draft por delante de 33 hombres y que, efectivamente, nació demasiado pronto: solo jugó una temporada (1979-80) con Houston Angels, en la Women’s Basketball League (WBL).
También era demasiado pronto para recibir becas deportivas o para encontrar equipos de baloncesto femenino en cualquier universidad. Eso la llevó al proyecto que estaba poniendo en marcha Delta State, donde en tres años se llevó tres MVP, estuvo tres veces en el equipo All American, firmó un 109-6 en 115 partidos y promedió 25,9 puntos y 14,5 rebotes por encuentro. Decían que era una jugadora parecida a como fue después Karl Malone: reboteaba todo, era rápida de pies cerca del aro y tenía buena muñeca. Que en su equipo bastaba con decir “bolas a Lusia” y que en todos sus partidos se llenaba la pista, con gente apelotonada en la primera fila. En su temporada senior fijaron un partido de su equipo en el Madison Square Garden. Era el primer encuentro de baloncesto femenino en esa mítica cancha, y ella anotó 46 puntos. En su segundo año había logrado que la final universitaria se emitiera por primera vez (aunque en diferido) por televisión. En 1992 entró en Hall of Fame y en 1999 formó parte de la primera generación del Hall of Fame del baloncesto femenino. Su mayor logro fue la medalla de plata en los Juegos de Montreal 1976, los primeros con baloncesto femenino. En ese Team USA también estaba Nancy Lieberman.
Lady Magic: La mejor jugadora de su generación
De Nancy Lieberman decían que era la mujer jugadora que había habido hasta ese momento, cuando fue también medalla de plata en Montreal. Por entonces tenía 18 años recién cumplidos. Un año antes disputó unos Juegos Panamericanos con tres años menos que cualquier otra jugadora del Team USA. Y después ganó el Mundial de 1979, el primero femenino para Estados Unidos desde 1957. Dura de carácter, valiente y concienciada como judía (sus bisabuelos murieron en el Holocausto y sus abuelos paternos llevaban tatuados sus números de identificación en los campos de concentración), fue una personalidad arrolladora que después fue entrenadora y general manager en la WNBA con Detroit Shock, equipo que le firmó un contrato de un día el 24 de julio de 2008 para que se vistiera de corto con 50 años (dio dos asistencias) en una Liga cuya primera temporada había disputado once años antes, ya con 39. Fue la primera mujer en entrenar a un equipo profesional masculino, Texas Legends (el afiliado de los Mavericks en la Liga de Desarrollo), antes de ejercer como asistente en Sacramento Kings.
Entró en el Hall of Fame en 1996 y también fue de la mano de Harris en el primer curso del Salón de la Fama Femenino, en 1999. Y, como ella, también hizo historia un 10 de junio. En su caso en 1986, cuando jugó un partido oficial con Springfield Fame, el equipo de Massachussetts que defendía el título que había logrado un año antes, en el estreno de la USBL (United States Basketball League). Como en el draft de Lusia Harris, muchos vieron en eso un golpe publicitario sin más trasfondo. La propia Liga se frotó las manos, y pensó que Lieberman sería su billete para el ascenso mediático, “algo más grande que Manute Bol”. El sudanés de 2,27, por cierto, se comprometió con la USBL años después pero jamás llegó a vestirse de corto.
Lieberman, sin embargo, siempre pensó que podía jugar con hombres. Se había criado haciéndolo, y había defendido su lugar en los partidos callejeros del mítico Rucker Park: “Llegaba, se burlaban de ella, jugaba y se quedaban boquiabiertos”. Sus compañeros de equipo en aquellos Fame pronto respetaron su tenacidad, su capacidad para superar las desventajas y esa increíble visión de juego que le valió el apodo de Lady Magic (un guiño a Magic Johnson). En ese primer partido (122-107 contra Staten Island) solo jugó unos minutos en el último tramo del primer tiempo, no tiró a canasta y asumió su rol pero se quejó: “Me habría gustado jugar lo suficiente como para romper a sudar”. Antes ya había disputado amistosos, en los que su cuerpo técnico comparaba su intensidad a la de Larry Bird. Su lugar era el baloncesto de competición, por mucho que (malos tiempos para el femenino) hubiera tenido que pasar por los Generals, el rival de los Harlem Globetrotters. Por eso firmó en la USBL por solo 10.000 dólares al año.
Nunca tuvo miedo porque era, en esencia, una chica dura de Brooklyn y una jugadora formidable que había maravillado en su paso por Old Dominion (1976-80), cuando se convirtió en una leyenda del baloncesto de Virginia. Antes tuvo que derribar muchos tabús, también el de su madre, que trataba de quitarlo su pasión de la cabeza pinchándole los balones con un destornillador. También jugó una temporada en la WBL (con Dallas Diamonds) y en Israel. Pero su gran legado como jugadora quedó en la universidad, donde llevaba el número 10 por Walt Frazier y de donde se fue dejando dos récords totales: 961 asistencias y 562 robos. En su segunda temporada firmó un partido de 40 puntos, 15 rebotes y 11 asistencias contra Norfolk State, el despliegue de una jugadora menuda pero salvaje, en el mejor sentido del término, y que había crecido jugando contra chicos. Al baloncesto y también a béisbol y football… jugando y ganándoles, claro, por mucho que fuera solo “una niña judía, flacucha y pelirroja de Queens”.