Nueva York pasó de soltera a viuda en semanas. La cuarentena es global, pero aquí es quizá donde más energía se ha apagado y transformado en caos.
Tristemente, el mensaje mundial que se ha colado entre las mascarillas y el “mantén la distancia” es que todos somos enemigos potenciales. Primero, en la transmisión del virus. Y ahora más allá, mientras tambalea el empleo y las redes sociales toman posiciones extremas entre resentimientos, complejos e improvisación frívola.
Encerrados por meses durante la cuarentena y sin respiro cívico, quizá comenzamos a olvidar los principios básicos de la convivencia, desde saludar hasta ceder el paso, ponerse en los zapatos ajenos o simplemente respetar, porque a veces es mejor estar en paz que tener “la razón”.
En EE.UU. la inquisición está de vuelta. Son años de polvo barrido bajo la alfombra, sensiblerías extremas y draconianas de lado a lado, condenando a la hoguera con la misma ligereza con la que se renueva el celular o la camioneta.
Hoy se oyen estereotipos crueles como el del virtual próximo presidente liberal Joe Biden, sugiriendo que no puede haber “negros votando por Trump”, comentario tan racista como los que salen de la bataclánica y narcisa Casa Blanca.
Algunos obligan -a sí mismos y otros- a estar en una acera específica para repetir un coro, forzados a pensar, vestir, peinarse y actuar de cierta manera. Es como volver a los peores días de la segregación, cuando el acceso a asientos o baños iba por el tono de la piel.
¿Y cuál es el discurso de líderes como los Obama y Oprah Winfrey cuando su país más los necesita? Responsables y valientes han sido esas voces afroamericanas no célebres que han pedido que no los manipulen con falsos mártires y que si vamos a hablar de homicidios y brutalidad, habría que ir a la raíz y los números, porque el verdadero “password” es que sin educación no hay justicia. Y eso no se corrige con panfletos histéricos que promuevan separación, insultos y más (auto) discriminación.
Caracas y Nueva York están compartiendo más que un código telefónico (212). Venezuela nunca se recuperó de los saqueos de 1989, seguidos por intentos golpistas, anarquía, barbarie y una afeitada sistemática de la institucionalidad. Allá se ha perdido hasta el derecho a ir al baño… y no por la raza, sino por falta de agua, papel y, sobre todo, comida.
La “nueva” Nueva York también ha entrado en un descenso peligroso. Es una gran funeraria: las luces se han apagado, las vitrinas ahora son tablones, cual féretros. El miedo, la mendicidad y la pobreza avanzan, los profesionales huyen, las calles muestran zombies con audífonos y mascarillas, faltos de sol y de abrazos. Lánguidos, como viviendo un día a la vez, sin planes.
¿Se recuperará del ultraje y tendrá mejor suerte que Caracas? Si no, aquí también anhelaremos como Chico Buarque: “Después de perderte, te encontraré seguro. Quizás en un momento de delicadeza. Donde no diremos nada. Nada pasó. Sólo te seguiré, como encantado a tu lado…”
Andrés Correa Guatarasma es corresponsal y dramaturgo venezolano residenciado en Nueva York, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario (NYC) el 12 de junio de 2020