Si hay una jugada icónica de la NBA, esa es la volcada. También conocida como dunk, slam, slam dunk, mate, hundida, donqueo o clavada. Aunque hoy el tiro de tres puntos sea el emblema del nuevo juego, enterrar la pelota en el aro representa exactamente todo lo que define a la mejor liga del mundo: la espectacularidad y la explosión, incluso muchas veces sumadas al virtuosismo, la creatividad y a una estética que mezcla lo físico y lo técnico. El resultado de la capacidad atlética, de la potencia, de la velocidad, de todos los atributos, sobre todo físicos, que tiene el jugador emblema que llega a la NBA. Hablamos de atletas fuertes, plásticos en su andar, que uno puede disfrutar surcando la cancha con la rapidez de un petiso y volando hacia el aro para definir con ferocidad y, a veces, hasta elegancia.
Una jugada que, si bien vale dos puntos, a veces significa mucho más. Una acción que tiene un trasfondo emocional, emotivo, que demuestra fortaleza, reacción, que sube la confianza del protagonista y sus compañeros, y que también levanta al público de sus asientos, que lo despierta de un posible letargo… Una gran volcada, en un momento clave, es capaz de cambiar un desarrollo de un partido. O de empezar a cambiarlo. También puede quedar en la historia. El autor y lo que generó en ese particular momento. Como es la acción marca registrada de este torneo, hay cientos de volcadas que han quedado en el recuerdo y algunas de las cuales han trascendido décadas en la memoria colectiva de los fans. En esta nota vamos a repasar la historia, aquellas que quedaron en la memoria colectiva y los protagonistas que elevaron esta acción hacia el firmamento de las estrellas.
La volcada es casi tan vieja como el juego mismo, aunque no hay precisiones de cuándo fue la primera. Luego de que James Naismith, un canadiense de 30 años, inventara el deporte en un colegio de Springfield allá por 1891, el juego empezó a desarrollarse hasta que, se cree, entre 1910 y 1920 los jugadores comenzaron a intentarla. Algunos informan que, a principios de la década del 10, Jack Inglis concretó la primera. Con ayuda del aro, eso sí… El jugador saltó a un costado del aro (sin tablero en la época), se sostuvo del mismo con una mano mientras que, con la otra, agarró un pase de un compañero y la enterró, dejando atónitos a los rivales. Lo cuenta el autor Bill Gutman, pero la acción no está documentada.
También existen reportes periodísticos de volcadas en los primeros años de la década del 30, aunque en la historia quedó el estadounidense Joe Fortenberry, el capitán del equipo estadounidense que logró el oro olímpico en Berlín 1936, en el debut olímpico del básquet. El ala pivote de 2m04 se ganó el privilegio de ser el primero en realizar un dunk más tradicional en un partido oficial. “Fortenberry, igual que uno de sus compañeros, no usa el tiro ordinario. Se eleva del piso, alza la pelota y la deposita en el aro, como un cliente en una cafetería hunde el pan en el café”, describió el periodista Arthur Daly en un artículo del diario New York Times que le permitió ganar el prestigioso premio Pullitzer.
La jugada, vista como peligrosa en esa época, estaba reservada para los más altos, una clase de jugadores que empezó a aparecer de forma más consistente y terminó de cambiar el juego. A tal punto que los puristas de esos años consideraban que “se estaba perdiendo la esencia del juego, del pase y el tiro. No hay premio para la puntería y solo se busca lanzar la pelota hacia el tablero para que las torres conviertan fácilmente dos puntos”, se escribió en el diario Helena en los años 40. Esencialmente, el enojo se debía a que había demasiadas volcadas e interferencias defensivas, algo que estaba permitido en ese entonces. Justamente, fue Fortenberry el causante de la imposición de esa regla que prohíbe tocar la pelota cuando la parábola del tiro es descendente o está en el cilindro imaginario que se proyecta hacia arriba.
Phog Allen, periodista de Kansas, incluso pidió elevar el aro para que los gigantes no tuvieran tanta ventaja. “Volcarla no es una habilidad, es apenas una ventaja de altura”, escribió en su libro El Mejor Básquet, en 1937. En los años 40 y 50, la acción se popularizó y había jugadores que se tornaban imparables. Como Bob Kurland, un pivote que aprovechaba sus 2m13 para anotar muchas veces con volcadas, lo que generaba el enojo de muchos rivales. Incluso, a los jugadores altos que repetían demasiado la acción, los defensores empezaron a hacerles foules fuertes, a la altura de las piernas, mientras iban en el aire, para desbalancearlos y hasta lesionarlos. Recién en los 60 empezó a dejar de estar mal vista, cuando en la NBA la usaron jugadores dominantes como Bill Russell y Wilt Chamberlain (pivote de 2,16 m que anotó 100 puntos en un partido, promedió 50,4 en 1962 y, como si fuera poco, logró volcadas feroces gracias a que era un portento físico imparable para la época).
Pero ojo, la volcada encontró terreno fértil en la ABA y no tanto en la NBA. La American Basketball Association era una competencia formada por equipos de ciudades más chicas y jugadores que no lograban entrar a la NBA que, para diferenciarse y cautivar a su propio público, decidió apuntar al show y entonces, además de buscar jugadores espectaculares, los motivó para que realizaran acciones distintas, llamativas…
Allí apareció una de las estrellas que marcaron la evolución de esta jugada, que la llevaron a otro nivel y quedaron en la memoria colectiva de los fanáticos. Hablamos de Julius Erving, quien a su impactante capacidad de salto le agregó virtuosismo y mucho estilo para convertirse en un jugador de moda, un vendedor de tickets, primero en la ABA (71-76) y luego cuando pasó a la NBA (76-87)… El alero se forjó en el básquet callejero, puntualmente en el “potrero” más famoso que tiene Nueva York, el mítico Rucker Park.
Allí, en la esquina de la calle 155 y la 8va avenida, en Harlem, este flaco de 2,02 m con look afro convocaba tantos espectadores como los partidos oficiales. La gente quería ver a Julius, solo con ese nombre bastaba para que se improvisaran tribunas alrededor del playground: los aficionados se subían a los árboles o a las terrazas de los edificios aledaños para presenciar el repertorio de Erving: saltos inverosímiles, movimientos nunca vistos en el aire y definiciones acrobáticas. Ahí nació su leyenda y el nombre con el pasaría a la historia, Doctor J, como le decían en la secundaria. En Rucker Park operaba cada noche. Pero no solo ahí. También en partidos de campeonato. Porque, casi en esa misma época, Julius fue figura la de la ABA, ganando tres títulos, cuatro premios MVP y tres veces siendo el máximo goleador. Todo en apenas cinco campañas.
En la última temporada de la competencia, en 1976, se organizó el primer concurso de slam dunk de la historia, con los más famosos volcadores: Artis Gilmore, George Gervin, Larry Kenon, David Thompson y Erving. Doctor J ganó la competencia cuando, en su perfomance de cinco intentos seguidos, impactó a los presentes cuando hizo algo que nadie había visto antes: saltó de la línea de tiro libre y la volcó (sobrado) con una mano. Meses después, el alero pasaría a la NBA, puntualmente a Philadelphia 76ers, donde seguiría dejando su huella con su estilo único que cambió la forma de entender el básquet. Doctor J marcó a una generación entera, incluyendo a un tal Michael Jordan, quien creció tratando de copiar a su ídolo hasta convertirse en una evolución perfecta. Justamente, Erving fue MJ antes de que MJ existiera.
Pero, mientras en aquella época la ABA fomentaba una jugada que se convertía en la marca registrada del nuevo básquet espectáculo, la NCAA la prohibía. Fue en 1967 (y hasta 1978), cuando la organización la sacó de los torneos universitarios. La regla fue conocida como Lew Alcindor (más tarde conocido como Kareem Abdul-Jabbar), el pivote de UCLA que la usaba habitualmente, pero se cree que su habitual uso no fue el motivo principal, sino la salud de los jugadores. Se calcula que cerca de 1.500 estudiantes se lesionaron por querer realizar esa acción espectacular, en parte porque los aros y tableros no estaban preparados para soportar los impactos.
En la NBA, en cambio, la moda slam dunk cobró fuerza. No solo con Erving sino con otros matadores, como Darryl Dawkins, un pivote de 2,11 m que impactaba por su ferocidad. Incluso rompió dos tableros con su volcada típica, el tomahawk (la pelota se lleva hacia atrás de la cabeza y se hunde con el envión clásico de un hacha de guerra), lo que obligó a que la NBA implementara los dispositivos flexibles –tableros se mueven y vuelven a la posición- que existen hasta hoy. A Dawkins le decían Trueno de Chocolate, el Gorilla, el Terremoto y hasta Dunk You Very Much (Gracias por la volcada). Está claro cuál era su principal virtud, ¿no?
Así fue que la NBA, con la visión de un directivo que pensaba siempre en el entretenimiento (David Stern), se dio cuenta que en su torneo sobraban jugadores que podían dar espectáculo e instauró el torneo de volcadas que alguna vez había tenido tanto éxito en la ABA. Así fue que el 28 de enero de 1984, en Denver, se llevó a cabo el primero, con el mismísimo Doctor J y ocho rivales de excepción como el gran Dominique Wilkins, un joven Clyde Drexler, Orlando Woolridge, Michael Cooper, Darryl Griffith, Edgar Jones, la torre Ralph Sampson (2,24 m) y Larry Nance. Este último, un ala pivote de tremendo despegue que jugaba en Phoenix, se impuso gracias a dos volcadas top: en una enterró dos pelotas en la misma acción y en la otra tiró la pelota contra el tablero, la tomó con dos manos y la clavó para vencer al Doctor J en la final. Ambas quedaron en la historia y serían reeditadas en concursos futuros.
Fue el comienzo de una competencia que fue ganando popularidad y tuvo su apogeo en esa década, el punto álgido del esperado Juego de las Estrellas. La siguiente edición se la llevó Dominique, otro de los marcó una era y es considerado al menos como uno de los cinco mejores volcadores de siempre. Un alero de 2m03 con un combo explosivo: poder de salto descomunal, plasticidad impactante y determinación para crear en el aire. Lo llamaban The Human Highlight Film (jugador de película) porque cada acción era espectacular y digna de aparecer en TV. Claro, también fue una superestrella de la NBA por años (promedió 25.4 puntos y 6.7 rebotes en sus 16 temporadas), aunque al no ganar título, pasó a la historia como un entertainer, un anotador feroz y un épico competidor de los torneos de volcadas. De hecho, ganó dos (84 y 90) y fue el gran rival que tuvo Michael Jordan en al menos otros dos.
No son pocos los que piensan que Nique, como le decían, debió coronarse también en 1988, quizás la mejor competencia de la historia. MJ se lo llevó por sus tremendas (e históricas) volcadas, aunque también –argumentan- por estar en casa (Chicago). Wilkins fue ganando hasta el último intento. Pero, en la del final, pese a hacer un giro de 360 grados y una definición a dos manos, le dieron apenas 45 puntos. Y eso le abrió la puerta a MJ, que necesitaba 48 para empatar y 49 para ganar. Ahí ensayó aquel recurso inédito del Doctor J, saltar desde la línea de libres y volcarla con una mano. El primer intento lo falló, pero el segundo lo consiguió, llevándose la ovación del Chicago Stadium y los 50 puntos del jurado que necesitaba para lograr el bicampeonato (recordar cuando pareció pararse en el aire en el 87). Las fotos y videos de aquel torneo, en realidad de ambos ganados por Jordan, son de los más virales y vistos en la historia.
Son las épocas más recordadas, con torneos épicos y ganadores que quedaron en la memoria colectiva. Como Spudd Webb, el tercer vencedor. Un base de apenas 1,72 m que volcó dos pelotas a la vez para imponerse en 1986. Como Dee Brown, otro “petiso” (1,85 m) que se tapó la cara con el codo para volcarla e imponerse en 1991. Como Cedric Ceballos, quien se impuso un año después al enterrarla con los ojos vendados. En 1993 se coronó el Baby Jordan, Harold Miner, un tanquecito volador de 1,95 m, similar a MJ, que luego repetiría en 1995. Isaiah Rider brilló en el 94 y hasta le tocó a los blancos (¡pueden saltar!), cuando Brent Barry la enterró desde la línea de libres y se impuso en 1996. Pero, ya en esa época, el torneo empezó a perder atractivo porque las superestrellas dejaron de anotarse, prefiriendo descansar y no arriesgar su cuerpo. Por caso, LeBron James, Russell Westbrook o Dwyane Wade nunca participaron. Y Kobe Bryant solo lo hizo una vez, cuando estaba en su segunda temporada, en 1997. Lo ganó y dijo adiós para siempre.
El que lo resucitó fue Vince Carter, para algunos el mejor volcador de la historia, incluso por sobre Jordan. Air Canada, como era su apodo por ser casi una aerolínea en sí misma, desplegó un repertorio cautivante en el 2000, cuando hasta dejó la mitad del brazo en el aro en la volcada. Su potencia, elevación, carisma y estilo formaron un combo irresistible. Pero claro, Carter ya no volvió a competir y el concurso volvió a caerse.
Hubo igual campeones valiosos, como Jason Richardson (bicampeón: 2002 y 2003), Nate Robinson (con apenas 1,75 m llegó al Tri: 2006, 2009 y 2010), Dwight Superman Howard (2008) y Blake Griffin (saltó un auto en 2011), pero en general no tuvieron la misma emoción y calidad que antes, sobre todo que en los 80. Revivieron con el gran duelo entre Zach LaVine y Aaron Gordon, quien quedó en la historia como el mejor volcador que nunca ganó un torneo. Lo “robaron” en 2016 y volvieron a despojarlo en la última edición ante Derrick Jones Jr. Dos de sus jugadas serán recordadas por siempre. En 2016 se “sentó en el aire” para pasar por encima de una mascota y, según mediciones, se mantuvo 0.97 segundo en el aire, superando el 0,92 de Jordan en el 88. Su brinco fue de 2,34 m en total, un salto que le hubiese permitido ser medalla de plata en salto en alto en los Juegos de Londres 2012. En 2020, en tanto, pasó por encima de los 2,31 m de Tacko Fall para terminar de recibirse como uno de los tres mejores donkeadores de la historia del concurso.
La mayoría de las grandes acciones que se recuerdan es de estos torneos. Básicamente porque se realizan en el contexto de una competencia, entre los mejores y dentro de un contexto de show, lo que da rienda sueltas a la creatividad, la estética y la espectacularidad. Pero no se puede soslayar que los competidores están solos, sin oposición. En un partido, en cambio, la dificultad es mayor, por eso también hay muchas volcadas que han quedado en la historia. Como aquella del Doctor J a los Lakers en un contraataque, cuando la toma con el antebrazo y la entierra a una mano contra Michael Cooper, en 1983. Sin dudas una de las más icónicas de siempre. Como de Larry Nance (padre) por línea final sobre los 2,18 m de Kareem Abdul Jabbar. O la de Tom Chambers, aquel ala pivote blanco que en cancha abierta pasó literalmente por encima de Mark Jackson (Knicks) y la volcó con dos manos, en enero de 1989. Otro que tiene varias es Shawn Kemp, ala pivote de 2m08 que brilló en los Sonics durante los años 90. Le decían el Hombre Lluvia porque venían desde arriba, con una potencia y ferocidad descomunales. Dueño de –tal vez- una de las cinco volcadas más recordadas de siempre: fue en los playoffs de 1992, cuando tomó la pelota a seis metros del aro y atacó a una defensa de Golden State que se fue abriendo. La terminó enterrando a una mano sobre el centro Alton Lister y con un festejo señalando al caído.
Pero buena parte de las volcadas más viralizadas pertenecen a un jugador, al mejor de la historia. Jordan tiene de todos los gustos y colores. En diciembre de 1986, MJ se la volcó en la cara y con una mano a Tree Rollins, pivote de 2,18 m. Si hablamos de torres que Michael escaló hay que mencionar la histórica enterrada sobre Dikembe Mutombo, uno de los mejores bloqueadores de tiros de la historia. El congoleño de 2,18 m había fanfarroneado en el vestuario del Este en una previa de un Juego de las Estrellas con su invicto sobre MJ. “Nunca me la volcó en la cara”, dijo mientras las otras superestrellas escuchaban y se reían. Jordan lo anotó en su lista de cosas por hacer y pocos meses después atacó la zona de los Hawks y se la enterró en su cara cuando Mutombo apareció para bloquear el tiro. Mike no se olvidó y festejó haciendo la característica seña (“no, no” con el dedo índice) que Dikembe ensayaba cuando metía una tapa. Otra feroz fue ante Alonzo Mourning, pivote que si bien no era tan alto (2,08 m), se caracterizaba por su fortaleza y tenacidad en la búsqueda de tapones. Cuando jugaba en Charlotte, MJ fue directo hacia él, la volcó con la lengua afuera y, con el envión, lo lanzó hacia el piso, fuera de la cancha. Su festejo fue loco: movimientos de brazos y gritos mirando a Zoo, que todavía estaba caído en el parquet.
El 23 también escaló a Manute Bol, jugador más alto de la historia (2,31 m). Cuando el pivote jugaba en Washington, se la enterró pasando por línea final, con el sudanés agachando su cabeza para no recibir el pelotazo… Jack Sikma, centro blanco de 2,12 m, es otro monte que MJ subió, en 1990, tras recibir un pase de Pippen y terminar pasándolo por encima. Hablando de Scottie, el 23 tiene otra enterrada increíble, ante Portland, cuando el 33 falló un libre y MJ vino corriendo de atrás para tomar el rebote ofensivo y volcarla, todo con una mano y ante la sorpresa de los que esperaban el rebote. Existe otra descomunal, ante los Chicos Malos de Detroit, finalizando un contraataque saltando por arriba de un suplente y una, también de contra, ante los Hornets, que finaliza montado casi sobre la cabeza de Kelly Tripucka. Más atrás, en las Finales del 91, hay una impresionante, ante Lakers, volando sobre Sam Perkins. Contra los Cavs la reeditó, bestialmente, también por línea final pero contra dos rivales. Pero no hay ninguna como la que hizo en el Madison en los playoffs de 1991, camino al primer campeonato con los Bulls. Por lo que fue la jugada, por cómo la finalizó y ante quien la terminó… Ante la presión defensiva alta de Knicks, MJ la tomó en un costado y cuando quiso atacar el aro se encontró con dos defensores que le cerraron el paso. Entonces, decidió dar la vuelta y salir hacia el perímetro. Pero era un engaño. Antes de terminar de hacerlo, dio un veloz medio giro hacia la línea final y atacó el aro. Ewing, con sus 2,13 m y brazos larguísimos, llegó para no permitir la volcada. Imposible. Su Majestad se la enterró en la cara con ferocidad: doble y la falta. “Si tengo que elegir una volcada en mi carrera, es ésa”, admitiría después.
Estas diez pueden formar, tranquilamente, el Top 10 de MJ y, a la vez, ser el compilado que se muestre para resumir lo que es la NBA. A Michael le decían His Airness por su capacidad de saltar (la máxima medida en la historia: 1,21 m) y mantenerse en el aire aunque lo suyo fue mucho más: elegancia, estética, una y dos manos (incluso hay varias de zurda), con suavidad o ferocidad, creando en el aire, con acrobacias o contorsiones, esquivando o pasando por encima de rivales. Su repertorio mostrado en cancha fue poco menos que inigualable y él, como volcador, resultó único porque lo hizo no solo en All Star, sino bajo presión, contra todo tipo de rivales (bajos, altos, fuertes y veloces), además de con un estilo y variedad pocas veces visto en una cancha…
Más acá en el tiempo, hubo otros volcadores que marcaron otra era. Vince Carter fue un nuevo eslabón en la cadena de evolución, una mezcla entre Wilkins y Jordan, con una ferocidad distinta, más intimidante y devastadora. Que además de revivir el torneo de volcadas en el 2000, luego repitió esas hazañas en partidos. No tanto como MJ, claro, porque no disputó tantas instancias decisivas ni partidos memorables como Su Majestad, pero algunas han quedado en la retina. Como aquella volcada a Mourning jugando para los Nets. La recibió en la línea de tres puntos, se abrió la defensa y atacó el aro. Y a Alonzo. El pivote llegó al tarde (Vinsanity saltaba muy rápido) y vio como se la enterraba y lo tiraba afuera de la cancha, bastante similar a aquel dunk de MJ a Zoo. Sin dudas una de las cinco volcadas en partidos más recordadas de siempre. También, como MJ, escaló el monte Mutombo. Y lo hizo cuando era rookie…
En 2007, recibió en la línea de tres puntos, superó a Ginóbili y, cuando le salió Tim Duncan, lo pasó literalmente por encima. Hay otro argentino que sale en los highlights de Carter: Chapu Nocioni quedó para el póster en una clavada épica de Vince en 2007. Aunque su año top fue el 2000. No solo por aquel histórico torneo de volcadas. También completó el quizá mejor alley oop de la historia, jugando para los Raptors y en casa de los Clippers: en un contraataque recibió un pase volado un poco atrasado, pero se mantuvo en el aire hasta que tomó la pelota con una mano, corrigió y la enterró. Pocos meses después, en Sídney, llegó la más famosa. No sucedió en la NBA sino en los Juegos Olímpicos del 2000, cuando robó una pelota y, al encarar el aro, se encontró con Frederic Weis parado en su camino hacia el aro. Air Canada pasó por arriba de los 2,18 m del francés y la volcó, en lo que se considera como la jugada más espectacular de la historia del básquet FIBA.
Kobe Bryant, como gran imitador que fue de Jordan, también tiene sus épicas volcadas en partidos, sin el salto vertical de MJ pero con casi la misma técnica, virtuosismo y acrobacias. Quizá la más recordada sea aquella sobre ese portentoso Dwight Howard, cuando el pivote estaba en su temporada de rookie. Así lo recibió a la competencia… LeBron, con menos elegancia pero más potencia y poder, tiene decenas de volcadas feroces. Jugando para Miami, hay dos: una impactante contra Nurkic (Portand) y otra, en Boston, contra Jason Terry, en 2013. Al escolta de los Celtics se interpuso en su camino y dejándolo varios segundos tirado en el piso. Fue como si lo atropellara un camión con acoplado. Para muchos, una de las volcadas más físicas de la historia. También hay otra, jugando para los Lakers, ante el serbio Bjelica de los Kings. Cuando LeBron penetra la zona y va lanzando en velocidad, mejor correrse, incluso hoy a los 35 años…
Hablando de volcadores físicos, nadie como Shaquille O’Neal, quien generó un terremoto en los aros cuando llegó a la NBA, en 1992. De tal magnitud en la escala de Richter que destrozó dos tableros en aquella temporada de rookie, primero en Phoenix y luego en Nueva Jersey. Aquel contra los Nets, en el Meadowlans Arena, sin dudas está en el top 10 de las volcadas más recordadas de siempre, por la forma en que hizo añicos tanto la jirafa como el vidrio del tablero. Hay otra sobre Chris Dudley, en la que se da vuelta en el poste bajo, sube, se la vuelca y lo termina empujando con los brazos fuera de la cancha. Tanta bronca le dio al pivote blanco de los Knicks que le tiró un pelotazo cuando Shaq volvió a defensa.
Blake Griffin fue otro de los grandes donkeadores de esta última época. Puntualmente desde el 2009 para acá. Una enterrada suya sobre Kendrick Perkins, pivote de Oklahoma, fue ubicada tercera en el ranking que la NBA armó de las volcadas de la década (2010-2020). El ala pivote, una mezcla entre Barkley y Kemp, tiene al menos otras dos que son épicas: una contra el ruso Mozgov (2,16 m), en 2010, cuando estaba en los Pistons y, aquella del All Star 2011, cuando saltó un auto para ganar el concurso en Los Ángeles. Blake formó un combo letal con el base Chris Paul en los Clippers. En realidad, fue un trío, porque hay que sumar a DeAndre Jordan. Al equipo lo llamaban Lob City porque parecía que cada vez que Paul la tiraba para arriba (lob) alguno de esos animales podía llegar volando y clavarla de forma descomunal. Batieron el récord de volcadas como equipo en una temporada. Justamente la mejor de la década, elegida por la NBA, fue un alley oop de Paul a Jordan contra los Pistons. Chris tiro el pase volando, el pivote la fue a buscar y, en el aire, enganchó a Brandon Knight (de los Pistons) y se lo llevó puesto camino hacia el aro.
Hablando de volcadores se podría seguir, porque Estados Unidos y la NBA son productores masivos de esta especie. Más difícil es conseguirlo en nuestro país, aunque ha habido quienes se destacaran, incluso en la mejor liga del mundo. Walter Herrmann, quien ganó torneos de volcadas en Argentina (2000) y España (2003), gracias a sus manos gigantes, capacidad atlética y creatividad (ha metido volcadas en malla y vestido de jugador de fútbol, etc). En la NBA, fue más tirador, aunque dejó su sello con penetraciones llevando la pelota en una mano y definiendo con volcadas. Nocioni era un portento físico que, en su momento, en los Bulls, logró un par enterradas muy buenas, aunque la principal de su carrera se la metió a dos NBA, fuera de la NBA. Fue en Puerto Rico, cuando tenía 18 años, durante el Preolímpico 99. Atacó el aro por línea final y se la volcó a Kevin Garnett y Duncan, en una acción de la que habló el mundo por aquellos días. Carlos Delfino, por su parte, metió la segunda mejor volcada de un argentino en la NBA. Pero, claro, le costó caro… Aquella corrida, en los playoffs del 2014 y jugando para Houston, terminó con una clavada épica en la cara de Kevin Durant (Oklahoma) pero, a la vez, con la fractura del hueso escafoide de su pierna derecha que lo mantuvo inactivo por casi tres años. Si la segunda fue de Cabeza, imagínense de quién es el primer lugar. Sí, claro, de Manu. ¿De quién sino? Ginóbili tiene varias impactantes, pero ninguna más recordada o impactante como aquella a Chris Bosh en el quinto partidos de las Finales 2014. Fue en un momento importante y sirvió para un triunfo clave en la conquista del cuarto anillo del bahiense.
La volcada. Una historia, sus protagonistas y las jugadas que han marcado (y dado) espectáculo.