Todos se preguntan cómo es la vida del hampa en Venezuela detrás de los barrotes de las cárceles, que en el país más peligroso en vez de reformarse, destruyen los valores que puedan quedar de seres que han vivido en carne propia una penuria.
Especial lapatilla.com | Katerín García
No es un secreto que Venezuela está catalogada como uno de los países más inseguros del mundo, con bandas armadas “hasta los tequeteques”, y que incluso controlan los movimientos en las zonas populares.
Estas personas privadas de libertad, hablaron sin temor, explicando con detalles cada vivencia y revelando las premuras con las que habitan; que denominan “La rutina”.
Calabozos
Retardo procesal. Primero los detienen y pueden pasar más de tres, o incluso cuatro años esperando ir a juicio. Constantemente difieren las audiencias abarrotando las mazmorras de forma inigualable. “Si no es porque la víctima no fue, es porque se están pintando las uñas las fiscales y me perdonan que lo diga así pero es la sinceridad”, expresa uno de los privados que además afirma “también hay personas -sembradas- con retardos procesales”.
Hay calabozos de tres por cuatro metros en los que pueden llegar a habitar más de 10 personas. Por ejemplo, en las celdas de Guarenas en el estado Miranda, se observan como viven en condiciones de precariedad y antihigiénicas, por lo que crean un -sistema- para convivir y mantener en orden en el sitio que será su “hogar” durante un tiempo indefinido.
También hay casos donde ya la libertad “existe”, tienen boletas de excarcelación pero no se acatan y no les queda sino seguir entre las cuatro paredes que representan “la justicia”. Ellos deben acostumbrarse a ser “una comunidad”, apoyarse en lo posible, intercambiando acciones, tal como el dicho -hoy por ti, mañana por mí- “Estar en este lugar no es fácil, estar tras las rejas, hay personas que duran tres o más semanas sin recibir comida, hay que apoyarse”, narran.
Bajo esta situación, los presos deciden tratarse como familia. “Unos más hermanos que otros”, pero existe un factor común, pues manifiestan que en los calabozos de ciertas zonas los ignoran por razones políticas, “Los calabozos de Miranda los obvian porque son cárceles escuálidas”.
“La Guerrilla”
Con este término, los privados de libertad califican la lucha del día. Comer una pequeña porción de comida una vez al día, -explicaron con platos de plástico- “lo que cabe allí es lo que puedo comer muchas veces, pues por la situación país es difícil que mi familia se traslade hasta acá”, además aseguraron que de trece reclusos que conviven en el mismo sitio solo les llevan alimento a máximo cuatro.
“Esto es algo inhumano, nadie puede vivir en un sitio donde no llega la luz del sol, donde hay poco oxígeno, donde nos paramos y nos mareamos”, denunciaron.
Lo único que piden estos privados de libertad es una segunda oportunidad. “Cuando a uno lo suben a tribunales es un problema, siempre lo difieren a uno (…) uno merece una segunda oportunidad, hice lo que hice por necesidad, no lo haría más, uno aquí aprende y piensa”, declaró un joven de 23 años detenido por robo.
La Cárcel
Cuando estos privados en espera de procesos pasan a tribunales y logran obtener su sentencia, todo cambia y se torna más pesada “la cana” (el tiempo que dictamina su sentencia es lo que pasará dentro del penal). “Eso es una rutina, el que haga lo malo se muere, todo es una cuestión, una lírica, todo un beta allá adentro, una mala palabra te puede llevar a un deporte o un paseo” manifestó un exrecluso.
“La vida se vuelve gris y la única forma es llevarla con Dios”, sin embargo, existe “la causa”, lo que garantiza la “tranquilidad”: es el dinero que se paga a aquellos que surten los penales “algo que es por el bien de uno, con eso los panas se encargan de comprar los armamentos, la balas, las bombas, surtir”, explicaron.
¿Por qué esa vida?
“Nos dedicamos al robo y secuestro, estamos acostumbrados a esto, desde pequeños lo vimos y la situación, la pobreza, nos ha llevado a eso. El precio depende de cómo sea el marrano (el secuestrado) y si no pagan se muere”, dijo el integrante de una banda de secuestro con “La Perra” en la mano, una motosierra -su instrumento de trabajo-.
A pesar de todo, en las cárceles de Venezuela nadie se regenera. Nadie aprende la lección de no volver a hacer lo malo, todo lo contrario, dentro de los penales se vuelven peores por las misma situaciones de “la rutina”.
Inclusive tienen orden de jerarquías, sí, está el pran o principal, el que comanda a todo el penal, incluso a los custodios. le siguen siguen los luceros, los escoltas del pran; mientras el resto es la población debe adaptarse al sistema que ellos manejan, a sus reglas.