Aumentan los suicidios en Venezuela: La otra pandemia invisible

Aumentan los suicidios en Venezuela: La otra pandemia invisible

El venezolano Ender Parra, de 42 años, sufre ansiedad y depresión y ha intentado suicidarse dos veces. ESTHER YÁÑEZ.

 

“Las primeras semanas de cuarentena solo quería dormir para evitar la vida”. Evitar la vida es algo que lleva haciendo Ender los últimos tres años; y la cuarentena por la pandemia del coronavirus parece la excusa perfecta para dejarse llevar sin culpa. “No quería despertar. Desayunaba tarde, almorzaba tarde… Solo quería que terminase el día para no sufrir”, cuenta.

Por Esther Yáñez / Nius

Lo que para unos puede suponer un suplicio; la nada, la solitud, el confinamiento, la inactividad como rutina impositiva a una pandemia planetaria, para otras personas como Ender es un alivio. Libertad para una depresión crónica camuflada en un virus mutante. Ahora, piensa, no llama tanto la atención entre los otros rostros taciturnos bajo una mascarilla obligatoria desde el principio.

Ender ha intentado suicidarse dos veces desde que en 2017 tuvo que dejar su empleo fijo en el Ministerio de Salud donde llevaba trabajando más de doce años. Él tiene 42, es licenciado en relaciones internacionales, habla inglés, es un profesional. Pero como tantos otros venezolanos sufrió en carne propia los efectos de la crisis devastadora que azota el país y su salario se vio disminuido a menos de dos dólares al mes. La hiperinflación llegó en aquella época a situarse en cifras estratosféricas que posicionaban a Venezuela como uno de los países con los números más altos del mundo.

Y desde entonces, la ansiedad y la depresión, enfermedades invisibilizadas y que según la OMS padecen más de 300 millones de personas en el mundo, forman parte de la rutina de Ender, que para combatirlas toma ansiolíticos y antidepresivos que muchas veces no consigue o que consigue a un precio impagable para el venezolano común, lo que aumenta la ansiedad en un cuadro psicótico nada halagüeño, provocando un círculo vicioso del que es muy difícil desprenderse. Caminar, asegura, es su mejor medicina: “Salgo por las tardes y camino durante horas distancias largas, o doy vueltas a un parque que hay cerca de mi casa”.

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