Ha muerto un cabal defensor de la venezolanidad del Esequibo y, nuevamente, son varios los sentimientos que se cruzan. En el transcurso del año pasado, y muy a principios del presente, logramos contactarlo telefónicamente, ya aquejado por los problemas de la vista, siempre tan generoso al intercambiar pareceres sobre una materia de la cual fue un profundo investigador décadas atrás, incluyendo sus contundentes columnas de prensa y posturas desde el gremio de los internacionalistas que presidió.
Preparábamos un homenaje virtual que le rendiríamos en el venidero mes de septiembre al que tanto entusiasmo le dispensó María Corina Machado, con la sobriedad que merecía. La idea fue la de escucharlo, reivindicando un nombre importantísimo en nuestro histórica demanda, con toda y la debida atención hacia un extraordinario servidor del país.
Desde sus inicios, el régimen socialista procuró devaluar la discusión pública de un problema que en el anterior siglo alcanzó la significación, importancia y jerarquía de una política de Estado. E, incluso, una rápida revisión de la discursividad pro-esequibana, contaminada, aún en el ámbito de la oposición, demuestra la ausencia de las enseñanzas de nuestros grandes y comprometidos investigadores y polemistas, remitiéndonos a una noción escolar aún en instancias como la parlamentaria, burda y definitivamente panfletaria para la usurpación.
Contestes o no, por variadas razones, con el Acuerdo de Ginebra de 1966, fueron muy ricos e intensos nuestros debates públicos y académicos y, así, como un día solicitamos rendirle tributo al Dr. René de Sola desde la tribuna parlamentaria, no hace falta en este instante ocuparla para pedir un reconocimiento semejante al Dr. Rafael Sureda Delgado. Un legítimo encuentro digital de ciudadanos, preocupados por la suerte esequibana y de los esequibanos, encuentra ya una distinta y duradera dimensión del reconocimiento: la bandera a media asta en el corazón, orando por el eterno descanso del Dr. Sureda Delgado.
En nombre de la Fracción Parlamentaria 16 de Julio y, particularmente, Vente Venezuela, despedimos a alguien que nos enseñó a amar un extenso territorio como nuestro, vivenciándolo hacia 2013, en un viaje sin precedentes de parlamentarios y dirigentes políticos más allá del Coyuni. Una enseñanza desde las exigencias académicas del investigador probo y acucioso, confiado a la razón, pero también desde la prosa que nunca dejó de transmitir emoción.