Como es de suponer, la pandemia que hoy sufre el planeta ha afectado todas las actividades humanas y muy especialmente las que se refieren a la producción de alimentos, al tiempo que ha opacado en medios y redes sociales su también trágico impacto. Pero la terrible realidad del hambre está entre nosotros, aunque en diversas magnitudes. Tal vez algunos países sufren menores incidencias negativas en esta anunciada crisis alimentaria, pero hay otros que pueden padecer aún más los severos efectos de una hambruna por causas internas.
Venezuela podría ser uno de ellos, por desgracia. Aquí, como se sabe, llevamos casi dos décadas de acoso al sector productivo agropecuario e industrial de alimentos. Una absurda política oficialista de promoción de invasiones y confiscaciones de fincas, ausencia de estímulos al sector, abandono de la vialidad rural, inseguridad total frente a grupos delictivos organizados y la carencia de semillas, abono, fertilizantes, maquinaria agrícola, implementos técnicos, financiamiento, vialidad rural y otros servicios del sector, han terminado reduciendo a su mínima capacidad nuestra producciòn de alimentos.
Las consecuencias trágicas no se hicieron esperar. Centenares de miles de hectáreas de maíz, arroz, etc., se dejaron de sembrar, pues ya se sabe que, por lo general, los invasores profesionales de tierras rurales no siembran pues su negocio es traficar y “venderlas” a los incautos que les “compran”. Otra porción de tierras “rescatadas” –eufemismo para disfrazar las que el régimen ha confiscado– que sumaban casi medio millón de hectáreas fueron entregadas en 2016 a la institución castrense, sin los resultados que se suponía esperar en cuanto a producción agropecuaria, al igual que también le fue encomendada la responsabilidad de garantizar la seguridad alimentaria de la Nación. Ni una ni otra cosa tuvieron resultados positivos.
Hoy se calcula que nuestra muy limitada producción nacional de alimentos sólo cubriría un 15 por ciento del abastecimiento nacional, lo que nos coloca en una situación de precariedad peligrosa. El régimen, como lo venía haciendo desde hace al menos unos 15 años, tendría que importar el 85 por ciento restante, algo que se transformó en un robo generalizado de divisas por parte de enchufados y ladrones del patrimonio público. Sólo que ahora, como consecuencia de la destrucción y saqueo de PDVSA, dispone de menos petrodólares y su capacidad para adelantar su “agricultura de puertos” se ha disminuido.
Todo lo anterior se agrava aún más como consecuencia de la absurda escasez de gasolina por la destrucción de PDVSA a manos del actual régimen. Miles de toneladas de hortalizas y vegetales se están pudriendo actualmente porque sus productores no pueden arrimarlas a los mercados por falta de combustible. Centenares de miles de litros de leche se están perdiendo por la misma razón. Tampoco miles de kilos de carne llegan a los consumidores, porque no hay gasolina para los tractores y los camiones de los ganaderos. Mientras tanto, la crisis alimentaria desatada por el régimen desde hace varios años va llegando a su punto más dramático y los justos reclamos de los gremios agropecuarios no son tomados en cuenta por el régimen.
La misma tragedia ocurre en el sector agroindustrial. Años de persecusión y atropellos a numerosas empresas productoras de alimentos, acusándolos indiscriminadamente de acaparadores, especuladores y explotadores, confiscándoles sus empresas y entregándoselas a gente inepta y sin capacidad técnica ni profesional, trajeron también como consecuencia el cierre de miles de empresas y, como efectos inmediatos, desabastecimiento, altos precios, “bachaquerismo”, contrabando y demás efectos negativos.
No se necesitaba ser muy zahorí para darse cuenta de que todo esto configuraba un desastre anunciado y hoy, luego de tanta zaña criminal y destrucción obsesiva, Venezuela se encuentra en una situación de extrema debilidad en materia alimentaria. Por cierto, la semana pasada, Cáritas Venezuela denunció que el 33 por ciento de los hogares están sufriendo inseguridad alimentaria severa, lo que afecta especialmente a la población infantil.
Mientras tanto, el régimen y sus socios están más preocupados por efectuar las supuestas elecciones parlamentarias de diciembre próximo, las cuales no resolverán en nada la crisis dramática que hoy azota a la gran mayoría de los venezolanos.