Hubo acuerdos, concertaciones o pactos políticos, evidentemente exitosos al lado de otros fracasados, para las transiciones planteadas con viva urgencia. En un sentido, concluimos que el compromiso de Puntofijo (1958) consumó su propósito y programa, no ocurriendo lo mismo con el de Coche (1863) que traicionó los motivos fundantes de la llamada Guerra Federal.
Obviamente, podemos concebir un convenio entre los actores que compiten lealmente entre sí y los demás (conflictividad agonal), inadmisible para un juego suma cero (conflictividad existencial), excepto haya una vocación por el suicidio. En el segundo caso, sólo la negociación se entiende para finiquitar la confrontación con la propia salida voluntaria de sus causantes.
En un viejo texto periodístico de título tan pesimista, Julio Febres Cordero llamó la atención sobre dos fenómenos importantes del oficio político cotidiano que, por cierto, tienen una impresionante y lamentable vigencia (“Del archivo de Macario: Los pactos siempre fracasan”, El Nacional, Caracas, 09/06/1966). Refería, por una parte, a los malos políticos que tienen una escasa afición por la historia; y, por otra, llamándolo brujuleo, aseguró, actúan a punta de intuiciones, apostando por un relampagazo de genialidad.
Por estos años, corriendo la suerte de quienes la han monopolizado, o pretenden hacerlo, la conducción opositora ha incurrido en no pocas improvisaciones que guardan correspondencia con las que se convirtieron en insoportable gobierno. La diferencia es que la usurpación ha apelado a los excesos represivos, imponiéndole un elevado e indecible costo al país en todos los ámbitos, tentando por siempre a sus adversarios de una habilidad harto dudosa, con un entendimiento presto a toda traición.
Hace poco, Maduro Moros propuso un “cese al fuego” que, además de revelar la concepción misma que tiene de la situación, aportándola al inconsciente colectivo, fue replicada por Guaidó Márquez, concediéndole finalmente la posibilidad de un acuerdo (SIC). Podemos aseverar que la cultura del brujuleo, confiada al relampagazo, le impide al interinato reconocerse en un conflicto existencial, apelando a fórmulas de una imposible cohabitación con quien, agradeciéndole la franqueza, desea dirimir las diferencias a través de la pólvora extendida por el continente.