Cada día me siento más resuelto a enfrentar, sin miramientos, la narcotiranía que impera en mi país. Repruebo la participación penosa en la que caen algunos actores que por la experiencia que acumulan en la lucha contra ese grotesco régimen madurista, deberían estar persuadidos de que se exponen a ser tachados de facilitadores de las operaciones fraudulentas que persisten en consumar la tiranía. Cuando a finales del mes de octubre 2016, se me asomó la posibilidad de ser liberado de la “cárcel por casa” que padecía, pero condicionado a avalar una agenda muy distinta a la que se había ventilado ante la ciudadanía, me negué rotundamente, porque era mayor el miedo a saberme un cobarde que consentiría a la tiranía para que prosiguiera haciendo más daño a nuestro país y a nuestra gente, a que continuara encerrado como ocurrió hasta ese 16 de noviembre de 2017, cuando emprendí mi autoliberación hacia Colombia y posteriormente a España.
Los que caemos prisioneros de una satrapía tenemos dos opciones a la vista: te puedes quebrar, doblarte ante el opresor y facilitar sus ejecutorias malignas o terminar utilizando esa calamidad como una fuerza energizante que te ayuda a no caer en la deshonra de pactar tus principios.
Cada página de los libros que leíamos sobre las luchas de Mandela, como referencia mundial, o las cuartillas que recogían las experiencias de los líderes venezolanos que se mantuvieron firmes en los tiempos de Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez, nos enseñaban que la vida de la esperanza dependía de que sobreviviera nuestra dignidad. Y ese decoro era la brújula que hacía posible no extraviar el camino que deberíamos seguir trajinando para alcanzar los objetivos que nos habíamos propuesto alcanzar.
Por todo lo antes dicho es que sigo teniendo cada día más claro que el verdadero obstáculo entre la paz y el bienestar que queremos recuperar los venezolanos, lo representa Maduro. Es él, el culpable de esta catástrofe que nos asfixia. Es Maduro la “piedra de tranca” entre esa senda de progreso que será posible alcanzar, una vez se inicie el proceso de reconstrucción de nuestras instituciones, de la República, de su economía, de su tejido social y de su seguridad jurídica, como presupuestos indispensables para que dejemos atrás ese cataclismo de hambruna, miseria y protestas por agua, luz, gas, gasolina y por la vida cada día más en riesgo.
Ahora bien, esa “piedra de tranca” no la vamos a remover avalando elecciones fraudulentas, más bien, haciéndole el juego electoralista a Maduro, estaríamos contribuyendo de manera consciente a fijar ese obstáculo en nuestra ruta.
El cinismo de Maduro y sus protectores no deja de sorprendernos. Hablan de imponer una Ley Antibloqueo desde su írrita Asamblea Nacional Constituyente. Insisten en querer achacarle a los EEUU y a otros gobiernos democráticos aliados de nuestra causa por la libertad, las consecuencias del desastre económico y social que se agudiza en Venezuela. Maduro grita “son las sanciones, son las sanciones”, tratando de evadir su responsabilidad directa con semejante infortunio venezolano. Lo cierto es que en medio de esta otra descarada argucia propagandista de Maduro, avanza una tromba de más represión y de más arbitrariedades que se nutren de la discrecionalidad que activan los secuaces de Maduro para sostener una emergencia, mientras violan las leyes nacionales y burlan los dispositivos legales de orden internacional.
En definitiva, lo que encaja ante esa verdad que no se puede desvirtuar con señuelos electoralistas, es articular una fuerza unitaria auténtica, con una conducción coherente, sin juegos dobles, para que se apalanque la estrategia que se asuma como objetivo a conquistar. Para mí, la alternativa de una fuerza global internacional, más los esfuerzos que se activen internamente, sigue siendo la alternativa más propicia.
@alacdleledezma