Virus maligno, toxina desalmada, contagio cruel, perverso y perseverante, embiste inmisericorde, ataca sin piedad ni descanso. No hay vacuna ni medicamento eficaz, el tratamiento es indigente, las pastillas, jarabes e inyecciones pobres e insuficientes; los esfuerzos para combatirlo infructuosos, se resiste, parece incurable y, por el contrario, se agrava. Cuando enfermos y contagiados se asilan a esperar la peste pase, no da tregua, se hace más infecciosa, pestilencial, letal. El pánico es producto de la ansiedad, angustia y temor, por eso produce tanta vulnerabilidad.
Máscara y miedo coexisten apareados. El antifaz admite que armonice el ocultamiento y la revelación de la imagen, a través de la cual se propaga y esconde el miedo. La careta no habita ni oculta ausencia, usurpa su lugar y reemplaza su presencia. Por eso el disfraz violenta los límites engañando y ridiculizando.
El coronacastrismo es la derivación adaptada al trópico del virus original que prendió en Alemania e Inglaterra, donde no proliferó porque la república es prioridad, se impone la Ley, sus sociedades son fuertes, sensatas, dinámicas, democráticas y sanas. Fue esparcido en la Rusia zarista, debilitada por el frío implacable, la necedad monárquica, el exceso de vodka -en Rusia no es cosa nueva- y a la vieja China atiborrada de hambre e injusticias, organismos fructíferos para la furia, desagravio, ajusticiamientos y prisiones abandonadas a su mala suerte.
La carcajada totalitaria e irónica, hoy agónica en garitos de satisfacción, que concluyen en fuegos artificiales rotulando “viva el comunismo”, en medio del consumo inmoderado y abuso de sustancias. En todos los rincones, las historias de la pandemia son envolventes, mordaces, innovadoras y hasta, extrañas. Y desde la cotidianidad, la sociedad rinde culto a la existencialización distinguiendo entre buenos y malos; edificando la identidad del terror sobre y para la discordia entre ciudadanos.
En la China actual se ha logrado estabilizar, los chinos, inmunizados contra la estupidez y librados de la ingenuidad, están aplicando tratamientos masivos de industrialización y comercio; en la Rusia de hoy, muertos ya los laboratoristas de la peste soviética, empiezan a respirar nuevos aires, aunque las brisas estadounidenses y europeas aún les producen alergia.
Fidel Castro, y su relación cuasilibidinosa con el asesino argentino de mucho manguareo, poco baño especializado en pestes, y unos cuantos comunistas sanguinarios populistas, refugiados en recintos de la mentira, propaganda descarada, engañosa y manipulada, hoy especializados en reprimir a los contaminados, trajeron de Rusia y China a Cuba el maldito virus, lo aclimataron, acomodándolo a la zona y llevan décadas anunciando vacunas, pócimas, bebedizos, brebajes que siguen sin aparecer; entretanto, envían a donde pueden policías de la insania mental y médicos de ninguna o muy poca formación.
A Venezuela lo trajo, inoculado en sus cuerpos, contaminado intelecto y limitadas comprensiones, pero con voracidad, amplias avideces y profunda codicia, militares infectados respaldados por civiles candorosos e inocentes, sumisos oportunistas y aprovechadores de ilicitudes. Intoxicaron al país a extremo de lo impensable, paralizándolo, eliminando casi todo lo sano, bueno y decente. Poema trágico, de una nación sin un tapabocas suficientemente grande para salvaguardarla, protegerla, que hasta en cuarentena está letalmente descompuesta y corrompida.
Y como de todas maneras la cadena comunista de cuadros políticos es la del terror, su sistema social, de economía y salud ya estaban debilitados antes que la fiebre diarreica chavista trajera el virus, el daño ha sido total, aplastante, nada se mueve, ni respira con tranquilidad excepto los ambientes mínimos de empresas, restaurantes, mancebías y bodegones donde los contaminantes no tosen ni estornudan, sin fiebre ni calenturas, solo hay deleite, agrado y complacencia, la pasan bien como contagiados pasivos, que contaminan sin sufrir, con auxilio de especialistas en plagas tras largos experimentos en el Irán fanático islámico y la Cuba atea.
La izquierda socialista, precisando que tal estado de ánimo procede de la negación en admitir la realidad como explicación del fracaso, y aunque una inmensa mayoría de la sociedad tenga muy claro que el chavomadurismo subordinado al coronacastrismo son causantes únicos de la precariedad y miseria, pero existiendo la convicción errada de que incluso derrotados seguirán siendo síntoma de malestar, y el temor a erradicarlos persiste, se piensa equivocadamente que, de hacerlo, las cosas pueden ir a peor. Excusa que argumentan enfermos de cobardía conveniente e interesada para convivir y cohabitar en el disfrute de limosnas.
@ArmandoMartini
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