Quien fuera vicepresidente de Barack Obama se preparó toda su vida para este día. El apoyo de Obama, sus trágicas pérdidas personales y una lucha continua por llegar a la Casa Blanca.
Por: infobae.com
Si ganara las elecciones de los Estados Unidos, Joe Biden le habría dedicado al asunto la vida entera: sería el presidente de mayor edad al asumir, con 78 años. Los cumpliría realmente feliz, el 20 de noviembre, 17 días después de la competencia política más beligerante de las últimas décadas —en la cual, hasta el último momento, mantuvo una ventaja de entre 6,7 y 8,5 puntos sobre su competidor, el mandatario en ejercicio, Donald Trump.
No sería un extraño en la Casa Blanca, mucho menos en Washington DC: el demócrata fue vicepresidente de Barack Obama durante sus dos términos, 2008-12 y 2012-16, y desde 1972, cuando llegó al Senado para representar a Delaware, ha sido parte del paisaje de la ciudad. En este aspecto encarna exactamente lo opuesto que su competidor: Trump es el primer presidente que asumió sin carrera política previa e hizo de eso una virtud proclamada, contra el establishment político que parece haber agotado a buena parte del electorado estadounidense.
Sin embargo, dadas las características de la gestión que ha llevado adelante el republicano, Biden es también su opuesto en otro sentido: parece una promesa de previsibilidad. Y algunos millones de personas podrían aprovechar algo así en este 2020, exhaustas por las tensiones políticas y la incertidumbre de la pandemia de COVID-19.
Y sobre la crisis del coronavirus en particular, Biden se ha concentrado en comunicar el mensaje de salud pública que no emitía el republicano. Allí donde Trump no usaba máscara, Biden se presentaba con un modelo negro a tono con sus anteojos aviadores; cada vez que tuvo un púlpito difundió consejos basados en la ciencia —la médica y la epidemiológica, pero también la económica— sobre cómo actuar para preservar vidas y mantener el país en marcha. Recordó que él tuvo todo que ver en las arduas negociaciones para aprobar la Ley de Salud Accesible, u Obamacare, que Trump ha tratado de desmantelar; dijo también que —debido a las tragedias de su vida— la salud es “algo personal” para él.
Biden llegó a ese lugar en la Casa Blanca luego de tres intentos en las primarias demócratas: 1984, 1988 y el mismo 2008 en que se sumó a la fórmula de Obama para ayudar a compensar la imagen del candidato, un senador joven y enérgico de Illinois con escasa experiencia política. A veces parecía que su papel le resultaba estrecho: en 2012 contó que se sentía “completamente cómodo” con el matrimonio entre personas del mismo sexo, algo que Obama todavía no había dicho y acaso debió apresurarse a decir, para no quedar atrás.
En cualquier caso, aquel 2008 Biden hizo un aporte extra a la candidatura de Obama, quien parece devolverle el favor —”el mejor vicepresidente que hubo en los Estados Unidos”, lo llamó— en estos días: le llevó un poco de calle, un tono y una personalidad que conectara con el trabajador de salario mínimo que hacía falta convencer de que votara. Biden creció en una ciudad obrera, Scranton, en el noreste de Pensilvania, donde su padre trabajaba en dos puestos: limpiaba calderas y vendía autos usados.
Tanto él —llamado Joseph, como el candidato demócrata— como su madre, Jean Finnegan, le enseñaron a ser fuerte, les reconoció muchas veces. “La medida de un hombre no es cuántas veces lo tiran al suelo, sino la velocidad a la que se levanta”, solía decirle el padre; en una ocasión llegó llorando a la casa, afectado por el bullying de otro niño en la calle —Biden sufrió un tartamudeo en la infancia, que superó con una ejercitación muy esforzada— y la madre, en lugar de consolarlo, le sugirió que al día siguiente le diera una trompada en la nariz para zanjar el asunto. “Así podrás caminar tranquilo”, argumentó.
La familia se mudó a Mayfield, Delaware, cuando Biden tenía 13 años. Trabajó como limpiador de ventanas y desmalezador para ayudar a sus padres, que querían pagarle los estudios universitarios pero no podían; cuando se graduó en Archmere Academy —donde, además, se destacó en el equipo de fútbol americano por su habilidad con los pases— estudió historia y ciencia política en la Universidad de Delaware, aunque más le interesaban las muchachas, según recordó.
En la semana de spring break de 1961 viajó a Bahamas y conoció a una estudiante de la Universidad de Syracuse, Neilia Hunter, y quedó “noqueado de amor, a primera vista”. Lo cual, curiosamente, hizo que mejorase su nivel mediocre en los estudios: necesitó mejores notas para que lo aceptaran en la Escuela de Derecho de Syracuse. Se casó con su novia en 1966.
En su primer año como estudiante de posgrado tuvo un problema: no citó adecuadamente una referencia, como lo describió luego. Siempre dijo que fue sin querer; pero cuando en 1988 lo acusaron de haber plagiado fragmentos de un discurso de un líder laborista británico, algunos de sus adversarios comenzaron a acusarlo de cierta tendencia al cortar & pegar. En cualquier caso ese año tuvo cosas más serias de las que preocuparse: lo que parecía un dolor de cabeza por los esfuerzos de la campaña resultó ser un par de aneurismas potencialmente mortales.
Lo operaron; como consecuencia, sufrió coágulos en sus pulmones. Necesitó otra cirugía, solo por eso. Luego de siete meses volvió a la política. Para superar ese tiempo de complicaciones sólo se concentró en una cosa: recordarse que había pasado por cosas mucho peores en su vida.
En 1972, cuando iba a comenzar el primero de sus seis términos por Delaware en el Senado, su esposa, Neilia Hunter, y su hija bebé, Naomi, murieron en un accidente de automóvil, mientras que sus dos hijos varones, Beau y Hunter, resultaron heridos de gravedad. Una foto histórica ha recorrido los medios en las últimas semanas: a los 29 años, el senador más joven que se hubiera elegido juró su banca en el hospital donde cuidaba a los pequeños sobrevivientes de lo que había sido su familia.
Desde entonces se lo conoció como el senador con más horas-tren de la cámara: todos los días viajaba de ida y de vuelta entre Wilmington y Washington DC para poder estar con sus hijos, llevarlos a la escuela a la mañana y acostarlos en sus camas a la noche. Durante cinco años los crió solo, con la ayuda de su hermana Valerie y otros familiares; al cabo de ese tiempo, y luego de un noviazgo no muy largo, se casó con su actual esposa, Jill Biden, una profesora de educación terciaria, con quien tuvo otra hija, Ashley, en 1981.
La larga carrera de Biden le ha ganado distintas críticas por el camino, y algunas de ellas se reavivaron, juntas, en ocasión de su candidatura. Incluso su compañera de fórmula, Kamala Harris, lo increpó, cuando todavía eran competidores en las primarias: “No creo que usted sea un racista, pero…” comenzó su alocución sobre cómo él había colaborado con legisladores que se oponían a los programas de buses escolares para reducir el segregacionismo en el acceso a la escolaridad. “En California había una niña de segunda clase, a la que transportaban gracias a esos programas. Esa esa niña era yo”, le dijo.
Biden se defendió: siempre había creído en la importancia de trabajar en conjunto con los que pensaban distinto para sacar leyes adelante, y muchas veces había aceptado un denominador común muy bajo. Pero el asunto quedó en la nada cuando ambos se integraron en la propuesta demócrata a la vicepresidencia y la presidencia. En cualquier caso, otra cuestión destacada fue que en 1994 Biden de contó entre los principales impulsores de una ley anti delito que hoy se considera básica para las sentencias exageradas y el problema de la encarcelamiento masivo, que afecta en una enorme medida a los afroamericanos.
En 2003 Biden votó a favor de la invasión a Irak, que el impulsó el presidente republicano George W. Bush, recuerdan sus críticos. Otro episodio polémico ha sido su intervención en el Comité Judicial del Senado en 1991, durante las audiencias de confirmación del juez de la Corte Suprema Clarence Thomas, que entonces había sido acusado por Anita Hill de acoso sexual; Hill atravesó una ordalía de declaraciones, para casi no ser escuchada.
Él mismo fue acusado de contacto físico indeseado por muchas votantes, y en 2019 una ex integrante de su staff, Tara Reade, dijo que se había sentido incómoda junto a él en las oficinas del Senado, en los ’90s; en 2020 agregó que él la había atacado sexualmente en 1993. Biden y su campaña negaron cada caso. Al oficializar su candidatura, además, el ex vicepresidente reconoció cierta falta de sentido sobre la distancia social adecuada, y la puso en la cuenta de su simpatía sin reservas. Prometió ser más consciente y tener más cuidado.
El favorito de facto tampoco le presta atención a las críticas sobre sus desatenciones. En la presidencia se juegan cosas más importantes: de algún modo la competencia —que será, gane o pierda, la última para él— está muy asociada a la memoria de su hijo mayor, Beau, que lo convenció de volver a intentarlo y poco después murió de cáncer cerebral, a los 46 años, en 2015.
Su otro hijo, Hunter, ha estado en el centro de la polémica política en los últimos días, desde que hace dos semanas el New York Post publicó un correo electrónico que Vadym Pozharskyi, número tres de la empresa Burisma, habría enviado a Hunter, quien cobraba como asesor de esa compañía ucraniana, cuando el candidato era vicepresidente en ejercicio: “Querido Hunter, gracias por invitarme a Washington DC y darme la oportunidad de conocer a tu padre y pasar algún tiempo con él. Es realmente un honor y un placer”. La correspondencia contradijo a Biden, quien ha negado tanto el encuentro como el papel de Hunter en algo que podría ser considerado tráfico de influencias.
Aunque Hunter Biden no fue acusado de nada, Trump no perdió ocasión de agitar el tema que, además, fue revelado por el abogado personal del presidente, el ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani. Con una intención de voto de 50,7% contra 44% del mandatario, Biden ha tratado de no hablar del asunto. Su mensaje ha sido propositivo —el regreso a muchas medidas y muchas políticas de sus años con Obama, borradas en los primeros 100 días de gobierno de Trump— y de ataque a su adversario. “Podemos poner punto final a una presidencia que ha fracasado en la protección del país”, dijo. “Podemos poner punto final a una presidencia que ha echado leña al fuego del odio en cada oportunidad”.