Un viaje por la frontera de Venezuela hasta Colombia: Las extorsiones de los militares y del ELN y una carita feliz

Un viaje por la frontera de Venezuela hasta Colombia: Las extorsiones de los militares y del ELN y una carita feliz

Ir desde La Fría, municipio García de Hevia del Táchira, hasta Cúcuta, Norte de Santander de Colombia, es una aventura, para muchos necesaria, para otros indispensable, pero para todos es arriesgada. No importa lo que Caracas y Bogotá crean que pasa en esa tierra que parece de nadie, pero que a la vez tiene dueños claramente determinados: guerrilla y paramilitares, ambos en confabulación con policías y militares más venezolanos que colombianos. La poderosa industria que se mueve en la franja fronteriza es de millones de dólares. El cierre de la frontera tiene su principal negocio para los grupos irregulares.

Por Sebastiana Barráez / infobae.com

Hoy en día el flujo de personas que va y viene en la frontera es constante, arriesgando la vida, no solo por lo que pueda ocurrir con los grupos irregulares armados que están a todo lo largo y ancho de la línea fronteriza, sino muchas veces atravesando los ríos. Cuando, por ejemplo, el río Táchira crece, es peligroso atravesarlo, aun así, cientos de personas esperan en la orilla a que baje un poco el caudal, otros se arriesgan, hay quienes hacen puentes improvisados con pedazos de madera, árboles o piedras.

Un viaje de La Fría del Táchira (Venezuela) hasta Cúcuta del Norte de Santander (Colombia) puede costar unos 100 mil pesos colombianos o 30 dólares estadounidenses; la moneda venezolana, el bolívar, no cuenta.

El pasaje, de ida y vuelta, cuesta 60 mil pesos y los vehículos de transporte son viejos y destartalados, mayoritariamente camionetas Caribe o camiones 350, que se toman en el sector Mate Cure de La Fría, entrando por la autopista en sentido hacia San Cristóbal, capital del estado Táchira.

El pueblo de Mate Cure está a unos 10 kilómetros del pueblo de La Fría y en realidad es un caserío, donde no hay más de 50 familias, pero con mucho movimiento de vehículos y personas. En cada una de esas casas hay una venta de gasolina. Suba a la camioneta o al camión y adéntrese en la aventura.

Guerrilleros y militares

Desde que se toma el transporte cerca de La Fría hasta que llegue a Cúcuta, el viaje es de unas dos horas si no está lloviendo y los ríos no están crecidos. El trayecto es accidentado por otras razones; gran parte de la carretera es de tierra o destapada, como la gente de la zona llama a la vía que no está trazada por asfalto o granzón.

Aquellos que ya conocen el camino toman sus precauciones, más aún si tienen problemas de salud en la columna o los riñones. Los novatos pagan las consecuencias del viaje con la vía abundante en huecos inmensos, desniveles, puentes caídos y traqueteo por la antigüedad de los vehículos que, alguna vez, ya hace mucho tiempo, gozaban de buena amortiguación.

Así se viaja por las trochas en los destartalados vehículos de un lado a otro de la frontera

 

Esta vez el viaje transcurre sin mayores sobresaltos hasta llegar a la Base de protección Fronteriza Morretales del Ejército Bolivariano de Venezuela, donde para poder seguir hay que pagarle a un soldado, de esos que pregona defender la patria, dos mil pesos colombianos; ahí no reciben bolívares ni petros. Los pasajeros pagan resignados, pero los que pasan por ahí por primera vez manifiestan el disgusto de pagarle la “vacuna” a quien usa el uniforme que alguna vistió el gran Simón Bolívar.

Cinco kilómetros más adelante, casi llegando a territorio colombiano, pero a dos kilómetros de la quebrada La China, límite entre los dos países, hay otra alcabala, pero esta es del Ejército de Liberación Nacional (ELN); es inaudito no solo que los elenos tengan ese punto de control en territorio venezolano, sino a unos tres kilómetros de la del Ejército.

Los guerrilleros requisan los vehículos, interrogan a los pasajeros como si fueran la autoridad policial o militar de Venezuela, pero al igual que el soldadito también cobran la “vacuna” de dos mil pesos. Una mujer murmura, después que el vehículo arranca, y asegurándose que los irregulares no la oyen: “Y pensar que Padrino López y Maduro se llenan la boca hablando de patria y de la libertad del país”.

Por fin los vehículos llegan a la quebrada La China, calculan el paso más seguro y atraviesa entre tropezones, hasta alcanzar el otro lado del curso de agua donde ya es territorio colombiano.

La calcomanía de obsequio

Desde ahí empieza una carretera de asfalto, no precisamente en buenas condiciones, pero mejor que la de tierra que quedó en el lado venezolano. Es la población de San Faustino de Los Ríos, territorio que alguna vez perteneció a Venezuela y del cual Colombia se apoderó en uno de esos históricos litigios, y al cual le pusieron mucho empeño para que el primer presidente colombiano, nacido en San Faustino, no quedara como venezolano.

Los vehículos siguen traqueteando, pasan dos alcabalas en territorio colombiano, una del Ejército colombiano y otra de la Policía Nacional de Colombia, nadie cobra vacuna. Los pasajeros van comentando la diferencia hasta que llegan al sector La Modelo, en la zona donde se encuentra la cárcel del mismo nombre, en Cúcuta, que es hasta donde permiten llegar a los vehículos venezolanos. Ahí termina el viaje.

Tres extorsiones

Horas después muchos inician el regreso. El transporte se toma en La Modelo y comienza la travesía Cúcuta, San Faustino, quebrada La China, alcabala del ELN, otra vez cada pasajero paga las “vacunas” de paso y responde las preguntas de rigor que hacen los guerrilleros: ¿de dónde viene? ¿para dónde va? ¿qué lleva? La única diferencia es que si algunos de los pasajeros trajeron mercancía o tiene maleta de viajero que dé la impresión de ir más lejos de la frontera, debe pagar una “vacuna” adicional, de acuerdo con el peso, el volumen y el valor de lo que trae. Mientras tanto se observa el paso de camiones cargados de diferentes mercancías; esos pagan una “vacuna” mucho más alta.

No todo termina ahí. Aún falta la alcabala del Ejército, en la Base Morretales, los otros dos mil pesos que debe pagar. Pero esta vez hay una sorpresa. En el caserío Mate Cure, cuando apenas quedan unos pasos para finalizar el viaje, un funcionario de la Guardia Nacional (GNB), de apellidos Rodríguez, se acerca al carro de transporte. Con alta e inteligible voz, dijo: “Bueno señores, vamos a ser claros y directos, son 10 mil pesos por persona”. Los pasajeros apenas hablan, casi ninguno levanta la vista, a regañadientes le dan el dinero al indigno militar venezolano.

El chofer del transporte, para que se le permita entrar a Mate Cure a dejar y a buscar pasajeros, debe pagar a los funcionarios de la GNB, 10 mil pesos, a cambio de lo cual obtiene un cartoncito con una carita feliz, como contraseña o salvoconducto.

El salvoconducto que entregan los GNB

 

Una vieja y nueva historia

Desde que Nicolás Maduro e Iván Duque enfriaron relaciones que han llegado a la enemistad, el mayor impacto se ha vivido en la frontera. Nada detuvo el regreso de miles de venezolanos, empujados por las consecuencias de la pandemia mundial que trajo el virus que desde China se expandió por el mundo.

En medio de esa terrible realidad, miles venezolanos empezaron a regresar, a medida que, en países como Perú, Ecuador y Colombia, las medidas sanitarias les impedía realizar los trabajos temporales, ventas en las calles o en empresas que se vieron obligadas a cerrar ante la amenaza del Covid 19. Lágrimas, dolor, tristeza y desprecio los esperaba en la línea fronteriza. Mientras que autoridades venezolanas, por una parte, daban discursos asegurando la existencia de instalaciones y condiciones óptimas para recibir a los migrantes, la realidad fue otra.

Quienes ingresaban por los puentes eran obligados a permanecer en sitios inapropiados, la mayoría fueron recluidos en institutos de educación primaria o secundaria, que no tenían condiciones mínimas para albergar a tal cantidad de personas. La ausencia de agua, vital para enfrentar el Covid, es el principal problema no solo en las escuelas sino en la comunidad en general. Cientos de personas fueron recluidas, como si fueran animales en un corral, sin agua, sin colchonetas para dormir, sin alimentos suficientes. Y se les obligó a estar encerrados.

Es así como muchos, de quienes venían después, no querían ingresar a la cuarentena en esos refugios, trataban por ello de atravesar la línea fronteriza a través de las trochas, pero los grupos irregulares solo se los permitían mediante el pago obligatorio de una “vacuna”, muchas veces incluso les cobraban por el peso o volumen de las maletas.

Ahora miles de venezolanos salen del país, huyendo del hambre y la miseria, atravesando las trochas, donde son extorsionados, muchas veces robados o atracados.

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