Las guerras mundiales del siglo pasado cambiaron las dinámicas internacionales de poder considerablemente. En la antesala de la Gran Guerra en 1914, las potencias tradicionales europeas se vieron envueltas en un escalamiento bélico producto de sus esfuerzos imperiales. La ambición y torpeza de los alemanes llevaron a una polarización diplomática y a la creación de los bandos que protagonizaron el conflicto. Europa estaba en guerra. Del otro lado del Atlántico, al norte del Nuevo Mundo, vieron al conflicto como una posibilidad para aumentar las exportaciones y la influencia internacional.
Aunque ya para finales del siglo 19 la producción norteamericana era alta y habían empezado a expandir su territorio (adquiriendo Florida, Hawaii, Filipinas, y demás) los beneficios traídos por la Gran Guerra le dieron una nueva dimensión a su poderío. En la dimensión financiera, se dio inicio a un boom económico que los llevaría a dar el paso de una nación deudora a una prestamista. La estabilidad institucional, el libre mercado, el respeto a la iniciativa privada y las garantías jurídicas hicieron de los Estados Unidos un paraíso laboral para muchos. Por el lado político las ganancias también fueron inmensas: al finalizar la guerra el presidente Woodrow Wilson protagonizó los tratados de paz y la creación de la Liga de las Naciones.
Comenzaba una era de nuevas posibilidades en los Estados Unidos.
Similarmente, la Segunda Guerra Mundial le dio un nuevo empujón al protagonismo norteamericano. Mientras que la producción europea se vio inmensamente reducida, la estadounidense surgía. Fue el único superpoder que no se vio arruinado por el conflicto, y el único que poseía armas atómicas. El fordismo estaba ya consolidado como un método de producción, con lo cual la industria automotriz y la armamentista se desarrollaron aceleradamente. En paralelo se establecía la clase media con mayor poder adquisitivo de la historia, mientras que Europa se caía a pedazos.
Finalmente llegó el Plan Marshall: el más claro resultado del poderío estadounidense y las nuevas dinámicas de poder. Había una nación con un liderazgo económico, político y militar indisputable que encabezaría los recién nacidos órganos de coordinación internacional. De los esfuerzos posguerra por evitar conflictos en el futuro nace las Naciones Unidas, con EE.UU a la cabeza.
A partir de entonces, el mundo prestaría excesiva atención a lo que ocurriese en el norte de América. La inmensa influencia internacional de su economía, la expansión de sus bases militares y la popularidad de su industria de entretenimiento dieron una inmensa relevancia a los Estados Unidos. Del mismo modo nacieron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dos instituciones que serían inmensamente relevantes en decidir las dinámicas de poder internacionales.
Posteriormente, la Guerra Fría consolidó el protagonismo de los norteamericanos en el escenario mundial. La amenaza soviética llevó a la creación de un inmenso aparato propagandístico, así como a la expansión de la propia influencia política por medios diplomáticos y bélicos. La presencia de EE.UU en Europa, el Medio Oriente, Asia, Latinoamérica, África y los Océanos aumentó con las décadas y no sucumbió al finalizar el conflicto con los soviéticos.
Actualmente los Estados Unidos es, por gran margen, la primera superpotencia del mundo. Sus gastos militares cuadruplican a los de China y constituyen la cuarta parte de todos los gastos de esa naturaleza a nivel mundial. Además, las instituciones que definen el ritmo político internacional están fuertemente influenciadas por los líderes estadounidenses, sin mencionar que más de la cuarta parte de las empresas más relevantes del mundo están asentadas allí.
El resultado es, justificadamente, que tantos hayan esperado ansiosamente el resultado de las elecciones los últimos días.