Hoy un moderno Herodes, el Primer Ministro de Trinidad y Tobago, fue capaz de perseguir a niños para sacarlos de su reino, en el que el derecho parece que cedió a la barbarie. Si bien estamos acostumbrados que un escándalo hace olvidar el anterior, no podemos dejar pasar este acto bochornoso. Estamos en el deber de hacernos escuchar, lo cometido con estos niños no se puede dejar pasar, no es un tema menor, no podemos olvidarlo.
Por Zair Mundaray
Estuvo por Venezuela en 2018, fue recibido con los honores que son propios de un Jefe de Estado, invitado a Miraflores a suscribir varios acuerdos de cooperación, esos que caracterizan a la “diplomacia” revolucionaria, en los que se otorgan una cantidad de ventajas a pequeños países a cambio del apoyo político y del reconocimiento internacional de la dictadura. Sentado en Miraflores junto a Nicolás Maduro en el Salón Sol del Perú, iniciaba su discurso nada menos que alabando la gestión de Delcy Rodríguez y de Manuel Quevedo como artífices de tales coordinaciones binacionales. Alguien que se presenta ante un país ensalzando a estos copartícipes de la destrucción nacional, ya podemos hacernos una idea de su talante.
Se trata de Keith Rowley, Primer Ministro de Trinidad y Tobago desde el 2015, y quien ostenta a partir de esta semana, la mancha histórica de expulsar de su país a un grupo de niños solos, en unos endebles peñeros en dirección a Venezuela. Se trata de una decisión sin precedentes, que no aguanta ningún análisis a la luz del derecho internacional, pero que además riñe con el más elemental sentido de humanidad, del civismo y del sentido común,
Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,
se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga
y al del coche que empuja la institutriz inglesa
y al niño gringo que carga la criolla
y al niño blanco que carga la negra
y al niño indio que carga la india
y al niño negro que carga la tierra.
No se le puede pedir a Rowley que haya leído alguna vez a Andrés Eloy Blanco y sus Hijos Infinitos, y que actúe en consecuencia. Es obvio que no tiene que sentir ese dolor que nos embarga como venezolanos frente a la injusticia y el maltrato que los nuestros sufren en otras latitudes. No tiene por qué, él solo sigue las líneas que marca su socio de ocasión Nicolás Maduro, quien da el mayor ejemplo de desprecio hacia nuestro gentilicio.
Hasta el momento en que escribo estas líneas, el emisario del régimen Jorge Arreaza, nada ha dicho contra esta infame actuación, tampoco Maduro ha hecho ninguna referencia al respecto, y menos aún ha ordenado alguna medida especial para la recepción y protección de estos niños que por ser venezolanos, han sido expulsados sin tomar en cuenta los mecanismos de protección internacional a los que el gobierno de Trinidad estaba obligado.
Acnur (Agencia de la ONU para los Refugiados), ha publicado varias guías de buenas prácticas para la atención prioritaria de menores no acompañados, como se les denomina en el derecho internacional, lo propio ha hecho en opinión consultiva la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y también a ello se ha referido en repetidas oportunidades la Unicef. Marco jurídico hay de sobra para saber qué hacer frente a una situación como esta, la expulsión del territorio es justamente la decisión que contraría cualquier sustento legal, pero peor aún, del más mínimo apego a la civilidad.
Es poco útil en este contexto, referirnos a la acogida que en Venezuela se le dio a miles de trinitarios que buscaban mejor futuro en el país. La experiencia nos ha demostrado que en muchos casos esa reciprocidad no ocurre de forma espontánea por algunos Estados. La mayoría de esos trinitarios que vinieron al país, trabajaron y se desarrollaron honradamente en las más diversas actividades. Vale recordar que estos, junto a migrantes haitianos fueron nuestros proveedores de helados, tan apreciados por la sociedad en el pasado, y justamente atendían con afecto a niños y adolescentes que frente a colegios y en urbanizaciones les esperaba con anhelo. Hoy podemos decir que Rowley no los representa, ese recuerdo grato que tenemos de nuestros hermanos trinitarios, se ve manchado por un moderno Herodes, capaz de perseguir a niños para sacarlos de su reino, en el que el derecho parece que cedió a la barbarie, tal como ocurrió en nuestra tierra.
Esos niños son hijos de todos nosotros, y si bien estamos acostumbrados que un escándalo hace olvidar el anterior, no podemos dejar pasar este acto bochornoso. Estamos en el deber de hacernos escuchar, lo cometido con estos niños no se puede dejar pasar, no es un tema menor, no podemos olvidarlo.