Los últimos días de Diego Maradona (60) antes de su muerte estuvieron marcados por varias recaídas de salud y bajones anímicos, lo que había postergado la idea de sus médicos de hacer que volviera de a poco a trabajar.
Por Clarín
El diagnóstico seguía siendo el mismo que cuando fue dado de alta en la Clínica Olivos tras una operación por el hematoma subdural en la cabeza y un tratamiento intensivo para estabilizar su estado anímico y físico deteriorado por su adicción al alcohol y a los psicofármacos. La recuperación debía ser a largo plazo, aunque en la vida de Maradona todo era día a día.
Maradona seguía conviviendo en su nuevo hogar de Tigre con una enfermera que lo monitoreaba las 24 horas, realizaba ejercicios con su kinesiólogo para mejorar la motricidad, estaba rodeado por su círculo íntimo y recibía la visita asidua de sus hijos, principalmente Gianinna y Jana. Había podido escapar al consumo de alcohol, asunto fundamental para evitar una recaída.
La segunda etapa de su tratamiento ambulatorio, diagramado por el médico Leopoldo Luque, apuntaba a encontrar motivaciones. A encender un motor que en el último tiempo se había apagado. “Nada lo motiva”, decían los allegados a Maradona en la víspera de su cumpleaños 60.
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