De vez en cuando, la indignación. Días enteros saturados de ella, aquí y allá voces enardecidas, reclamos de justicia compitiendo entre ellos por mostrarse como el más fuerte, el más contundente. Después, como ocurre en múltiples casos y situaciones, la indignación pasa. Luego, nada. Casi siempre, el olvido. El drama continúa, solo que entonces sentido apenas por quienes lo padecen directamente. Otras inquietudes pasan a ocupar las redes. La noria de la cotidianidad se traga el grito de auxilio del desesperado. La vida sigue. Por supuesto, el sufrimiento también.
Es el caso de los migrantes venezolanos, los que en concreto no tienen las condiciones para afrontar el destierro que les ha impuesto una sociedad que les niega toda posibilidad de enfrentar el presente y/o de imaginarse el futuro. Son los pobres, los que escapan de la miseria. Aunque no se quiera reconocerlo, ya que puede lucir ocioso, impropio, malcriadez o resabio de algún tipo de resentimiento, a donde quiera que van lo que apesta de ellos es precisamente eso, su miseria, porque otros, los que tienen medios para hacerlo, y menos mal que es así, son recibidos con los brazos abiertos, o simplemente encuentran espacios adecuados para integrarse. Las diferencias sociales se manifiestan también en este campo. Los dolores del mundo son mayores en los más necesitados. Negarlo no solo es irresponsable, también es inhumano.
Son los muchachos vejados al hacer una entrega a domicilio por patanes que descargan en ellos la estupidez de la xenofobia que reina en la ignorancia de su alma. Son las dependientas de tiendas acusadas infundadamente de ladronas por sus brutos patrones con la única intención de escamotearles el salario que se ganan dignamente. Son los seres humanos aventados al mar sin miramientos de ningún tipo, dejados a su suerte, sin importar cuál fuese ésta, por el gobierno de una nación que los considera indeseables. Es la soledad del tratado como escoria. Es la herida abierta en ciertos terrenos de la diáspora.
¿Por qué el gobierno en ejercicio no los apoya, no los socorre, no los atiende como es su obligación legal hacerlo? Porque tenderles la mano es reconocer su fracaso. Al fin y al cabo, ellos se marcharon del país porque la debacle económica generada por ese mismo gobierno los impulsó a buscar más allá de su terruño las oportunidades que aquí les desbarataron. En verdad, a dicho gobierno, estos compatriotas no le importan en lo más mínimo, apenas si le merecen el desprecio y la indiferencia que se evidencia en el pretendido insulto de aseadores de excusados. La revolución es lo que cuenta; las personas no.
¿Por qué los que a diario repiten la contabilidad de los gobiernos que los reconocen en el marco de la comunicad internacional tampoco hacen nada efectivo, realmente valedero, para aliviarlos en sus necesidades apremiantes, más allá de lanzar declaraciones mediáticas donde la comunicación suple la acción y donde la altisonancia de lo dicho por las redes se limita a repetir lo obvio, lo sabido por todo el mundo acerca de quiénes son los responsables primarios de esta tragedia? ¿Saben, por ejemplo, estos contadores de apoyo foráneo que cientos de miles de nuestros compatriotas en el extranjero se encuentran atrapados allí donde están ya que autoridades de los países a donde fueron a parar les cobran multas de migración que les impiden moverse a espacios donde puedan hallar mejores oportunidades de vida? ¿No pregonan que reciben ayuda de aquí y allá? ¿Por qué no vuelcan parte de esa ayuda para el migrante que verdaderamente la requiere? Hechos, no palabras. Hechos, no propaganda. Las palabras y la propaganda no son suficientes. Quizás reconfortan, pero, al final del día, no alivian el dolor.
¡Qué vaina con las desigualdades! Unos parecen importar más que otros.
@luisbutto3