Gehard Cartay Ramírez: Crónica de una derrota anunciada

Gehard Cartay Ramírez: Crónica de una derrota anunciada

Sin sorpresa alguna, los resultados del pasado domingo confirmaron lo que sabían hasta las piedras: que la inmensa mayoría de los venezolanos no participaría en esa farsa. Y así ocurrió.

No se necesitaban, desde luego, facultades adivinatorias ni condiciones de pitoniso. Nada de eso: bastaba con salir a la calle, visitar los mercados, conversar con la gente, sufrir las largas horas en una cola interminable para surtirse de gasolina, oír las quejas de los ciudadanos sin atención médica; o escuchar la arrechera de la gente por los altos precios de la comida, los cortes de energía eléctrica, la falta de agua potable y de gas, etcétera, etc. Y todo eso en cualquier parte de Venezuela.

Lo cierto es que después del seis de diciembre el régimen ha quedado al desnudo una vez más, confirmándose así su definitiva falta de apoyo de las mayorías. Se dice que apenas votaron cerca de dos millones de electores, y yo lo creo, a juzgar por la soledad de los centros de votación en toda la República. No obstante el esfuerzo del chavomadurismo por reclutar a su propia gente a fuerza de amenazas y halagos, promesas y dádivas y en algunos casos acudiendo a la violencia y la represión, a duras penas pudieron acarrear a ciertos votantes temerosos para aumentar su escuálida votación. Pero nada de esto evitó que su orfandad de apoyo popular quedara en evidencia ante Venezuela y el mundo.





Por supuesto que toda esta tramposa ingeniería electoral diseñada por el régimen les garantizaba de antemano la mayoría absoluta de los diputados que integrarán la Asamblea Nacional madurista, a instalarse en enero. Sus socios colaboracionistas también contaban con eso para tener una fracción parlamentaria minoritaria, y convertirse así en una leal oposición que sustituyera a la actual y poder negociar con el régimen. Sólo que, al no movilizar ni atraer al electorado opositor, los colaboracionistas no cumplieron con su parte del trato. Y ante esa circunstancia, el régimen resolvió comerse casi toda la torta parlamentaria, dejando apenas algunas migajas para que las recogieran del suelo aquellos a quienes les entregaron las tarjetas de los partidos de la oposición.

En mis tres artículos anteriores, bajo el título “El sufragio pervertido”, expliqué cómo ha funcionado todo este fraude sistémico, puesto en marcha por el chavismo desde el año 2000, lo que me ahorra repetirlo. Lo cierto es que el evento del seis de diciembre pasado demostró, una vez más, que el régimen no iba a detenerse ante nada y que, en su afán de desplazar a la actual y molesta Asamblea Nacional, estaba dispuesto a violar la Constitución, las leyes electorales y todo cuanto le impidiese alcanzar ese objetivo.

¿Lo habrán logrado? Aunque parezca mentira, parece que no, realmente, al igual que sus socios participacionistas tampoco lograron sus objetivos. Ante el mundo democrático y civilizado -al que no pueden engañar-, las cuentas electorales del madurismo son escandalosamente vergonzosas, no sólo por el fraude gigantesco, el ventajismo grosero y las trampas electorales, sino, sobre todo, por los esmirriados resultados que obtuvieron: con apenas un poco más dos millones de sufragantes, algo más de la mitad de los mismos votó por sus candidatos a diputados. Este dato revela el alto grado de ilegitimidad del “parlamento” de Maduro. (No faltará algún “genio” jurídico del régimen que diga que la Constitución no establece porcentajes de legitimación, pero nunca será igual una Asamblea Nacional que obtuvo el 75% de los votos en 2015, a esta que, a duras penas, rasguñó un menguadísimo apoyo electoral.)

Por esto, y sobre todo por el fraude sistémico que viene desde atrás y por sus violaciones permanentes a los derechos humanos y sus procedimientos dictatoriales, casi todas las democracias del mundo ya han anunciado que no van a reconocer la ilegítima Asamblea Nacional de Maduro. De modo que no lograron el ambicionado objetivo de darle un cierto barniz democrático a su dictadura.

Ahora corresponde a la oposición mayoritaria construir puentes de entendimiento con todos aquellos que aspiran un cambio de verdad en nuestro país. Tal vez la consulta presencial del próximo domingo -y que se adelanta por las redes sociales esta semana- condenando el fraude del 6D y haciendo un llamado de atención a la comunidad internacional sirva de algo, y aunque sus resultados no vayan a ser tan exitosos como deberían serlo, al menos sean mucho mejores que el fracaso estrepitoso del régimen este pasado seis de diciembre.

Se trata de un esfuerzo ciudadano que vale la pena intentar y apoyar. Uno más en toda esta larga lucha por salir de la dictadura, algo que vendrá inevitablemente, así como el sol sale en cada amanecer.