Diciembre es mes de elecciones, así lo establece la Constitución. Dictaduras y democracias recurren por igual a ellas. Las democracias lo hacen para que sea el soberano, mediante el voto universal, directo y secreto el que elija las autoridades que habrán de representarlo.
Pero sin tapujos podemos decir que nos estamos refiriendo a una feroz dictadura. Ellas también necesitan elecciones, aunque sean amañadas, porque desesperadamente buscan de una apariencia de legitimidad.
Se trata de una dictadura que tiene las cárceles llenas de presos políticos, donde la tortura, la violación a los DDHH y otros métodos crueles están a la orden del día y en la cual los adversarios políticos más destacados están presos o en el exilio, y que cuenta con una brutal policía política que no duda en matar.
La censura es feroz. Los medios de comunicación saben que la más mínima transgresión es severamente sancionada. La oposición no tienen por tanto acceso a esos medios para difundir sus ideas. La intranquilidad social es evidente y ferozmente reprimidas.
La Iglesia ha denunciado lo que ocurre y en sus comunicados denuncia las injusticias del régimen. Algunos de sus hombres no dudan en describir la cruda realidad.
Al acercarse las elecciones, el dictador no quería dejar nada al azar. Hizo designar un árbitro electoral sumiso, que no importa cuales fuesen los resultados, anunciaría los que el régimen necesitaba. Además inundó los medios de comunicación de propaganda electoral a su favor, sin dejar el más mínimo resquicio para la expresión de ideas adversas, excepto las que por diseño la propia dictadura aceptaba.
Llegó finalmente el día. Como era de esperar, los resultados no fueron los que el régimen deseaba. Pero no importa, los anunciados por el organismo electoral estaban cuidadosamente prefabricados y aunque cualquier parecido con la realidad no fuese más que mera coincidencia, el objetivo estaba cumplido.
Hablamos del 15 de diciembre de 1957 y el dictador era Marcos Pérez Jiménez. Desesperado por arroparse de cierta legitimidad que le permitiese aferrarse al poder, había convocado un plebiscito. Los principales líderes de la oposición, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera estaban en el exilio e infinidad de otros estaban en las cárceles de la Seguridad Nacional, en la clandestinidad o en el exilio.
Pérez Jiménez no quería correr riesgos. Había designado un Consejo Supremo Electoral totalmente sumiso. No quería sorpresas.
Sabía que tenía a la Iglesia en contra. Monseñor Arias Blanco, Arzobispo de Caracas había escrito una Carta Pastoral donde denunciaba vívidamente las injusticias de su gobierno. Sin embargo, aquel dictador tenía a su favor una sólida obra material.
Llegó por fin el día del Plebiscito y muy pronto se hizo evidente que perdería. Como estaba previsto el Consejo Supremo Electoral anunció un triunfo deslumbrante a favor del dictador, que garantizaba su continuidad.
Vano intento. Las Fuerzas Armadas conocían los verdaderos resultados y, 15 días después, el 31 de diciembre en la noche se alzó la aviación. Aunque aquella intentona fue controlada, el 23 de enero de 1958 Pérez Jiménez se vió obligado a huir en la madrugada en su avión conocido como la vaca sagrada.
El fraude electoral sirvió para desenmascarar al dictador. Los hombres de armas, que hasta ese momento lucían totalmente plegados al régimen, le dieron la espalda y de allí en adelante sólo era cuestión de tiempo antes de que cayese el régimen.
Hoy en día los venezolanos tenemos un poderoso instrumento a nuestra disposición para que se conozca la verdadera voluntad del pueblo. Nada ayudará más a desenmascarar el fraude del 6D que la Consulta Popular que se está adelantando. A no dudarlo la comunidad internacional está siguiendo cuidadosamente sus resultados. También los hombres de verde lo saben. El Plan República estuvo presente en las Parlamentarias y están conscientes de la abrumadora soledad que caracterizó a los centros electorales. También están siguiendo los resultados de la Consulta y sin duda contrastarán los resultados.
Se trata de una consulta absolutamente confidencial, constitucional y vinculante. El voto es secreto. Es tu oportunidad. ALZA LA VOZ.
José Toro Hardy, director adjunto de Analítica
Este artículo se publicó originalmente e Analítica el 11 de diciembre de 2020