El haber logrado uno de los objetivos propuestos en las elecciones parlamentarias, no le permite al régimen exhibir un triunfo tan rotundo como inicialmente quisieron proyectar. La notoria ausencia en las celebraciones convocadas en las plazas Bolívar, no hicieron otra cosa sino ratificar la débil capacidad de movilización ya evidenciada el mismo seis de diciembre. El rechazo al gobierno de Maduro también se expresó en la escasa participación de los sectores de base del oficialismo, pese a todas las ofertas y promesas efectuadas en la campaña.
El único logro exhibido junto a la propia celebración de las elecciones, en condiciones de desvergonzado ventajismo, entre otras, apropiándose indebidamente de tarjetas y siglas de partidos, fue el de obtener una amplísima mayoría superior a los dos tercios. Sin embargo el otro propósito político, como era el de promover una supuesta oposición, que suplantaría el rol de las fuerzas que han respaldado al actual presidente de la Asamblea, no fue alcanzado debido a la triste participación de los partidos agrupados en la mesita, y a los otros factores que concurrieron al proceso.
A las irregularidades de la convocatoria hay que sumarle las triquiñuelas en plena realización de las elecciones y en los escrutinios. Maduro en una rueda de prensa con corresponsales extranjeros señaló que había cambiado de centro de votación, al igual que cualquier elector podía hacerlo, claro, obviando el pequeño detalle que el cambio se realizó el mismo día de las elecciones. Por supuesto, argumentó razones de seguridad, en ningún caso admitiría que la convocatoria de sus seguidores en la Miguel Antonio Caro, el centro de votación donde le correspondía votar, había sido un fracaso, por esa razón optó por otro donde tenía garantizada las manifestaciones de respaldo para las imágenes televisivas.
A lo largo del día se evidenció la inexistencia de colas de electores, los voceros oficialistas justificaron la situación argumentando la rapidez del proceso. Sin mediar explicación el Consejo Nacional Electoral en forma unánime aprobó una prórroga de una hora, para el cierre de la Mesas. No hay que ser excesivamente suspicaz para suponer un intento desesperado para aumentar la cifra de participantes.
Las trampillas no se agotaron allí, en los escrutinios aparecieron la figuras de los “diputados golillas”, quienes no habían salido electos de acuerdo al boletín oficial del CNE, luego se proclamaron parlamentarios argumentando unas alianzas desconocidas. Según declaración uno de sus beneficiarios emblemáticos: Luis Parra, ellos no tenían porque informar a los electores de la existencia de la supuesta alianza.
El régimen con esas trácalas es coherente en su política de promover la abstención para garantizar así resultados que lo favorezcan, el sector de la mesita que participó en el proceso aduciendo la importancia del voto como el mecanismo democrático y decisivo para el cambio, le hizo un flaco servicio a la causa que dicen defender cuando favorecieron con su respaldo las trapacerías señaladas.
Todas estas peripecias y las evidentes debilidades del gobierno, contribuyeron a potenciar, en alguna medida, la consulta convocada por las organizaciones que respaldan a Juan Guaidó. Independientemente de las cifras, coincidimos con quienes afirman que no se trata de un problema numérico, sino de un efecto de movilización política, demostrando las potencialidades de organización y recuperación de las fuerzas representadas en la actual Asamblea Nacional. Se demuestra una vez más, donde se sitúa el centro de gravedad de la alternativa democrática.
Tal respaldo no puede ser concebido como la emisión de un cheque en blanco, una lectura apropiada sería la de considerar la confianza nuevamente manifestada , como una plataforma para enmendar errores, conectarse con la realidad, con los sentimientos y aspiraciones de la mayoría, para reconfigurar la estrategia y la unidad opositora y para diseñar la ruta que nos posibilite avanzar en la dirección del cambio político.