La incapacidad de los gobiernos chavistas por controlar la inflación en Venezuela ha ido asomando la dolarización de su economía como solución definitiva: al imposibilitar al estado emitir dinero, se eliminaría la expansión monetaria que empuja el alza de los precios. Pareciera que el régimen de Maduro se viene aproximando, por fuerza, a esta medida, a pesar de haberlo negado rotundamente hace pocos días. En las ciudades principales del país –según una encuesta reciente de la consultora Ecoanalítica[2]—más de la mitad de las transacciones se estarían haciendo en moneda estadounidense. El ámbito dolarizado ha generado una burbuja en la que no hay escasez, haciendo que quienes posean suficientes dólares, sientan que se le abren las puertas a la prosperidad. Se obnubila la situación de la inmensa mayoría que, al no tener acceso a la divisa, sobrevive apenas en condiciones sumamente deplorables. Los precios inflados, además, siguen presentes, pero esta vez por la especulación de noveles comerciantes oportunistas, no, por desórdenes monetarios. Algunos opinan –entre ellos, el gurú de los currency boards, Steve Hanke—que toca terminar de instrumentar las medidas que hagan al dólar moneda oficial de Venezuela y dejar atrás la terrible vorágine que ha destruido el poder adquisitivo de los venezolanos. Otros, sin idea alguna de cómo funciona una economía, ya proponen salarios mínimos de USD 300. ¡Zuás! ¡Salimos de la miseria!
No obstante, y adicional a las críticas que, en general, se le hacen a la dolarización, se presentan en Venezuela dos problemas que hacen de sus esperadas bondades una quimera. El primero es, desde luego, que no hay dólares o, mejor dicho, estos son demasiado pocos para lubricar la recuperación económica. Este año, las exportaciones de petróleo no llegarán a USD 6 millardos. El saqueo de minerales del arco minero guayanés y lo obtenido por otras actividades ilegales, podría añadir unos USD 2 millardos o más. Las remesas, en esta era de confinamiento y caída en la actividad económica en el mundo, difícilmente pasarían de ese monto. Y si las exportaciones privadas (no tradicionales) superan el millardo de USD, será gracias a la incipiente exportación de servicios. Estaríamos hablando de un ingreso total de divisas probablemente inferior a USD 10 millardos. Actualmente Venezuela no tiene acceso a fondos internacionales, ni siquiera chinos. Luego, están sus compromisos internacionales. La República y PdVSA ya no pagan el servicio de sus deudas, pero están las importaciones y algunos servicios ineludibles. ¿Cuánto quedaría, entonces, como base monetaria (en dólares) para las actividades domésticas? Cabe señalar que la capacidad crediticia de la banca interna es mínima. En USD, sus activos totales apenas superan los 5 millardos. Su cartera propiamente crediticia resultó ser el equivalente de apenas 208 millones en octubre de este año. Una economía en el estado de depresión en que se encuentra Venezuela tiene una demanda por créditos muy baja, lo que restringe la función expansiva del multiplicador monetario. De manera que, sin los cambios estructurales que restituyan las garantías, restablezcan la confianza requerida para atraer inversiones y para negociar una importante reestructuración de la deuda externa, y permita contraer cuantiosos empréstitos con los organismos multilaterales, la dolarización sólo sería compatible con una actividad económica muy reducida, todavía menor a la de la economía enana que, con sus estropicios, forjó el actual régimen dictatorial. En ausencia de la prodigiosa renta petrolera que tanto nos malcrió en el pasado, el salario medio se conservará, probablemente, en torno a los miserables niveles de hoy.
El otro problema es que el gobierno escasamente se financia con impuestos, dada la destrucción de PdVSA y el colapso de la economía interna. La enorme brecha fiscal se cubre con emisión monetaria del BCV. El fin de dolarizar es, precisamente, eliminar tal opción. En ausencia de acceso al crédito internacional y con el tamaño reducido de la banca doméstica, habría que hacer una amputación drástica del gasto para cerrar la brecha fiscal. Si bien, en términos reales, el gasto público se ha reducido significativamente por la depreciación del bolívar, todavía paga cerca de 3 millones de empleados (con sueldos muy miserables), servicios públicos (venidos a menos), el funcionamiento de escuelas, hospitales y universidades (con recursos muy desmejorados), compras públicas y otras actividades. Una estimación somera llevaría a vislumbrar una contracción del gasto probablemente mayor al 50% para cerrar el déficit. ¡Una debacle inmensa! De ahí el rechazo tajante de Maduro a hacer del dólar moneda oficial. No, no es por ninguna sensibilidad patriotera en mantener el bolívar, sino porque –simplemente—su esquema de expoliación se le viene abajo si no puede mantener la ficción de ocuparse de la gestión pública. Al fascismo criollo en absoluto le importa la calidad del gasto, el sostenimiento de sueldos dignos o de sus efectos sobre el bienestar de los venezolanos. Su angustia es que la carga de sus responsabilidades frente al Estado sea manejable y no se le estropee su interés central, que es continuar con la expoliación del país. La dolarización hace de la gestión pública –en ausencia de financiamiento externo—inmanejable. La debilidad actual del régimen haría de la dolarización su tumba.
Cabe señalar que la dolarización colocaría a la economía venezolana a merced de la política monetaria del país emisor (EE.UU.) y haría que, en última instancia, toda expansión monetaria autónoma estuviese sujeta a saldos positivos en la balanza de pagos. Pero podría ser la “bala de plata” –la única posible—para acabar, de una vez, por todas, con la inflación. Habría que preguntarse, sin embargo, a qué costo. Por las razones expuestas, bajo Maduro y sus cómplices, debe descartarse. No obstante, el esquema bi monetario actual representa un vertedero importante para el lavado de divisas mal habidas.
En el estado en que se encuentra la economía venezolana, la dolarización –como cualquier esquema de estabilización macroeconómica conservando el bolívar—sólo podría funcionar en presencia de un muy generoso apoyo del FMI, que incluya la reestructuración de la cuantiosa deuda del país para aliviar, significativamente, su servicio. Las posibilidades de ello pasan por un programa de estabilización que ataque las enormes distorsiones generadas por el régimen de expoliación, restituya las garantías económicas y emprenda un proceso profundo de reforma estructural que haga viable la gestión pública y el reembolso de los empréstitos contraídos. Por otro lado, la posibilidad de sostener salarios dignos, que no se deterioren en el tiempo, no sólo está sujeto a que se cuente con una moneda estable. Depende de que aumente de manera sostenida la productividad laboral. Ello es función de la inversión, de la innovación y el cambio tecnológico, de la capacitación y la formación de talentos, y del despliegue amplio de la iniciativa privada, en un marco institucional inclusivo que genere seguridades y confianza. Es decir, la antítesis de la situación actual.
La dolarización, en absoluto, es la solución mágica a nuestros problemas. La única opción para abrirle las puertas a esa posibilidad es salir de este nefasto régimen.
Humberto García Larralde es autor del libro, Venezuela, una nación devastada. Las nefastas consecuencias del populismo redentor, Ediciones Kalathos.
[2] Ecoanalítica, “Una Venezuela diferente: Perspectivas 2021”