Tras el fracaso de la política exterior norteamericana sobre Venezuela iniciada por Obama, la cual pudiera definirse como de “brazos caídos”, y la puesta en práctica por Trump que si bien fue más activa pecó de “ingenua”, no hay motivos, ni razones, para pensar que la situación actual sufrirá cambios importantes en el año que se aproxima. Una conclusión que comparten millones de venezolanos tanto dentro como fuera de su país que sin ser analistas, ni conocer la mayoría de ellos de política, perciben y sufren como una realidad palpable todos los días de su existencia, con la desilusión y la frustración, pero sin perder la esperanza, de que en algún momento al levantarse y mirar las noticias verán con júbilo que Maduro se ha ido para siempre de sus vidas.
Algo similar sucede cuando se conversa con cualquier venezolano sobre las causas que han llevado en estos veintidós años a que el país se haya desfigurado y transformado en otro tan diferente. Muchos culpan a las diversas corrientes políticas, en términos generales, de que no se haya podido salir de Maduro, aunque la causa en concreto de mayor coincidencia señalada por todos ellos, es la falta de cohesión de esa dirigencia opositora alrededor de un objetivo común, antes del cual colocan sus apetencias personales.
Hacer a la oposición política parte del problema no es algo nuevo. Es un viejo resabio que veintidós años después del arribo de Chávez al poder aún se mantiene entre los venezolanos, incluso entre los más jóvenes, hombres y mujeres, no mayores de treinta años, que eran niños entonces, o que nacieron en lo que va de siglo, pero desprovistos de memoria para recordar cómo fue que empezó todo este proceso de descomposición del país. Una realidad que hay que aceptar y con la cual hay que convivir, y que si bien no inculpa directamente a ninguno de los dirigentes políticos que se han fijado como objetivo acabar con la denominada “usurpación”, de las decisiones de Chávez en el pasado, o de Maduro en el presente, tampoco los exculpa de las consecuencias de sus propias decisiones tomadas a la luz de las responsabilidades que bien como dirigentes políticos o más concretamente como gobernadores, alcaldes, o diputados, durante todo ese tiempo, han materializado en el ejercicio de sus cargos. Y decimos esto porque una vez más la figura de Juan Guaidó, a quien le ha tocado una muy delicada y difícil tarea en estos dos últimos años, que no todos han comprendido, ni agradecido, se pone de nuevo en la palestra.
Para muchos venezolanos y también, por qué no decirlo, algunos dirigentes opositores, la aparición de Juan Guaidó convertido repentinamente en presidente interino de Venezuela, luego de recibir el reconocimiento internacional de los Estados Unidos y el respaldo de un medio centenar de países, vino a ser algo así, como la intromisión inesperada de alguien que siendo prácticamente un desconocido, más allá de su curul de diputado, interrumpía con un aval y una fuerza impensada en la escena pública, o para ser más precisos, en el mazo de la baraja política presidencial. De ahí que lo primero que se le requirió, fue un pronunciamiento público renunciando a ser candidato a la presidencia, pues su interinato, cuya finalidad principal era convocar a elecciones una vez ido Maduro, así lo requería.
Luego de la demostrada inutilidad tanto de las medidas de presión internacional como de las sanciones económicas mediante las cuales se pretendía hacer claudicar al régimen de Maduro, pero sobre todo, del fracaso de la denominada Operación Libertad que dejó para el recuerdo aquella solitaria imagen de Guaidó y de Leopoldo López parados, ambos, en el medio de una conocida autopista caraqueña, esperando un final feliz que nunca llegó, y en la cual muchos venezolanos vieron encarnados a dos de los candidatos con más chance de ganar unas elecciones que parecían cercanas, el transcurrir de Guaidó por los recovecos de su interinato, no ha sido nada fácil. Una especie de limbo donde el desgaste de su imagen entre propios y extraños, además del de la propia circunstancia que lo vio nacer como presidente temporal, han dejado pendiente de un hilo el apoyo externo recibido hasta ahora.
En este sentido se hace difícil interpretar, pues no ayudan a la causa, las últimas decisiones adoptadas por Guaidó, que pudieran calificarse de arriesgadas e incluso desesperadas, por decir lo menos, utilizando la Comisión Delegada, pues el parlamento legalmente se encuentra de vacaciones, pensadas, no cabe duda, bajo la óptica de un más que probable triunfo de Trump en las pasadas elecciones y ante la inminencia de encontrarse con esa calle ciega que supone el día 5 de enero próximo cuando finaliza el periodo constitucional de la actual Asamblea Nacional sin que exista ninguna otra electa, válidamente, que pueda sustituirla. Ese aval tan necesario, en cualquier caso, para el reconocimiento internacional de esas medidas tomadas por Guaidó, y por las que Maduro, aprovechando que Trump no estará, amenaza con meterlo en la cárcel, depende ahora del soporte político que el nuevo gobierno de Biden, aún en formación, les otorgue, por lo que se hace difícil creer, aun dándole el beneficio de la duda, que Guaidó lo haya podido obtener al día de hoy.
Quienes piensan todavía que Guaidó ha sido durante estos dos años de sinsabores, un estorbo dentro de la oposición; una especie de lance del azar político que no fructificó, ven en esas últimas decisiones el final de su ciclo. Un desenlace que conoceremos luego de que Biden tome posesión de su cargo, pero que con Guaidó o sin él al frente de una presidencia interina, con o sin Asamblea Nacional, con o sin diputados, no debería ser un obstáculo, sino una oportunidad inmejorable, para que se produzca una recomposición de la plataforma política opositora cuya única meta sea, dejando las diferencias a un lado, la de hacer causa común por Venezuela. Eso es lo que, al menos, todos los venezolanos que quieren salir de Maduro esperan del próximo año. ¡Brindemos por ello!
@xlmlf