El juego con las cifras del coronavirus, cifras en cuyos informes dentro de Venezuela, ni fuera de ella, nadie confía, como no se confía en ninguna estadística manipulada por el régimen terrorista que se nos impone; ese juego, como todo lo “tocado” por ellos, está pensado preeminentemente de manera política.
No son sólo los insultos, las terribles descalificaciones, a otros dirigentes mundiales como Trump, Bolsonaro (el ensañamiento con Colombia se hizo notar, crudo) o la risible comparación entre los totales de contagios en Estados Unidos, Europa (casualmente con énfasis en el Reino Unido) o Brasil, como si la cantidad de población o las posibilidades de controlarla fueran similares siquiera a la nuestra. No. No es sólo el ridículo ofrecimiento de que con su 7 por 7, que en realidad no es control alguno, pueda salvarse al mundo de la peste china. Basta aproximarse al metro o a cualquier otro transporte público o a las fiestas, o los estadios, para comprobar el aglomeramiento irrefrenable y descuidado de nuestra ciudadanía. El régimen terrorista pretende, reiteradamente, y la cadena pública (y libre) del domingo pasado fue altamente elocuente, hacer ver que somos los aladides mundiales en la contención de la pandemia. Incluso desde el surgimiento de ésta. Una expansión y un cubrimiento discursivo que ha regado ese propio régimen, buscando su crecimiento y florecimiento como una planta casera. La verdad es muy distinta: no se ejecutan suficientes pruebas, no se conoce en ningún lado la verdadera situación en el país respecto a la enfermedad y mueren o se contagian a diario muchos más de los pacientes que pueden ser reconocidos. Abunda el secretismo, abunda, a propósito, la desinformación. Se busca exaltar a Cuba y Venezuela (como líderes del ALBA, además), contra los enemigos continentales y extracontinentales de sus nefastos regímenes.
Pero la manipulación política de las cifras del coravid-19 va mucho más allá. En diciembre dieron rienda suelta a las “festividades” por un interés básicamente electoral y populista: que las personas no tuvieran límite alguno para votar y los “partidos políticos” participantes del adefesio en el que se les impuso cívicamente la abstención por el asco que produjeron los actos comiciales, pudieran desempeñarse a criterio. A sus más placenteras anchas. También para que se produjeran compras, ventas y movimientos económicos menos lesivos al desempeño de la “moneda” y otros efectos del mismo tenor.
La cadena nacional de radio y televisión (sin censura) del domingo fue burlesca y amenazante, veladamente amenazante: que nadie salga si no tiene algo sumamente importante que realizar fuera de casa. Y, Maduro llamó a las fuerzas del “orden público” a hacer cumplir ese mandamiento. O sea, parálisis política también. Eso incluye movimientos de partidos, de diputados, de ciudadanos dispuestos a continuar las protestas y de buscar alguna juntura para ripostarle de algún modo sus agresiones a la tiranía amenazadora y criminal (lo de La Vega sirva de ampliación de los registros en la muestra del terror causado a la población recurrentemente). Cadenas apretadas, pues. Yugo candente manifiesto. Habló el supuesto (impuesto) jefe del Estado de la programación de actividades carnestolendas y de Semana Santa. De festividades. En realidad para nada les importa el virus chino, los contagios, las muertes. Sólo les interesa prolongar su estancia en el poder hasta más allá de Semana Santa. Para irla arrimando así, quedos, hasta diciembre, de nuevo. Y, para ello, la mejor estrategia, la que les resulta más afortunada, es la contención de la ciudadanía, de cualquier brote de reuniones o de tensión interna. El coronavirus se transforma en su arma política de tira y encoje.
Esto implica que debemos llevarle la contraria con acciones inmediatas, mediatas y más definitivas que les agüen la fiesta a la que apuntan: la electoral.