Carlos Rodríguez Braun: Capitalismo y moral

Carlos Rodríguez Braun: Capitalismo y moral

Una antigua tradición antiliberal considera que el anticapitalismo ostenta una primacía ética sobre el capitalismo. Ya hemos hablado del tema en alguna oportunidad en este rincón de Actuall.

Pero conviene añadir que, al revés de lo que suele pensarse, esta falacia no queda contenida exclusivamente en el ámbito comunista o socialista, porque también la han compartido y la comparten los fascistas, cuyo anti-individualismo guarda similitudes con el de los discípulos de Marx y Lenin.

La caída del muro de Berlín provocó dos curiosos movimientos entre los críticos éticos del capitalismo.





Desde el lado de la izquierda, indudablemente la más golpeada por el colapso comunista, arreciaron, incluso en ocasiones desde el socialismo más moderado, los mensajes que, dentro de una crítica general al capitalismo, rebautizado como “neoliberalismo”, subrayaron el carácter antifascista de los autodenominados progresistas.

La estrategia, sin duda inteligente, es también llamativa, dadas las conocidas concomitancias entre los totalitarismos de cualquier laya. No por casualidad habló F. A. Hayek de “los socialistas de todos los partidos” en Camino de servidumbre. La aparición estelar de Podemos en la política española dio ocasión de comprobar que, efectivamente, la izquierda presenta diáfanos ingredientes fascistas.

Desde el lado de la derecha, en un heterogéneo abanico que abarca desde los conservadores a las variantes más extremas del antiliberalismo de corte nacionalista o fascista, se intensificaron también las condenas morales contra el capitalismo. Es posible que esto forme parte de una estrategia de marcar el terreno y reivindicar para sí una lucha en la que habían descollado los ahora desacreditados comunistas –no por casualidad, éstos emprendieron estrategias de huida y disfraz, transformándose en populistas más o menos descaradamente.

En los frentes de la derecha que simpatizan con el catolicismo, se ha desempolvado a Chesterton, a menudo interesadamente, pero lo más habitual es que naden en la tinta del calamar, o deambulen en torno a la Torre de Babel, donde cualquier cosa que se dijera daba igual. Obviamente, no se trata de que su antiliberalismo los impulse a identificar la inmoralidad comunista con la capitalista: los muertos en Rusia y China no pueden ser comparados con los “asesinatos” de los capitalistas en Canadá o Suiza, pongamos por caso.

Entonces, lo que hacen es aceptar esta brecha en los crímenes, pero centrar la inmoralidad capitalista en el consumismo. La crítica reviste interés, porque tiene una base ética indudable si el interés por el consumo nos desvía de nuestras obligaciones morales y religiosas. Pero, claro, una cosa es eso y otra cosa es exagerar la crítica hasta el extremo habitual de considerar cualquier consumo como malo, y cualquier empresa como opresiva engañadora del pueblo, al que logra vender basura que el pueblo no necesita.

Se ha llegado incluso a acusar al capitalismo de acabar con la familia y la natalidad, cuando fueron los comunistas chinos los que prohibieron tener más de un hijo. Y hay que notar que, en los países no comunistas, los que promovieron el control de la natalidad no fueron los empresarios capitalistas sino los políticos, tanto en los Estados nacionales como en las burocracias internacionales, empezando por la ONU.

Por fin, la norma, tanto a derechas como a izquierdas, es que las reprobaciones éticas del capitalismo no ponderen la moral del anticapitalismo.


Este artículo fue publicado originalmente en Actuall (España) el 11 de enero de 2021.