Elías Cisneros recibe a los invitados con la misma pasión con la que habla de sus helados. Los más de mil sabores que ofrece en el local, ubicado en El Hatillo, son sinónimo de orgullo en un mercado económico que atraviesa una fuerte crisis, pero en el que decidió innovar con una técnica tailandesa que ha sido bandera en su apuesta por Venezuela.
Raylí Luján / La Patilla
Hace un año y poco más de ocho meses, el joven publicista de 35 años, que había estado aprendiendo la técnica en Florida durante 2017, logró materializar el sueño que había estado rondando en su mente desde que trabajó en una heladería en Estados Unidos. La cara de alegría de los niños a los que les presentaba el helado en forma de rollitos quería verlas también en su país natal y eso fue lo que lo impulsó.
“¿Quién se va a regresar a Venezuela cuando está bien?”, se preguntó varias veces y se encontraba siempre con la necesidad de volver a sus orígenes para traer novedades. Estuvo hasta seis meses practicando la técnica, sufrió de túnel carpiano y esperó por inversionistas hasta alcanzar ese título de pionero que hoy le acompaña.
La técnica consiste en hacer helado en una plancha de acero inoxidable, con compresor adentro que hace que la lámina llegue a unos -20 grados. Esa maquinaria la trajo desde China y luego se le ocurrió revisar los portales nacionales de venta y compra, donde se topó con algunas de ellas, que a los meses se agotaron. Pensó que la competencia podría llegar en cualquier momento y eso más bien le entusiasmó a ir más allá de lo obvio.
Elías y su esposa se dedicaron a buscar una base del helado, que es artesanal y no industrial, adaptada al sabor venezolano con ingredientes criollos y otros estadounidenses. Fueron pasando de una lista de 13 bases, a ocho, y finalmente a dos, con las que fueron trabajando. El amor y el cariño fueron elementos claves en la producción.
“Esto no es un negocio para mi, esta es mi pasión. Veo rostros saliendo contentos, no vemos números. Buscamos complacer a todos los paladares. No buscamos usar productos importados, aquí nosotros ofrecemos calidad. Tratamos de que todos los helados estén englobados”, explica al referirse a esa variedad de sabores, que le comparan con la heladería Coromoto en Mérida.
Asegura que en su tienda puede ofrecer hasta más de mil sabores, todos los días, dándole personalidad a sus helados inclusive. “No limito a los sabores que vendo sino a los que quieran comer. La base artesanal la mezclamos con galletas o chocolates, frutas. También nos fuimos mas allá, con licores, o algas marinas, le ponemos maní, jengibre y salsa teriyaki y estás comiendo un helado-sushi”, agrega.
Durante el confinamiento por Covid-19 en Venezuela desde marzo 2020, se vio obligado a adelantar un proyecto relacionado con su marca. Poder ofrecer sabores ya preparados en envases para la casa se convirtió en un alivio mientras la normalidad regresaba.
Considera que el país necesita más ideas innovadoras, que permitan mantener ese capital humano anclado en Venezuela. Desde su trinchera, buscará expandirse aunque no desea convertirse en franquicia. Insiste en que emprendimientos como este lo que más requieren es pasión. Esa que además le ha contagiado a sus trabajadores.