Las decenas de arrestos, los cortes de internet y los discursos nacionalistas registrados esta semana tras el golpe de Estado militar, que puso fin al gobierno civil de Aung San Suu Kyi, hacen que Birmania retorne a un lugar sombrío de su historia.
El país ha vivido bajo el yugo de la dictadura militar durante más de 50 años desde su independencia en 1948 y un sentimiento de ‘déjà-vu’ impregna el ambiente.
Las detenciones se multiplican. Mya Aye, exlíder del movimiento “Generación 88”, violentamente reprimido por la junta hace 33 años, fue detenido el 1 de febrero y su casa fue registrada horas después del golpe.
Este militante de 54 años fue arrestado varios meses en 1988 y después en 2007 y era consciente de que los acontecimientos podían precipitarse. “Había preparado un bolso con alguna ropa y pasta de dientes por si acaso”, dice su hija Wai Hnin Pwint Thon, a la AFP. “No sabemos dónde está ahora”.
La preocupación es la misma entre los familiares de Min Htin Ko Ko Gy, del que no se sabe nada desde el lunes. Este director de cine y activista birmano ya estuvo encarcelado en 2019 y 2020 por sus críticas al ejército.
Tras su detención, “unos hombres vinieron a buscar ropa, comida y sus medicinas. Desde entonces, nada”, dice su sobrino, Kaung Satt Naing, preocupado porque su tío sufre problemas cardiacos.
Tras el arresto de Aung San Suu Kyi, jefa de facto del gobierno civil, y de otros líderes de su partido, la Liga Nacional por la Democracia (LND), los generales golpistas ampliaron el círculo y detuvieron a escritores, monjes, estudiantes y activistas.
– Más de 150 arrestos –
En total, más de 150 personas han sido arrestadas, según la Asociación de asistencia a los presos políticos, una ONG con sede en Rangún.
Habrá sin duda más, pero es muy difícil obtener datos fiables en este país muy hermético, lamentan los analistas.
“Decenas, o tal vez centenares de activistas y periodistas, han huido de sus casas y están escondidos”, estima Phil Robertson, director adjunto para Asia en la ONG Human Rights Watch. “Sus nombres están en las listas y pueden ser detenidos en cualquier momento”.
El acceso a internet también sufre serios cortes en todo el país y los generales han ordenado a los proveedores que bloqueen el acceso a Facebook, herramienta de millones de birmanos, Twitter e Instagram y a los datos móviles en los teléfonos.
El ejército birmano siempre ha jugado la baza nacionalista en este país mayoritariamente budista y los discursos contra los “traidores a sueldo de países extranjeros” no han tardado en resurgir entre los partidarios del golpe.
Además, el ejército birmano “parece no inmutarse ante las condenas internacionales y sigue usando la violencia como lo ha hecho en el pasado”, dice Sophie Boisseau du Rocher, experta en Asia en el Instituto francés de relaciones internacionales.
Pero, al contrario de lo ocurrido en las revueltas de 1988 y 2007, violentamente reprimidas por los militares, esta vez las cosas cambian y la resistencia sigue organizándose en internet, muchas veces gracias a las conexiones VPN que permiten escapar de las restricciones en el país.
Desde que se oficializó el golpe, las protestas aparecieron en Facebook y los diputados retransmitieron en directo sus detenciones.
En la red social aparecieron grupos que llamaron a la “desobediencia civil” y pronto recibieron el apoyo de abogados, médicos y funcionarios públicos.
La población más joven, que ha vivido las elecciones democráticas de 2015 y 2020, tiene el hábito de expresarse públicamente. “Somos la nueva generación, no hemos dudado en usar nuestra voz y las herramientas tecnológicas a nuestra disposición para defender lo que nos parece justo”, dice la activista Thinzar Shunlei Yi, que lanzó un grupo de protesta en internet.
El sábado, unas 3.000 personas salieron a las calles de Rangún. Fue la manifestación más importante desde el golpe de lunes.
“No queremos que la generación que venga después sufra como nosotros hemos sufrido”, decía Lwin Kyaw, de 49 años.
AFP