El pianista y compositor estadounidense Chick Corea, fallecido a los 79 años a causa del cáncer, deja uno de los legados más impresionantes del mundo del jazz, con 23 premios Grammy y casi un centenar de álbumes en los que convirtió el género en un océano de intercambios, ya fuese a orillas del rock, los sonidos latinos, la música clásica o el flamenco.
Ya había grabado el excepcional “Tones For Joan’s Bones” (1966) y colaborado con Dizzie Gillespie y Sarah Vaughan cuando publicó “Now He Sings, Now He Sobs” (1968), considerado el gran arranque de su carrera discográfica en solitario. En él, junto al bajista Miroslav Vitous y Roy Haynes, trazó un disco aún clásico, pero su calidad sirvió para mostrarle al mundo su virtuosismo a las teclas.
El que llegaría a gran adalid del jazz fusión no tardó en sentirse hipnotizado por la vanguardia musical tras su integración en la banda de Miles Davis en lugar de Herbie Hancock, justo cuando este emprendió históricos proyectos experimentales como “In a Silent Way” o “The Bitches Brew”.
El resultado fue “Paris-Concert” (1972), que hizo como parte del cuarteto Circle (con Anthony Braxton, Barry Altschul y Dave Holland), en el que dejó volar su creatividad a costa de la ortodoxia en las armonías tradicionales.
Pero el gran salto de su carrera llegaría con “Return To Forever” (1972), el álbum del éxito “La fiesta”, que abrió camino al encuentro con el flamenco y está considerado una de las obras magnas del jazz.
Para él reclutó a Stanley Clarke al bajo (en el primero de sus muchos encuentros), Joe Farrell al saxo y flauta y a Airto Moreira en la percusión y su mujer Flora Purim como vocalista, cuyo toque brasileiro se convirtió en algo mágico al contacto con el teclado eléctrico de Corea.
El mismo equipo intentó replicar la pócima y el fruto volvió a ser sobresaliente, con grandes momentos en solitario, incluido el propio Corea en cortes emblemáticos como “500 Miles High”, “Captain Marvel” y, sobre todo, “Spain”, escrita por él a partir del “Concierto de Aranjuez” de Joaquín Rodrigo que 12 años antes ya había usado con igual maestría Miles Davis en “Sketches of Spain”.
No sería el final de Return To Forever como formación, ni mucho menos. En su siguiente encarnación, para el álbum “Hymn of the Seventh Galaxy” (1973), incorporó la guitarra eléctrica de Bill Connors y la batería de Lenny White, ensanchando de nuevo los límites del jazz, esta vez hacia el rock, que Corea asumió de buena gana con sintetizadores y composiciones como “Captain Senor Mouse” o las dos partes de “Space Circus”. Un viaje por el espacio.
Surgieron después proyectos absolutamente personales e igualmente memorables como “My Spanish Heart” (1976), en el que su autor puso los dedos al servicio del jazz fusión electrónico y el corazón al de sus orígenes latinos. Así surgieron dos suites del tamaño de “Spanish Fantasy” y “El Bozo”, en un trabajo que reunía la calidez de su “pianissimo” y el riesgo de unos cambios de tempo indómitos.
Las colaboraciones de lujo junto a músicos y amigos bien avenidos fueron marca de la casa durante toda su carrera, especialmente a finales de los años 70, cuando además del álbum “Friends” lanzó dos entregas como testimonio de su encuentro en directo con otro grande de las teclas, Herbie Hancock, con el que había girado por EE.UU.
Entre esos alíados esporádicos apareció el guitarrista español Paco de Lucía, que en 1982 participó en “Touchstone”, en el que volvió a retomar la senda del flamenco mediante el diálogo de instrumentos enchufados y los orgánicos.
Y es que, aunque Corea fue uno de los grandes impulsores del jazz electrónico con su Fender Rhodes, también fue considerado una figura clave del piano acústico. Lo atestiguó por ejemplo en trabajos como el aplaudido “Remembering Bud Powell” (1997), en el que rindió tributo a uno de sus iconos, Bud Powell, figura fundamental del bebop.
De nuevo conectado a los vatios, los años 80 estuvieron marcados especialmente para él por Elektric Band, que formó con el guitarrista Frank Gambale, el saxofonista Eric Marienthal y el bajista John Patitucci. Ello dio lugar a álbumes como “Eye Of The Beholder” (1988), considerado de los mejores discos de fusión de la década, con un sonido que volvía a mirar al rock.
Corea nunca dejó de lanzar discos a un ritmo vertiginoso y a girar sobre sus pasos. El nuevo siglo, por ejemplo, vio cómo emprendía revisiones de la música clásica, con Mozart en el horizonte.
Pasada la edad de jubilación, cuando otros artistas podrían haber dado por forjada su leyenda y haber bajado revoluciones, creó una nueva formación con jóvenes talentos que confluyeron en uno de sus trabajos de madurez más inspirados, “The Vigil” (2013).
Su extensa producción, de hecho, llega hasta 2020, cuando lanzó “Plays”, que era un reflejo del eclecticismo de toda su obra, ya fuese rindiendo homenaje a Mozart, Gershwin, Bill Evans, Antonio Jobim o Thelonious Monk.
EFE