Su casa no llamaba especialmente la atención. Es cierto que podían haber entrado a robar allí como a cualquier otro chalé de la zona pero no era un matrimonio especialmente acaudalado. El problema fue que, por circunstancias, en ese momento guardaban bastante dinero en efectivo en casa y lo supo quien no debía: dos hermanos de 55 y 64 años con una inmobiliaria en Madrid que daban los chivatazos a un grupo organizado dedicado a los robos con violencia. Uno de estos hermanos conocía a las víctimas y fue quien les puso en la diana. Comenzaron a seguirles para averiguar sus rutinas pero, en lugar de entrar en la vivienda cuando no estuvieran o aprovechar su presencia para maniatarles y pedirles la información que quisieran, prefirieron secuestrarles y llevarles a su terreno.
Por larazon.es
Ocurrió hace un año, cuando este matrimonio, de mediana edad, decidió escaparse un fin de semana de turismo al Cañón del Río Lobos, que dio nombre a la operación. Fue cuando regresaban por la N-110, en la provincia de Segovia, cuando notaron que les seguía un BMW. Pronto les adelantó: tenía un rotativo azul y parecía, por tanto, un coche policial camuflado. Ellos se pararon y vieron cómo se bajaron del vehículo tres personas encapuchadas, con chalecos de policía y con una pistola en la mano. El matrimonio echó el cierre de su coche pero no les sirvió de nada.
Las amenazas con el arma de fuego apuntándoles a la cara les obligó a hacerles caso. No tenían ni idea de qué iba todo aquello. No tenían tanto dinero, no estaban metidos en asuntos raros ni tenían –que supieran– problemas con nadie. Como si de una película se tratara, en cuanto se bajaron comenzaron a agredirles y les metieron en dos coches distintos. Habían logrado ver, al menos, un dato importante: uno de ellos era un BMW. Ya dentro de los vehículos, les impidieron seguir viendo nada. Para ello les colocaron, según explicaron las víctimas a la Guardia Civil, una especie de gafas de bucear tintadas. Así no podían ver hacia donde les llevaban pero sí pudieron describir a los agentes sus sensaciones. Les «marearon» durante dos horas: unos 5 minutos por camino «abrupto», otros tantos más rápido por un camino más liso, lo que permitía inferir que habían tomado una autovía… Todos los detalles que podían recordar de aquellos momentos de máxima angustia (ni siquiera sabían si se iban a volver a ver entre ellos) fueron de vital importancia para averiguar los investigadores hacia dónde pudieron dirigirse.
Sentados cara a cara
Porque la siguiente vez que a ellos les retiraron las gafas ya fue en el lugar escogido por el líder del grupo: un contenedor de mercancía «abandonado» en una finca a las afueras de la localidad toledana de Fuensalida. Aunque el matrimonio, lógicamente, no tenía ni idea de dónde estaban.
Como en una escena de película, les sentaron frente a frente, les retiraron las gafas y comenzaron a propinarles una paliza a los dos con la intención de que el uno observara lo que le hacían al otro y aumentar así su sufrimiento. Querían saber la contraseña para desactivar la alarma de la casa, las claves de la caja fuerte de su chalé de Mirasierra, dónde tenían las joyas, los relojes, todo lo que fuera valor. Ellos, lógicamente se lo dieron enseguida, no hubiera hecho falta esa paliza. Mientras iban facilitando por teléfono todos los detalles a otro miembro de la banda, que se encontraba en el chalé de las víctimas, los golpes no cesaron. Fueron unas cinco horas de horror, hasta el punto de que ella pedía a sus secuestradores que la mataran, según fuentes de la investigación. Las torturas terminaron cuando los que estaban en el chalé terminaron. Los investigadores hablan de un «buen botín» en dinero y joyas pero nunca una cifra tan desorbitada que justificara semejante violencia.
Abandonados en la M-607
Tras las torturas, les volvieron a meter en el coche y, tras otro viaje, les soltaron en un punto determinado de la M-607. Desde la carretera de Colmenar llamaron a un amigo que les rescató y tardaron un par de días en denunciar los hechos ante la Guardia Civil. Los «malos» tuvieron la mala suerte de que el caso cayó enseguida en manos de la UCO; concretamente, de la Sección de Delincuencia Organizada Contra el Patrimonio que, junto con la Policía Judicial de la Comandancia de Segovia se puso manos a la obra. La investigación estuvo desde el primer momento tutelada por el Juzgado de Instrucción número 1 de Sepúlveda, donde se produjo el asalto inicial.
200 kilómetros a analizar
Tras tomar declaración a las víctimas para tratar de exprimir la máxima información posible como el itinerario (desde que les cogieron hasta la nave y desde ésta hasta la M-607), los coches, las voces de ellos… todo lo que hubieran visto y oído durante aquellas interminables horas sería de gran utilidad para estos agentes que se enfrentaban al reto de identificar a un grupo extremadamente violento que podía volver a actuar en cualquier momento. Luego llegaron los meses de trabajo: cribado de matrículas, cámaras a lo largo de 200 kilómetros de todo tipo de carreteras, gasolineras, repetidores de telefonía… todo para reconstruir posibles itinerarios.
Los investigadores lograron centrarles en tiempo récord: en poco más de un mes ya sabían quienes eran varios de sus integrantes pero aún faltaba gente. Con las autorizaciones judiciales pertinentes, intervinieron sus teléfonos, balizaron coches… emplearon todos los recursos necesarios para llegar a ellos y, lo más importante, el escenario de la tortura. Así, tras llegar a la zona de Ventas de la Retamosa, se toparon con este barracón de Fuensalida: ese contenedor de mercancías y que pintaba poco o nada en aquel solar a las afueras del pueblo junto a una caseta de madera prefabricada.
Durante los seguimientos y las escuchas al grupo, los agentes no solo dedujeron que se habían dedicado al tema de los «vuelcos» (robar droga o dinero durante un pase entre narcotraficantes) sino que detectaron que estaban planeando otro golpe: esta vez era una nave de tecnología situada en un polígono industrial del sur de Madrid. Tenían todo planeado, estuvieron vigilando muchos días hasta que detectaron que el vigilante se quedaba solo una noche a la semana. Así, pretendían secuestrarle con el mismo fin: retenerle con violencia para ellos meter dos camiones y llevarse la mercancía. Pero esto era ya en el mes de marzo tuvieron que abortar la misión primero porque les faltaba el líquido «AdBlue» del coche y luego ya vino el confinamiento.
Los agentes, no obstante, siguieron con las vigilancias y lograron identificar a los cuatro integrantes del grupo «operativo» aunque, según un responsable de la operación, el matrimonio hablaba de «cinco voces diferentes», por lo que no descartan practicar más arrestos. Tras identificar a los violentos (todos tenían antecedentes por robos con violencia, y uno, incluso, por homicidio), dieron con los dos hermanos de la inmobiliaria, los «santeros», encargados de dar los chivatazos. Ellos no contaban con antecedentes. Quizás su negocio les servía para saber en qué casas había dinero o, por ejemplo, obras de arte. En total son seis individuos de entre 26 y 49 años, españoles menos el más joven, de origen rumano. Todos ya han ingresado en prisión preventiva.
Ha sido en ese momento cuando las víctimas han podido dormir tranquilas. Las secuelas no solo fueron físicas. De las graves lesiones sufridas tardaron varias semanas en recuperar pero las más graves fueron las psicológicas. Al menos la mujer, según fuentes cercanas, continúa en tratamiento psicológico y la pareja tardó ocho meses en poder regresar a su casa. El shock de todo lo vivido les impedía hacer vida en su vivienda con normalidad sin pensar que volverían a hacerles daño. Es más, es muy probable que se muden.
Uno disparó a un agente durante su arresto
No fue sencillo organizar la fase de explotación de la «operación Río Lobos». Tenían que coordinar seis registros simultáneos y, durante las vigilancias previas surgieron un par de contratiempos: uno de los objetivos bajó a Andalucía y otro discutió con la mujer y durmió un par de días fuera de casa. Afortunadamente todo se pudo hacer según lo previsto y pudieron entrar en sus domicilios. Uno de ellos, no dudó en disparar contra un agente mientras la Guardia Civil trataba de acceder a la vivienda. Solo le rozó el cuello y no hubo que lamentar ningún daño de gravedad. En las viviendas los agentes encontraron equipación completa para hacerse pasar por agentes sin ningún problema, lo que se conoce como «policías full». Tenían gran cantidad de prendas de uniformidad policial como uniformes, gorras, chalecos identificativos, chalecos antibalas, placas policiales identificativas, rotativos de vehículos policiales, así como matrículas falsificadas, dinero en efectivo y joyas. También dos armas cortas de fuego (que están siendo analizadas por Criminalística por si estuvieran implicadas en otros casos) y una escopeta de cañones recortados, varias armas simuladas, pistolas táser, armas blancas y grilletes.