La Corte Penal Internacional, CPI, no se creó para derrocar gobiernos. De hecho, tampoco ha derrocado ninguno. Otra cosa, es que haya servido para apuntalarlos, para entronizarlos más y mejor, como ocurrió con las narcotiranías, primero, de Hugo Chávez y muerto o asesinado éste, de Nicolás Maduro.
En septiembre de 2009, el libio, Muammar Gadafi -procesado, por la CPI, cuando ya era demasiado tarde- organizó una bacanal de varios días, a la que convidó a casi todos, los desgobernantes gamberros del Planeta. Se conmemoraban los 40 años de su tiranía. Omar Hasan Al Bashir y Hugo Chávez, desgobernantes de Sudán y Venezuela, respectivamente, entre los comensales y/o bebensales. Fue amor a primera vista. Chávez, invitó a su par, de inmediato, a Caracas. Este último, aceptó, pero la gira nunca se concretó. Quizás, se arrepintió ante la creciente mala fama, de su frustrado anfitrión
Por cierto, contra Al Bashir, genocida de siete suelas, la CPI acababa de expedir, marzo de ese mismo 2009, orden de captura internacional dentro de un expediente judicial plagado de los vicios, que han sido marca de fábrica de la CPI..
A Bashir, no lo depuso la CPI. Esta última, ni siquiera logró detenerlo porque el sujeto en cuestión, pasó diez años mofándose de su pretendida captora. El que, finalmente, lo depuso y apresó, como pudo, fue el valeroso pueblo sudanés, a comienzos de 2019. Hoy, Al Bashir, está bien preso, pero no por cuenta de la CPI, sino por pronunciamiento de la justicia sudanesa.
Desde que el Estatuto de Roma entró en vigor, la CPI, se ha visto envuelta en escándalos de toda laya. Acosos sexuales, maltratos laborales; destituciones ilegales generadoras de indemnizaciones millonarias a favor de los cesanteados; amiguismo, compinchismo o “coatismo” como le dicen en México; sobornos, manos en la masa y a cielo abierto; cordones umbilicales con el narco; valimientos y tráfico de influencias, en todos sus matices, sabores, colores y pestilencias; gavillas, cárteles o “tribus”, “La Mafia de las Togas”, la más famosa. Todo vale a la hora de servir de burladero a los responsables de genocidios, crímenes de guerra, agresión y de lesa humanidad. Y en La Haya, no hay almuerzos gratis.
¿Fracturará, el nombramiento del viernes pasado, del británico, Karim Khan, como nuevo Fiscal Principal de la CPI, la dinámica de encubrimiento y complicidad, por no decir de proxenetismo, que ha campeado fueros en el organismo?
Hay quienes aseguran, que la inoperatividad de la Corte Internacional de La Haya, como también se le denomina, es estructural. Resulta evidente, que la muy cuestionada Fiscal Principal, saliente del organismo, no actuaba en solitario en su espiral de lenidad. Sus tentáculos iban, desde algunos jueces de la CPI, hasta las instancias contraloras o fiscalizadoras del propio organismo, pasando, por la embajada en La Haya, del narcotirano de Venezuela.
Decía, Fouché, que “El hombre hace al cargo, no el cargo hace al hombre”. De la misma debilidad estructural de la CPI, se quejaban los detractores de la Organización de Estados Americanos, en tiempos en que fue dirigida por el funesto José Miguel Insulza. Pero salido éste, lo remplazó en la secretaría general, el señor Almagro y la OEA se revitalizó, tomó nuevos bríos y hoy goza de la auctoritas, que después de todo, es herramienta imprescindible para tal clase de organismos.
Los venezolanos, no aspiramos a que el nuevo Fiscal Principal, derroque al desgobierno paria de Maduro. Esa, no es su función. Lo que demandamos, es el cese de la impunidad para los crímenes gravísimos cometidos en Venezuela en los últimos 20 años. Justicia para las víctimas y sus familiares. Esperaremos por el señor Khan, con cauteloso optimismo.
@omarestacio