Ahora cuando los pobres y la pobreza, con su mortaja de podredumbre humana, desparraman por el mundo su hedor, es importante diferenciarlos de aquellos otros que pueblan el submundo y que se encuentran más allá del ‘borderline’ de la vida, esa otra frontera, ese otro límite que son los marginalesy la marginalidad. Los primeros conservan principios y valores sociales, apegados generalmente a las normas y leyes, pero estos últimos no reconocen otra forma de convivencia que no sea aquella de la trasgresión y del discurso violento y de la violencia, pura y dura.
Tristemente esto que indicamos es lo que ‘repugna’ a otras sociedades y gobiernos donde los venezolanos, de lo que he dado en llamar la IV ola de desplazados, están generando caos, no tanto por su cantidad como por ser eso, pobres y sobre manera, marginales. Ya lo ha indicado la profesora de la universidad de Barcelona, España, Adela Cortina, con su acuñado término, ‘Aporofobia’, para diferenciarlo de xenofobia y llamar la atención sobre este fenómeno sociológico y político que afecta a una gran cantidad de países y sociedades.
Todo esto que mencionamos tiene su correspondencia en el lenguaje y se manifiesta en hechos concretos, episodios de la vida diaria y trasciende a otros escenarios, como el político, económico, militar, intelectual, académico e incluso, religioso. Afecta a prácticamente todo el hacer humano. Por eso, mientras pasan los años, sin darnos cuenta, la sociedad venezolana ha descendido al inframundo del lenguaje de la marginalidad con sus correspondientes episodios de tragedias, comenzando por la cotidianidad de la violencia. Es que la marginalidad es, en sí misma, generadora continua de violencia.
El lenguaje de la marginalidad, sinónimo de barbarie, mantiene su carga de violencia, sea en las palabras como en el lenguaje corporal de quien lo práctica. Por ello, el liderazgo político venezolano, por ejemplo, en su generalidad, debe calificarse como barbárico, marginal en tanto sus personajes siempre mantienen un lenguaje corporal y de palabras que socavan toda argumentación basada en la necesidad del lenguaje reflexivo, que siempre debe ser reposado por su naturaleza compleja.
Esto que menciono sobre el liderazgo político lo afirmo sobre la base de haber mantenido desde hace unos cuantos años, cercanía con decena de jóvenes, y no tan jóvenes políticos, quienes poseen un registro idiomático sumamente empobrecido, rudimentario y estructurado a partir de la construcción de ‘palabras muletillas’, por ejemplo, ‘elemento’, término usado una y otra vez en prácticamente todos sus discursos por un joven político nacional.
Pero lo lamentable no es tanto la escasez terminológica como la carga de lenguaje corporal agresivo, retador y malsano que construye en el imaginario del receptor, universos de lenguaje, tanto en la oralidad como en maneras de comportamiento, que llevan una carga de simbolismos que son replicados, copiados y usados cual ‘licencias’ para justificar el discurso del odio, la construcción de estigmas sociales que son los desencadenantes de la violencia generalizada con su saldo cruel de víctimas.
No se crea que al hablar de marginales nos estamos refiriendo solo a quienes nada material poseen, salvo su humanidad destrozada y usada como mercancía de compra-venta. Nos referimos también a quienes mantienen, tanto en su lenguaje oral, gestual y comportamientos trasgresores ante las leyes socialmente aceptadas, una vida cotidiana de permanente ultraje a las mínimas normal sociales.
Existen marginales disfrazados, que usan corbatas LouisVuitton y brindan con Dom Pérignon, otros usan sus vehículos de doble tracción de última generación mientras conversan con celulares sofisticados, viajando por carreteras venezolanas llenas de huecos y tropiezan con los desperdicios de aguas cloacales. Es el total desprecio al Otro semejante, a quien miran de reojo mientras lo suman como ‘objeto’ para el voto.
Es que la mentalidad marginal y los marginales junto con su lenguaje son complejidades que habitan, bien en rancherías, tugurios como en oficinas ultra lujosas, mansiones y centros de convenciones. Ambos tienen en común la permanente trasgresión, la violencia del lenguaje,y, por consiguiente, la cotidianidad en sus actos vandálicos y de pillaje a los bienes públicos y privados.
Venezuela, hoy, ya no es un país competitivo, ni por su petróleo, ni por su hierro-acero, ni por su aluminio, ni por su petroquímica, ni por su oro de sangre, ni por su venta de electricidad. Venezuela, hoy, solo es competitiva por la exportación de su pobreza y marginalidad, que son una mercancía usada para la prostitución, el tráfico de drogas, para la pedofilia y para la venta de órganos.
Es muy difícil erradicar esta peste social, mental de la pobreza y marginalidad en Venezuela. No será ni con votos ni mucho menos, balas. Solo el esfuerzo sostenido, permanente de un proceso educativo-directivo, podrá superar en el tiempo una enfermedad mental instalada en la psique de un inmenso número de venezolanos, quienes cada vez se fortalecen en los rudimentos de un lenguaje que tiene una carga de violencia capaz de tenernos a todos al borde del fracaso, como pueblo y nación.
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