Obviamente, identificar adecuadamente esos problemas y su naturaleza se impone, con vista a aplicar los correctivos y enrumbar su acción por caminos más eficaces a los ya transitados, puestos en cuestionamiento de manera profusa en los últimos tiempos, a veces con razón y en muchas otras ocasiones con frivolidad e ignorancia.
Por los medios oímos voces aquí y allá que critican que no se hable de política, de estrategias y de que solo haya silencio en la dirigencia de los partidos políticos. Y a lo largo ya ancho del país eso es muy cierto.
Por otro lado, otros claman, no solo en los mentideros políticos: “Hay que ponerse de acuerdo”.
Lo cierto es que posiciones contrapuestas y no coincidentes, a la chita callando, abundan acerca de cómo salir del atolladero dramático en que nos encontramos.
Unos hablan de “volver al voto”, como si el pueblo venezolano “se hubiera ido” del voto, y no haya sido la tiranía la que lo vació de contenido, lo esterilizó y convirtió en ineficaz para el cambio político. Otros plantean acuerdos nacionales tan genéricos como fantasiosos, y los de más allá, una negociación que sea creíble con los usurpadores. No faltan los que plantean postergar lo político y concentrarse en los males que sufre la población y en la recuperación económica, así sea bajo las condiciones impuestas por la tiranía.
Así, soterradamente, entre amigos, en las ONGs, por las redes sociales y en la prensa libre que sobrevive, se opina, discute, se redactan documentos y se lanzan comunicados sobre cómo salir del desastre creado por 22 años de autoritarismo, incompetencia, corrupción y de una ideología demencial.
A diario recibimos invitaciones para conversar sobre el qué hacer. Analistas, políticos, empresarios y dirigentes de la sociedad civil, intercambian ideas, formulan críticas y hacen propuestas.
Además del sempiterno asunto de la necesidad de la definición de una estrategia, no deja de relucir el tema de la unidad entre los que se oponen a la tiranía chavo-madurista, como problema fundamental o principal, sin la cual, según muchos opinadores, cualquier estrategia que se adopte no tendría éxito.
Este es, sin duda, un asunto sobre el que quizás hay que reflexionar, más allá del lugar común superficial, suerte de demiurgo, expresión mágica, de que en la unión está la fuerza.
Y cabe preguntarse si es condición sine qua non la tan manoseada unidad para salir de la tiranía.
¿Es realmente ése el problema principal a resolver?
¿De qué tipo de unidad hablamos? ¿Se trata de una unidad solo para la coyuntura o para el logro de la recuperación de la democracia y las libertades? ¿Es una unidad para el reparto burocrático, para lo electoral? ¿Es una unidad porque sí, porque “en la unidad está la fuerza”, independientemente de un acuerdo sobre el cómo alcanzar el objetivo?
En suma ¿Sobre qué hay que “ponerse de acuerdo”?
No es un secreto que en la oposición democrática hay visiones encontradas y que hay liderazgos en pugna, lo cual no es negativo del todo. Por lo demás, es una circunstancia presente y normal en todo proceso político y debe reconocerse como dato incontrovertible.
Que nos une el deseo de sacar de una vez por todas, a los tiranos de Miraflores, pareciera que sí.
Pero también es cierto que tal objetivo compartido pareciera no bastar para su logro. Porque “la madre del cordero” no es otro que el cómo.
Unos plantean una negociación que conduzca a elecciones generales bajo condiciones justas; otros, con “condiciones mínimas”. No faltan los que no les interesan mucho estas últimas, y plantean ir a ellas sin ninguna condición, es decir, como sea, como las imponga la tiranía, incluso sin negociación mediante, y haciendo creer que el régimen respetaría un resultado real.
Los de más allá no están de acuerdo con ir a elecciones negociadas y ponen por delante el cese de la usurpación como paso previo. Se plantea la lucha electoral pero luchando por “arrancarle” al poder condiciones justas.
Unos grupos siguen esperando que haya una intervención extranjera como solución definitiva. Algunos empresarios tienen una escala de prioridades y hablan de la necesidad de dialogar con el régimen: Primero, “la Población”, luego la Economía, y de último lo Político, aunque no se sabe exactamente como “se comería” eso en la práctica. Llegan a decir: “Debemos buscar soluciones con quien verdaderamente tiene el poder”. Pero hay quien advierte no pasar por ingenuos.
Otros se oponen rotundamente a ese diálogo. Unos creen que la AN presidida por Guaidó está vigente constitucionalmente hablando, y otros la consideran fenecida. Están de acuerdo algunos con las sanciones internacionales y los de más allá, las rechazan en general, o apoyan solo sanciones a personeros del régimen y no a las empresas venezolanas.
Este cuadro complicado plantea la interrogante de si con divergencias tan marcadas se puede avanzar hacia una unidad amplia, cierta y efectiva, que albergue en su seno enfoques y formas de enfrentar al régimen tan contrapuestos.
¿Es factible una unidad que incluya en su conjunto todo el que quiera salir del chavismo, no importando las diferencias del cómo? ¿Un conjunto de partidos políticos enfrentados en el cómo, puede alcanzar la unidad anhelada? ¿O solo es posible ponerse de acuerdo para ir a elecciones, como ocurrió en otras ocasiones?
¿No sería, más bien, preferible que el líder/liderazgo que hoy existe, con todo y sus fallas, formule unos lineamientos estratégicos, un curso a seguir y un cómo, y los presente al país y a las fuerzas políticas, incluidas las organizaciones no partidistas, en el entendido de que los que estén de acuerdo con aquellas y, sobre todo, en el cómo, converjan y sigan esa ruta, y los que no, sigan su propio camino, dejando a la mayoría decidir a quien respaldar?
No puede ser la única razón de la unión compartir el rechazo a la tiranía. Ese frágil lazo no garantiza que el objetivo común se alcance. La tragedia nacional se prolongará si el fundamento de la unión es solo eso.
La unidad, siendo un asunto de mucha importancia, no es el problema principal, ni determinante, en este rompecabezas en que se ha convertido la crisis venezolana. La unidad será la secuela, el subproducto, de un liderazgo que con una política, una estrategia y una organización, logre, sobre todo, el apoyo mayoritario del pueblo y del conjunto de las fuerzas políticas, señalando la senda a transitar en lo sucesivo. Un liderazgo, en los hechos, inequívoco para que los apoyos internacionales se refuercen y amplíen, porque desde afuera importa más percibir un liderazgo evidente y consolidado que el tema de una unidad formal.
Una unidad real, claro que sí, pero ella vendrá por añadidura en torno al plan político que pongan en ejecución el líder y/o el liderazgo, legitimado por la mayoría de los ciudadanos y concitando el más vasto respaldo.