Es de suponer para esta y otros brotes, epidemias y pandemias, se impone una política pública y hasta de Estado. No es el caso venezolano, por lo visto y padecido.
Escudriñar sobre el asunto de las vacunas, nos lleva a la eventualidad de una vacunación masiva. Y de una mezcla con el populismo de acuerdo al canon, interpelando la naturaleza tan injusta del régimen socialista.
Quizá esa primera interpelación, tiene por fundamento a autoridad moral, incluso, para fingir que se tiene una política pública o algo parecido. Ni una cosa, ni la otra, pues, la vivencia es la del desorden, la anarquía, garantizada por la censura.
Después de los efusivos días de carnaval, no hay que ser un genio para saber del pase de factura del Covid19. La flexibilidad, como una donación o concesión graciosa del régimen, deviene tragedia: a la irresponsabilidad individual, se suma como estímulo esa autorización del Estado, o de lo que queda de él, generando un mínimo de confianza.
Aparentemente, no hay responsabilidad alguna en los desmanes de la pandemia. Aparentemente, no hay remordimientos de consciencia.