Es difícil entender cómo, en comparación con el descalabro social, económico y moral de la nación, los intereses tribales o personales del liderazgo opositor impiden la coherencia necesaria para trazar y emprender unitariamente una ruta para el rescate del país. Se desaprovechan dos circunstancias históricas propicias para el cambio. Primero, el apoyo de las democracias fundamentales del mundo a la recuperación de la democracia venezolana, un respaldo fortalecido por las acciones coordinadas entre el nuevo gobierno de EE.UU. y la Unión Europea.
En segundo término, el Estado venezolano está depauperado, sin capacidad para agenciar recursos que reviertan la contracción del tamaño de la economía acumulada desde hace seis años y sin acceso al mercado financiero mundial. Es un régimen que apela al contrabando de oro y otros commodities para sobrevivir, políticamente en el ocaso de su promesa revolucionaria y rechazado por el 80% de los venezolanos.
Salvo una ilusoria intervención armada externa, soñada todavía por algunos, lograr el cambio político habrá de atravesar las complejidades de una elección presidencial o de una negociación definitoria, que solo con fortaleza unitaria podrán afrontarse. En cuanto a la diatriba de hoy, en torno a participar o abstenerse en unas próximas elecciones regionales, oportuna es una frase del Zorro del Desierto, el Mariscal Erwin Rommel: “Nunca libres una batalla si no obtienes nada ganándola…”