Como los carros y las buenas costumbres. Un vehículo de una marca, modelo, color y año es similar a otro de idéntica marca, modelo, color y año. Igual según la fábrica, que los produce de acuerdo con normas estrictas. Pero diferente dependiendo de quién lo posea y conduzca. Si el dueño es provocador e impulsivo, malcriado, acostumbrado al dinero fácil, si alimenta con el carro su ego y personalidad; ese automóvil será diferente al similar adquirido por quien tuvo que fajarse duro, ahorrar para obtenerlo, usurarlo para trabajar, hacer diligencias o de paseo familiar el fin de semana.
El mal educado será un auto alborotador, belicoso, camorrista, de rápido desgaste, traga gasolina e incluso peligroso. Por el contarlo, el de compromiso y faena, será un bien apreciado, conservado de acuerdo con especificaciones y mantenido según recomendación del fabricante, respetuoso, de consumo razonable, pudiendo ser adquirido años después con la confianza del buen cuidado.
Con la política sucede parecido.
Hay políticos y politiqueros encendidos, fecundos y oradores de plétora, pendientes de conocer qué piensa la gente para manipularlos, decir lo mismo, pero en lenguaje altisonante; de qué solicitan los ciudadanos para declarar conmovido, la contrariedad debe ser resuelta de inmediato por el Gobierno. Claro esta, si su partido está en la regencia, entonces el problema ni siquiera existe.
Están los serios, juiciosos, estadistas y responsables que razonan, escuchan, analizan, cuidan sus estructuras, saben por sí mismos -incluso de su círculo de intercambio de ideas para enterarse a diario de lo que sucede en el país. No es sólo un político que luce por serlo, es guía que abre e ilumina caminos.
En Venezuela hemos tenido de todos los tipos, incluyendo complementarios y llena espacios, quienes utilizan el carnet del partido para apuntalar su personalidad. Los que obedecen órdenes no por estar de acuerdo y deseos de colaborar en la solución sino para “ganar puntos” en la mirada de los jefes. Cretinos de oportunidad, intermediarios, los siempre gestionadores, del “cuánto hay pa´eso” y “cómo quedo yo ahí”, además de quienes buscan con desespero y asombrosa precisión a los que se destacan para colgárseles de las criadillas.
Tuvimos un experto charlatán en bálago y palabrería que sonaba bien, versado lenguaraz de pendejadas y embustes convincentes; que se aprovechaba de los problemas y cuando no había, los inventaba precisando creído la solución era él, y por eso cayó en las sangrientas garras del acreditado fanfarrón, despabilado y curtido que llevaba décadas engañando a su patria, traicionando a sus ciudadanos y, por lucirse, el resentido ambicioso le entregó su devoción y el país.
Pero también un Rómulo Betancourt, que sacrificó mucho por su lucha libertaria, creó y desarrolló a pulso un partido político capaz de interpretar, entender y atender las necesidades venezolanas, que plantó coraje y argumentos a quienes quisieron hasta matarlo; se fue a su casa con cabeza y dignidad en alto cuando concluyó su período presidencial; y murió pensando, dando ejemplo.
En Venezuela como Simón Bolívar, hemos tenido quien sobrepuso la convicción del deber, la misión de liberación que se había impuesto, y no sólo jamás se dejó seducir por poder y dinero, sino que sucumbió devorado por el agotamiento de una carrera de gloria, por la lucha contra la corrupción y estupidez. Falleció pobre, aunque rodeado de lealtades, con un puesto de honor, probidad y nobleza en el cumplimiento del deber en la historia de la humanidad.
El país, petróleo, riquezas, complicaciones, aprietos y oportunidades. Son los mismos para todos. La diferencia está en quiénes y cómo lo usan. Disfrutamos una nación de grandes mujeres y hombres, inmensas riquezas, lecciones, y justamente en que hoy ya no lo somos está el gran reto y lección. Gritar “¡sí se puede!” pensando sólo en derrocar a la tiranía es frivolidad nacional, deberíamos gritarlo ponderando en que juntos podemos vencer la codicia, el personalismo, resquebrajamiento de la ética y moral, desplome de las buenas costumbres ciudadanas, y la sumisión al obtener fácilmente unas pocas monedas.
Hemos sido tanto ingenuos como cómplices, no es que nos hayan llevado al fondo del pozo, permitimos que lo hicieran. No es que no podamos levantarnos, seguimos esperando que alguien nos tome del brazo y nos saque otra vez a la luz, que siempre ha estado allí, pero permitimos la apagaran.
La cuestión no está en el oficialismo y su ignominia castro-madurista, ni si debemos esperar que otros auxilien al interino para que cese la usurpación y levanten vuelo sus compinches aferrados como garrapata pirata a los tesoros robados, o al líder que sea más popular. La traba somos nosotros, que entregamos el país y sueños a chicharras falsarias de baja formación y fácil corrupción. Somos venezolanos los obligados a rescatar nuestro país, futuro y destino.
@ArmandoMartini