Los Secretos de Anthony Hopkins: Decían que “no servía para nada”, no sabe si tiene nietos y una colombiana le salvó la vida

Los Secretos de Anthony Hopkins: Decían que “no servía para nada”, no sabe si tiene nietos y una colombiana le salvó la vida

El actor británico Anthony Hopkins. EFE/TANNEN MAURY/Archivo

 

 

 

El mito viviente del cine sir Anthony Hopkins, de 83 años, hizo historia al convertirse en la persona más longeva en ganar un Oscar a Mejor actor por su brillante trabajo en “The Father”. Fue la segunda estatuilla dorada de su carrera. Ya tenía una por su papel de Hannibal Lecter en “El silencio de los inocentes”, película que le dio el estrellato que tanto anhelaba. Pero la buena noticia encontró al intérprete durmiendo en su hogar de Gales, su tierra natal. Fue su agente quien lo despertó a las 4 de la madrugada para darle la sorpresa. Al día siguiente, desde su cuenta de Instagram, agradeció y dijo que no lo esperaba.

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Nadie duda de la calidad artística de este hombre amado y respetado con una trayectoria plagada de triunfos, pero en sus vínculos afectivos muestra una personalidad más compleja. Sobre sus espaldas carga con una relación inexistente con su hija y su lucha para no recaer en el alcohol tras 45 años de sobriedad.

Hopkins no lamenta estar en los últimos años de su vida. Al contrario, le busca el lado positivo a la experiencia de la vejez: “Cuando llegas a los 83 años, no sé si sos más inteligente o más estúpido, pero desde luego no pierdes el tiempo pensando demasiado en vos mismo”.

El actor pasó mucho tiempo tratando de dejar atrás su lado oscuro. Atormentado por su pasado encontró paz en la última década. Hoy es un hombre feliz. Para mantener su cerebro activo toca el piano, pinta o memoriza poemas de Dylan Thomas, pero cuando se trata de hablar de sus méritos como actor, desmitifica el oficio: “Actuar no requiere ser un genio ni un gran esfuerzo intelectual, habrá gente a quien le interese que parezca así, pero no”.

Descubrió que no quiere perder su tiempo siendo miserable. Con una trayectoria formidable, a Hopkins le sigue gustando burlarse de sí mismo: “La vanidad es otra de esas cosas que hay que sacarse de encima si uno quiere servir para algo como actor, o incluso como persona”. Tampoco practica demasiado el mirar atrás y no planea retirarse. “Simplemente soy viejo, llevo muchos años activo así que conozco algunos trucos. El método Stanislavski es maravilloso y lo practiqué de joven, pero ahora es más sentido común que otra cosa”.

Como forma parte del grupo de riesgo, respetó estrictamente el aislamiento por el coronavirus. Y se entretuvo en internet. Durante el confinamiento el actor galés decidió que quería estar muy cerca de su público y decidió compartir momentos de su vida diaria (con su gato Niblo tocando el piano o bailando al ritmo de Elvis Crespo) que lo han convertido en una sensación de las redes sociales. Fue allí donde celebró un nuevo aniversario de su sobriedad. “Hace 45 años tuve una llamada de atención. Me dirigía hacia el desastre. Bebía hasta la muerte. Entonces recibí un mensaje. Me pregunté: ¿quiero vivir o morir? Y me dije: quiero vivir. De repente me sentí liberado y desde entonces mi vida ha sido estupenda”, recordó.

Haciendo gala de su humor british, el actor quiere compartir lo aprendido con aquellos que quieran escucharlo. “La vida es absurda, es ridículo, nos tomamos todo demasiado en serio. Vamos a morir todos y ese es el chiste más negro y divertido”.

Un niño solitario y lejos de casa

Hopkins nació el 31 de diciembre de 1937 en un suburbio de la ciudad galesa de Port Talbot. Hijo único de un panadero y de una ama de casa, de niño era un pésimo alumno y casi no hablaba. Cuando tenía 11 años sus padres, que no lograban comprender a su hijo, lo enviaron a un internado. “Crecí absolutamente convencido de que era estúpido”, contó a The New York Times sobre su infancia, que describió como “inútil y confusa”.

“Recuerdo el primer día de clase. Me senté ahí, completamente petrificado, y ese sentimiento se quedó conmigo durante toda mi infancia y adolescencia”, dijo a la revista Playboy, sobre sus primeros recuerdos en Port Talbot. Nunca tuvo ningún amigo y se pasaba las tardes dibujando o tocando el piano. Quería convertirse en Beethoven.

Era la burla de todos. Sus compañeros y profesores lo despreciaban y le repetían que no servía para nada. Incluso sus padres no tenía la menor esperanza sobre él. Fue castigado y golpeado por sus maestros por no hablar. Todos creían que había algo mal en él.

El pasado aún lo despierta por las noches: “Odiaba el rechazo y que se burlaran de mí. Tengo un sueño recurrente de que estoy fuera del grupo. No pertenezco. Me humillan y me despierto. Es tan vívido que me toma unos minutos darme cuenta de que era un sueño”.

Era bueno imitando a sus profesores. Un talento que desarrolló cuando se convirtió en actor. Un trabajo que eligió a los 14 años y motivado por la venganza. Así lo contó el propio Hopkins: “En 1953 estaba leyendo la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky y me preguntaron si era comunista o marxista. No sabía de qué estaban hablando. Me quitaron el libro y los niños me decían ‘bolshi, bolshi, bolshi’. Pensé que algún día los desafiaría a todos. Eso se ha quedado conmigo el resto de mi vida. Y por eso me convertí en actor”.

El sufrimiento lo capitalizó y lo convirtió en quién es hoy. “Una vez que vuelvo a mis sentidos, lo tomo como una buena señal de que ya no me veo así. Soy consciente de lo que se puede hacer por autodesprecio. Así que mi vida es una revelación notable para mí. Miro hacia atrás y pienso que no era que algo andaba mal conmigo, era que algo andaba bien. Puede que haya lastimado a algunas personas en el camino, pero obtuve lo que quería”.

El recuerdo de su padre. “A medida que envejezco, me siento mucho como él. Tengo algo con el desperdicio, odio el desperdicio. Tuve algo con Francis Coppola durante ‘Drácula’ por los montones de guiones, porque no me gusta desperdiciar papel. No me gusta desperdiciar comida. Me incomoda cuando pides una comida en Estados Unidos y te traen un gran festín. Eso es un desperdicio terrible. Y apago las luces. Mi esposa dice: ‘Por el amor de Dios, no seas como tu padre’. Yo digo: ‘No necesitas todas estas luces encendidas’. Y ella dice: ‘No vivimos en la Inglaterra de Charles Dickens’. Doy la vuelta y las apago”.

De niño solía tumbarse en el suelo para dibujar. Un día una joven llamada Bernice Evans, de 19 años, fue a su casa para ver a su madre. “Ella miró mis dibujos y dijo: ‘Son muy buenos. Debería tomar lecciones”. Anthony comenzó a ir una vez por semana a una pequeña escuela que Bernice tenía en la ciudad. Luego, en el verano de 1947, un hombre subió las escaleras y entró en la habitación. Llevaba una chaqueta de cuadros brillantes y tenía ojos muy penetrantes. Ella dijo: “Anthony, este es Richard, es un actor”.

Ese hombre era Richard Burton, que creció cerca de Port Talbot. Ese encuentro casual cambió su vida cuando era un adolescente de 15 años. “Me contó que se hizo actor porque no valía para ningún trabajo. Luego se montó en su Jaguar y se fue. En aquel momento comprendí que necesitaba salir de allí. Dejar de ser quién era”, recordó Hopkins al New York Times. “Nunca lo volví a ver hasta que fui a pedirle un autógrafo cuando se hizo famoso”.

Al final, Hopkins se matriculó en un colegio de música y drama galés en Cardiff, del que se graduó en 1957. Después un período de dos años en el ejército, se trasladó a Londres, donde continuó su formación en la Academia Real de Arte Dramático.

“Quería ser famoso. Quería ser rico. Quería tener éxito, compensar lo que pensaba que era un pasado vacío. Y me convertí en todas esas cosas”, afirmó el actor en otra entrevista.

En busca del éxito cueste lo que cueste

En pocos años consiguió todo lo que se proponía. Y cuando estaba encabezando “Macbeth” en el National Theatre de Londres, abandonó la obra y se largó a Hollywood. Era 1973. Un decisión de la que no se arrepiente pese a que en ese momento pensó que había destruido su carrera. Llamó a su agente y le dijo: “Estoy fuera. Valoro mi salud mental, o lo que queda de ella, más que el teatro. Conduciré un taxi, haré algo. No me importa”. No quería convertirse en un actor clásico. Bebía demasiado y tenía mucho fuego y rabia. “Tuve que romper conmigo mismo y con el pasado”, dijo a Playboy. Ese fue el comienzo de todo.

De su maestro Laurence Olivier recuerda estas palabras. “Trabaja duro. Sé valiente, haz lo imposible. Nunca estés calmado o domesticado. Y no pierdas el tiempo haciendo películas. Eres un buen actor”. No lo escuchó y siguió adelante con sus ambiciones.

Mientras buscaba trascender en la industria, sintió que su vida personal empezó a interferir. En 1972 el actor abandonó a su primera mujer, la actriz Petronella Barker, y a su pequeña hija Abigail porque se dio cuenta de que era “demasiado egoísta” para vivir en familia.

Padre e hija se reconectaron en la década de 1990, y Abigail trabajó con su famoso padre en “Tierras de penumbra” y “Lo que queda del día”. Pero al tiempo volvieron a distanciarse.

En 2002 en una entrevista con Howard Stern, el actor admitió que no tiene ni idea de dónde está su hija, aparte de que vive “en algún lugar de Inglaterra”. “Supongo que estamos distanciados. No creo que quiera saber mucho de mí. Probablemente tenga buenas razones. Dondequiera que estés, Abigail, te deseo suerte. La vida es la vida. Hay que seguir adelante”.

Hopkins no ha visto a su única hija en más de 20 años. En una entrevista de 2018, se le preguntó al actor si tenía nietos. “No tengo ni idea”, dijo a RadioTimes. “Las familias se dividen y sigues adelante. La gente toma decisiones. No me importa de una forma u otra”, aseguró. Cuestionado por la dureza de sus palabras, respondió: “Mi respuesta es fría. Porque la vida es fría. A los hijos no les gustan sus padres, no tienen que quererse entre ellos”.

En la década de los 70, Hopkins se ganó fama de actor complicado.Tenía rabietas durante los rodajes, se peleaba con los directores o desaparecía del set sin dar explicaciones. Sin saberlo, sufría una grave adicción al alcohol. El 29 de diciembre de 1975, el actor se despertó en un hotel de Arizona sin saber cómo había llegado allí desde Los Ángeles. No ha vuelto a beber desde entonces. En un video reciente en sus redes sociales, el actor celebraba sus 45 años sobrio y enviaba palabras de apoyo dirigido a todos los que están luchando frente a las adicciones en medio de la pandemia: “Hoy es el mañana que tanto te preocupaba ayer. Manténganse fuertes. No se rindan, sigan luchando, sean valientes que poderosas fuerzas vendrán en su ayuda. Eso es lo que me ha mantenido toda mi vida”.

17 minutos lo convirtieron en parte de la historia del cine

En 1981, cuando ya era conocido en Hollywood, su padre falleció. Durante sus últimas horas Anthony aprovechó para decirle por primera vez que lo quería, pero solo se atrevió a besarlo una vez que había muerto. En lo profesional su carrera no despegaba y se vio obligado a regresar a Londres. Una tarde su agente americano lo llamó por teléfono: Gene Hackman había rechazado el papel de Hannibal Lecter y él era la segunda opción. A Hopkins le bastaron 17 minutos en “El silencio de los Inocentes” para pasar a la historia del cine.

Con ese inolvidable personaje el actor logró la fama que tanto había deseado, además de su primer Oscar. Pero su mayor triunfo fue personal. “Quería curar mi herida interna, quería venganza. Quería bailar sobre las tumbas de todos los que me hicieron infeliz. Quería ser rico y famoso. Y lo he conseguido”, admitía en un entrevista con Vanity Fair.

En los 90? Hopkins ya era el actor más prestigioso del mundo. La buena racha continúo hasta el día hoy con aclamados filmes como “Lo que queda del día” o “Nixon”, por las que recibió su segunda y tercera nominación, respectivamente, a los premios de la Academia de Hollywood. En 2019 encarnó al papa Benedicto XVI en la película “Los dos papas”, su interpretación fue ovacionada y tras 22 años de ausencia en los Oscar, volvió a estar nominado, dándole su quinta nominación en su carrera como actor. En 2020, por segundo año consecutivo, casi llegando al final de su vida, fue sorprendido con una segunda estatuilla dorada.

Reconoce que le gusta la atención y el dinero, pero por momentos se siente un estafador. Hopkins confiesa que, una vez había llegado a la cima, solo había descubierto que “no había nada allí arriba”. Identifica sus demonios. Confiesa que puede ser un tirano sin escrúpulos cuando quiere algo. No le gusta inflar las complejidades del arte de la actuación: “No tiene sentido intentar sufrir para crear un personaje”, dice. Si le piden un consejo, responde: “Hay que hacer menos, no más”. Su definición del trabajo del actor es simple: “Sé puntual, apréndete los diálogos y asegúrate de que tu agente ha recibido el cheque”.

La mujer que lo rescató de la depresión

Fue su tercera esposa la que, en sus palabras, lo salvó de un nueva caída. Tras un matrimonio de 29 años con Jennifer Lynton, el actor se enamoró de la colombiana Stella Arroyave, 18 años más joven que él. Se conocieron en la tienda de antigüedades que ella administraba en Los Ángeles. Sin embargo, él se negaba a comenzar un noviazgo. “No quería implicame. Ya había estado casado, dos veces. El cuerpo me pedía aire. Independencia. Yo deseaba ser una especie de Clint Eastwood, un lobo solitario. Por supuesto las cosas no pasaron así. Y fue para mejor. Mi mujer le ha dado vuelta a mi vida”.

Él se rindió y Stella lo conquistó. En 2003, un años después de aquel encuentro casual, se casaron en una boda a la que asistieron, entre otros, Steven Spielberg, Nicole Kidman, Winona Ryder, Catherine Zeta Jones y Muriel, la madre del novio con lúcidos 88 años.

Muchas veces el actor ha señalado que su vida cambió por completo cuando se encontró con ella, y que fue gracias a Stella que logró calmar sus propios demonios. “Estoy casado con una mujer que tiene un optimismo a prueba de todo. Desde que abre sus ojos es feliz. Me dice todo el tiempo que deje de preocuparme y que viva el momento. Me enseñó a disfrutar de la vida. Yo estuve a punto de matarme años atrás por culpa del alcohol, estuve al borde del precipicio pero di un paso atrás y ahora sé que cada día que vivo es un regalo”.

Arroyave también ha animado a Hopkins a compartir su música y cultivar su interés por la pintura. También es ella quien capta muchos de los momentos virales del actor, que se ha convertido en una estrella de las redes. Fue Mark Wahlberg quien lo animó a tener perfiles en Twitter e Instagram, que hoy Hopkins parece disfrutar más que ningún otro usuario.

El intérprete británico también ha apoyado su esposa en el mundo del séptimo arte. En “Slipstream”, de 2007, ambos encarnan al matrimonio protagonista, y Stella debutó en la dirección con la película dramática “Elyse” (2020), en la que Hopkins trabaja a sus órdenes.

El mayor alivio en su madurez fue un diagnóstico de Asperger leve, que afecta a las interacciones sociales. Este hallazgo, explicó, lo ayudó a entenderse mejor a sí mismo y a explicar por qué se había pasado toda la vida queriendo estar solo. Nunca ha sido tan feliz como es hoy. Mira hacia adelante, y solo vuelve al pasado para disfrutar del presente.

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