Los hospitales del país en el año 1.962 tenían más camas que Alemania y se había vencido la malaria primero que en Italia. Así de avanzado estaba el sistema sanitario en Venezuela.
Por Ana Guaita Barreto / LaPatilla.com
Hoy en día los hospitales públicos en Venezuela se han convertido en campos de concentración de enfermos. Durante el último año el país se ha visto sumamente golpeado y sumido en una grave crisis política, social, económica, sanitaria… y a todas esas se suma la de Covid-19.
Los venezolanos, convertidos en víctimas de las políticas del régimen de Nicolás Maduro, han visto mermar su calidad de vida en los lugares donde la pandemia ha arrasado con lo que quedaba en pie de los recintos hospitalarios.
Luisana Melo, la única ministra de Salud chavista que compareció ante el Parlamento en 20 años, reconoció en el año 2016 que el 31% de los enfermos admitidos en hospitales públicos muere.
Y eso es lo que ocurre en el estado Vargas.
La “puerta” destrozada
La Guaira, considerada como la “puerta de entrada” a Venezuela y a unos escasos 20 minutos de la ciudad Capital es una de las ciudades del país con la peor atención sanitaria.
Actualmente cuenta con cinco hospitales “centinela” para la atención de pacientes con síntomas medios y graves de Covid-19, en los cuales no hay insumos, medicinas, ni espacio para poder atender a los afectados por el coronavirus en la entidad.
La crisis no implica solo la falta de insumos, medicinas o espacio. Los “sueldos de hambre” a los que son sometidos los trabajadores de la salud de la región conllevan a que exista un déficit en la plantilla de personal para la atención a los pacientes con diversas patologías.
Médicos y enfermeras de la entidad se han encargado de exigirle al régimen en reiteradas oportunidades que los abastezca con los insumos necesarios para cumplir adecuadamente con su labor hospitalaria, sin embargo la respuesta del régimen de Maduro y sus representantes en la región ha sido invisible o nula ante esta exigencia.
A esta triste realidad se han tenido que enfrentar millones de venezolanos que han padecido –o padecen- de Covid-19 y en muchas ocasiones se preguntan si acudir a un centro asistencial es una opción.
Muchos prefieren quedarse en casa cumpliendo un tratamiento a base de acetaminofén y algunas hierbas para aliviar los síntomas.
Sin embargo, existen casos en los cuales los síntomas se vuelven insostenibles para el paciente y su familia y el único recurso que queda para estas víctimas del coronavirus es asistir a un centro hospitalario, que en la mayoría de los casos no cuenta con personal médico operativo para atender las emergencias.
Otras variantes se hacen presentes… Hay personal pero no hay lugar para atender al paciente y ese es el caso de Francisco Javier Cruz, un caso de Covid-19 crónico que perdió la batalla contra esta enfermedad.
Un guaireño en cama sin atención médica
Tras algunos días presentando la sintomatología de Covid-19, Francisco Cruz llegó al hospital Rafael Medina Jiménez, conocido como el Periférico de Pariata, para realizarse la prueba PCR y así determinar si estaba infectado con el coronavirus.
Ante la ausencia de la tan temida tos, el resultado negativo arrojó una tranquilizante sensación que los llevó a casa, sin embargo los síntomas seguían estando presentes y la acción en respuesta fue brindarle un tratamiento a base de antibióticos.
El malestar general y el dolor de garganta persistía hasta que un día comenzó la dificultad para respirar.
Con la saturación de oxígeno en 90%, Jenny Salazar, esposa de Francisco decide acudir al centro hospitalario una vez más y los recibe una negativa por parte del personal médico.
“No tenemos cama para ingresarlo” fue la frase que retumbó en los oídos de Jenny.
6 horas después y sin ser atendido, la saturación de oxígeno de Francisco llegó a 82% y sus pulmones mostraban una grave neumonía.
“No tengo a dónde más ir” era la respuesta que daba Jenny ante el colapso que presentaba su esposo en el hospital en ese momento.
18 horas de desespero
Habían pasado 18 horas y Francisco todavía se encontraba en emergencia sin recibir la autorización para el traslado a la “sala de Covid” ubicada en el piso 1 del recinto hospitalario.
Una doctora aliviana el sufrimiento del paciente colocándole un tratamiento de dexametasona y oxígeno y al mismo tiempo le abre una historia dentro del hospital informando que el paciente no podría ser retirado de allí por la gravedad de su caso. Dentro de todo significó un gran alivio para sus familiares: finalmente sería tratado por un médico.
Durante 13 días los familiares de Francisco fueron doctores y enfermeros. Se encargaron de suministrar los medicamentos, la comida y el aseo que él necesitaba.
A pesar de la cercanía de su familia dentro de la sala de emergencia, Francisco sufre un bajón… su saturación de oxígeno disminuyó a 37%, lo cual despertó las alarmas en el personal médico que allí se encontraba.
Con la ayuda de esteroides lograron la estabilidad de la cantidad de oxígeno en la sangre entre 65% y 75%, lo cual significaba “tranquilidad” para todos, pero intranquilidad para los médicos que se acercaban. “Él debe estar en terapia” era lo que decían los doctores, pero no habían camas para atenderlo en la sala de Covid-19 del lugar.
Exasperación sin control
Luego de 8 días con la tensión descontrolada en 220-130, la taquicardia era cada vez mayor y el desespero peor. El tratamiento hipertensivo que se le estaba suministrando a Francisco nunca fue sustituido y Jenny, bajo su propia responsabilidad, decidió cambiarlo con la supervisión de una tía que la ayudaba a distancia. “Guaooo, por primera vez en 9 días su corazón estaba calmado. ¡Qué alegría!”, fueron las palabras de Jenny ante tal resultado.
Frente a esta mejoría Francisco pudo sentarse (algo imposible en el estado anterior) y pudo comer, pero seguía sin ser evaluado por un especialista.
Jenny se puso en contacto con Javier Oviedo, director del hospital, quien se sumaba a los médicos que decían que el paciente debía ingresar a terapia. Sin embargo el “no hay camas” era la respuesta que se recibía reiteradamente.
“¿No pueden colocarle ese medicamento que dicen es muy bueno, el Remdesivir?”, preguntó angustiada Jenny y recibió una respuesta positiva. Le emitieron un informe para llevarlo a Sanidad y así autorizar la administración del tratamiento contra el temible Covid-19.
Tras 11 días en el Periférico de Pariata, Francisco recibe la noticia de que sería trasladado -finalmente- a la sala de Covid. “Allí va a estar mejor”, decían muchos. Afirmaban que los cuidados eran especiales, distintos a la precaria atención que brindaban en la sala de emergencia donde no tienen tensiómetros, saturómetros, oxímetros y donde cada paciente debe llevar los insumos a utilizar.
El inicio de la crisis
Sin oxímetro para controlar la saturación de Francisco, se presenta la primera crisis.
La saturación de Francisco disminuyó gravemente llegando a 37%. Ante esta eventualidad sus familiares deciden adquirir un oxímetro para él y -por solidaridad- para todos los pacientes de Covid-19 que se encontraban en esa sala de emergencia.
Esa misma noche un paciente de aproximadamente 70 años le pidió a una enfermera de turno que le tomara la tensión y la respuesta de la enfermera, ante la mirada perpleja de los demás pacientes y familiares fue “yo no tomo la tensión de noche, el tensiómetro se lo llevan a otra área”.
Falsa tranquilidad
Llegó el momento de pasar a la “sala Covid” y con él una nueva crisis… El doctor de turno detalló que el paciente tenía líquido en sus pulmones y que debía ser operado, pero, como guinda del pastel, allí no había cirujano.
Para el momento informan que ahora sí, es hora del traslado a la sala Covid. Jenny arregló las cosas de Francisco para finalmente pasar al lugar donde atienden “mejor” a los pacientes, pero luego de aproximadamente una hora reciben un nuevo golpe: El cupo en la sala se lo asignaron a otro paciente… el familiar de un enchufado que llegó al lugar con personal de seguridad y en un transporte de la Gobernación de Vargas.
Un camillero dijo en tono de voz bajo “mejor que está aquí, allí arriba (en sala Covid) son 3 enfermeras para 20 pacientes ahogándose”.
”Gracias a Dios la cama se la dieron a ese enchufado”, dijo Jenny en voz alta.
Llegó el momento
Tras 12 días de ingreso en el hospital se hizo efectiva la decisión de trasladar a Francisco al piso 1 (sala de Covid). La saturación nuevamente presenta una disminución: llegó a 44% iniciando otra fuerte crisis que no resultó en lo que se esperaba, que era el ingreso a terapia.
Durante esos 12 días al menos 3 pacientes habían ingresado a ser evaluados y tratados por un especialista, “¿por qué Francisco no?”, se preguntaba Jenny.
Sala de soledad
“En la sala Covid del piso 1 del Periférico de Pariata los pacientes deben hacer todo por ellos mismos. Si un paciente ingresa en una condición crítica, en la que no puede cumplir con su aseo personal, ni puede comer solo, ni puede tomarse los medicamentos, es un paciente que morirá“, relata Jenny tras ser testigo de lo que allí ocurría.
Los médicos y enfermeras que se encuentran en esta sala son MIC (Médicos Integrales Comunitarios), todos son jóvenes recién graduados -o no graduados- y en la mayoría de los casos son cubanos.
Para Jenny “el 80% o más de ese personal no tiene humanidad, no tienen valores, no tienen amor por su profesión”.
Esta redacción también contó con el relato del Dr. Franklin Rodríguez, quien afirmó que efectivamente la plantilla del personal sanitario de esta institución no es médico venezolano graduado en las universidades del país, es por ello “que estos médicos no muestran cercanía con el paciente”.
Según su relato, Jenny pudo ingresar 6 días a esta sala para cumplir con el aseo de Francisco, quien tenía diarrea y “pasaba horas sucio”.
Durante esos días Jenny se percató de que no le habían administrado su comida ni la medicina que debía tomar. Ya Francisco había perdido 20 kilos.
Entre llantos y ruegos Jenny le pidió a Francisco “trata de tomar la medicina, trata de comer. Avísame por favor, te dejo un teléfono”. “No puedo, por favor quédate”, esa era la respuesta de Francisco ante las súplicas de su esposa.
La solución para los casos de Covid de esta sala es colocar una mesa a un lado de la cama de cada paciente donde está la comida, las medicinas y demás implementos que ellos deben utilizar. Sin embargo al estar en estado crítico hay pacientes que no pueden ni levantarse para tomar algunas de las cosas que se encuentran en esta mesa.
Habitación de muerte
Desde el ingreso de Javier al piso 1, el día sábado 10/03/2021, murieron todos los pacientes que ingresaban a esa habitación. Francisco vio morir a cada uno de sus compañeros de cuarto, mientras él luchaba por salir adelante.
“¿Cómo luchas con la falta de humanidad? ¿Cómo luchas con el tráfico de medicinas? ¿Cómo luchas con la indiferencia y la mediocridad en el sistema de salud?”, son las preguntas que luego de un mes todavía Jenny Salazar se hace a sí misma.
Tratamiento inexistente
Para nadie es un secreto que para conseguir ciertas medicinas en Venezuela hay que sortear distintas situaciones. En muchos casos no se pueden adquirir porque no hay en existencia y en otros casos sus elevados costos hacen imposible su adquisición.
Sin embargo, cuando se trata de un familiar, muchas personas hacen hasta lo imposible para conseguir el dinero que les permita la compra de los medicamentos. Y ese fue el caso de Jenny. Entre sus amigos y familiares brindaron la ayuda para reunir lo necesario y poder adquirir el Remdesivir. Cada ampolla de este medicamento costó entre 170 dólares y 200 dólares y eran necesarias al menos 7.
Luego de 13 días se decide “iniciar” el tratamiento con las primeras dos ampollas de Remdesivir.
“Lleve el informé a Sanidad junto a las ampollas. Según el director de epidemiología, el señor Julio Pacheco, la medicina de Francisco fue entregada al hospital e incluso guardo el audio donde me asegura la entrega”, afirmó Jenny; sin embargo el director y los doctores del recinto hospitalario niegan esta versión. “Nadie sabe nada”, condena la esposa del paciente.
¿Tráfico de medicinas?
Jenny le envió a la redacción de este portal capturas de pantalla donde asegura que uno de los médicos que trató a su esposo, uno de los doctores de la sala de Covid, publicó en sus estados de WhatsApp la venta de Remdesivir y Clexane. “Entra entonces la duda, ¿será que realmente le están colocando las medicinas de alto costo a los pacientes? ¿Quién vigila, quién hace auditoria?, se preguntó.
“Cuando un jefe de sanidad asegura la entrega de una medicina y nadie da la cara, es que algo no esta bien”, contó Jenny en su relato.
A su juicio “lo que hacen en el piso 1 de la sala de Covid en el hospital Periférico de Pariata se llama tortura”.
“El Covid mata, pero más mata la negligencia del sistema de salud pública del país”.