Un amigo se ha echado al vuelo desde un noveno piso y la noticia me aplasta y quedo enfermo. Apenas unos días antes había escuchado a mi sobrina Rosa Inés, relatar, en voz baja, que un compañero suyo hizo lo mismo desde un piso más alto. Y hará cosa de un par de meses, el hijo de un gran amigo tomó una decisión semejante. Estos espantos me acosan mientras hago una relectura de Ve a comprar cigarrillos y desaparece (Hipermedia, 2020), de Karl Krispin. Quizás por estas circunstancias, la novela se me hace lúgubre, y lo que aparenta ser una historia de desamor, me ha dejado en la cabeza, como núcleo maligno, la gráfica de Robert Capa, donde una niña y su posible madre, que apenas atisban el terror que les viene encima, parecen perplejas y no acaban por correr o quedarse a mirar a la muerte anunciada en las alturas. La fotografía es de mayo de 1937 durante una alarma de bombardeo a Bilbao. No podemos imaginar lo que sintieron en ese momento, pero procuramos sentirlo, quizás ese sea su enigmático atractivo y lo que a su vez la hace imperecedera, como si la muerte del otro anunciara la propia.
Por lo mismo, me viene a la mente Stefan Zweig —uno de los héroes literarios de Krispin—, que ha concluido, con palabras exactas, lo que intenta ser el trasunto de esta novela: «Es mil veces más fácil reconstruir los hechos de una época que su atmósfera espiritual. Esta no se refleja en los grandes acontecimientos sino, más bien, en pequeños episodios personales». Es en esta idea en la que Krispin se dio a la tarea de observar sus íntimos miedos y de contarnos lo que vio. Es una mirada desde el sótano de su alma, tan parecida a la nuestra que uno puede imaginarse en sus zapatos y pensar en uno mismo a través del autor y su personaje. ¿No es esta una de las maravillas espeluznantes de la novela?
El otro día, y a propósito de esta nueva novela, leí que Karl Krispin parafraseó a John Donne en una entrevista con Nelson Rivera: “Nadie duerme en el trayecto que conduce de la cárcel al patíbulo”. Y creo que Ve a comprar cigarrillos y desaparece es, precisamente, el insomnio de un hombre que trata de aferrarse a sí mismo, de la cultura y del placer que esto le procura, para sentirse a resguardo en su interior, aunque el mundo de afuera esté siendo demolido a su paso. No se trata de pesimismo sino de resistencia. Lo dice el propio Krispin en cierta forma: «No estoy tan seguro de que el diagnóstico del estado de cosas en el mundo en Ve a comprar cigarrillos y desaparece tienda necesariamente a ser negativo. Los personajes se manejan dentro de la disyuntiva permanecer-huir, pero aún esto representa una lucha personal de afirmación que tiene por objeto no claudicar, no rendirse, sobreponerse. Nadie se plantea como fin la supervivencia que implique una conformidad. No, los personajes salen a conquistar algún destino personal como defensores de la libertad». ¿Pero acaso la muerte no pudiera ser, también, una forma de libertad? No estoy seguro de esto y no creo que nadie pueda estarlo. Sigo.
Una vez pensé que mi biografía estaba en los libros leídos, y Krispin me lo ha confirmado. Su personaje, Esteban, resiste con admirable estoicismo y elegancia, los horrores de quien va haciendo camino hacia el patíbulo, camino que unos pueden, como Esteban, lentificar a su antojo y hasta diferir por algún tiempo. Entretanto, aunque sabe que el destino lo alcanzará, busca el refugio del amor y la libertad para asegurarse la salvación definitiva. Y, como intuye o sospecha, «el conocimiento y la literatura puedan convertirse en una de las formas de la felicidad». Krispin no anhela el pasado, sino aquellos «momentos de nostalgia» que le han deparado los libros leídos, por eso Esteban se somete al juego de la amante que el azar le ha ofrecido, entrevé que dejándose llevar por ella, a ciegas, reencontrará la sorpresa y los instantes de asombro que sus lecturas le han dejado muy dentro de sí y que nadie podrá ya confiscarle. Dice Krispin que no es descabellado pensar en la vida de un hombre por los libros que leyó. Esta sola idea es una tabla de salvación, un credo para atravesar cualquier desierto con la seguridad de que todo lo que necesita está dentro de sí, a resguardo, y disponible solo para él. ¿Y me pregunto si esos mismos libros no podrían conducirnos a la muerte como libertad suprema y como una forma de defender la felicidad que nos han dejado?
En consecuencia, y como sea, esta novela es un gesto agradecido a la literatura. «De allí —lo dice Krispin— el homenaje que plantea la novela a otras novelas como La montaña mágica. El ascenso a la literatura y al conocimiento aspira a la libertad como una emancipación personal (una libertad que no puede ser arrebatada, quizás esta libertad no coincida con la física, pero nos blinda de su erosión espiritual)».
En la entrevista que Rivera le hace a Krispin están las claves de Ve a comprar cigarrillos y desaparece. Claves que, no obstante, solo serán comprensibles si el lector ha experimentado la conmoción de la lectura en algún momento de su vida. Si es así, esta obra de Krispin se tornará subversiva y modeladora.
Hay novelas que no necesitan ser explicadas sino sentidas. De hecho, suelo olvidar las tramas de las que he leído, no así el estremecimiento que ellas me han provocado, quizás por ello reposan en mi biblioteca con atenciones casi fetiches y sensibleras, como si se tratara de viejos álbumes de fotografías familiares. Y Ve a comprar cigarrillos y desaparece tiene un puesto en ese sistema de clasificación casi cursi y anímico, pero además, y me parece lo verdaderamente importante, creo que estamos frente a una de las primeras obras narrativas que da cuenta de la destrucción espiritual a la cual hemos sido sometidos como pueblo y como individuos. Y el solo hecho de la tarea es ya, de por sí, un reconocimiento del acecho de la muerte y de la imposibilidad de vencerla. Y no por ello, la vida es menos en ninguna forma.