No tenía trabajo, pasaba hambre, tenía tres hijas y su esposa estaba embarazada de dos meses. En estas condiciones, Andrés se vio obligado a tomar una dura decisión. Dejó atrás a su familia y abandonó Caracas para ampliar el creciente éxodo venezolano en busca de sustento en otros países, un fenómeno que se ha intensificado desde 2018. Haciendo autostop, cruzó los casi 1.300 kilómetros que lo separaban de la pequeña localidad de Pacaraima, ya en territorio brasileño. Tardó cuatro días en hacer los últimos 200 kilómetros a pie hasta la capital del Estado de Roraima, donde llegó a mediados de 2019.
Por: Gil Alessi / El País
En Boa Vista, nada fue fácil: durmió en la calle durante ocho meses, rebuscando comida en la basura y sobreviviendo como podía: “Dormía sobre cartones viejos y comía los restos de comida de los mercadillos y lo que encontraba en la basura”, cuenta a EL PAÍS. A través de representantes del ejército brasileño y de ONG que trabajan en la Operación Acogida, un programa de ayuda humanitaria para inmigrantes, consiguió trabajo de camionero en São Paulo en febrero de 2020. Pero los desafíos de Andrés en suelo brasileño estaban lejos de terminar.
En marzo de 2021 fue uno de los 23 extranjeros liberados en una acción del Programa de Erradicación del Trabajo Esclavo en el Estado de São Paulo, vinculada al ministerio de Economía. Durante la operación, que empezó la madrugada del 3 de marzo, los inspectores desmantelaron un sistema de trabajo en condiciones análogas a la esclavitud que implicaba a dos de las mayores cerveceras del mundo, las multinacionales Ambev y Grupo Heneiken (que en Brasil se llama Cervejarias Kaiser Brasil), y a una empresa de transporte subcontratada por ambas, Sider, que empleaba directamente a los trabajadores. Ahora las empresas, que preparan un calendario para pagar a los empleados los daños morales, tendrán unas semanas para preparar su defensa en el caso. En total, cada trabajador rescatado recibirá unos 657.270 reales (125.000 dólares).
Los inmigrantes, 22 venezolanos y un haitiano, vivieron durante meses (algunos más de un año) en la cabina de los camiones aparcados en las sedes de Sider en Limeira y Jacareí, ciudades del interior de São Paulo, un derecho que tienen por ley y que la empresa se había comprometido a cumplir. Trabajaban durante jornadas extenuantes y sin ningún día libre. Además, no tenían acceso a agua potable. También se les impusieron tasas extras y descuentos, como el cobro por la ropa y calzado de trabajo y por nacionalizarles el permiso de conducir.
El venezolano Bruno contó a EL PAÍS algunas de las situaciones que vivió durante los meses que trabajó para Sider: “Si se te cae la carga, te la descuentan del sueldo. Si se te pincha la rueda, también te la descuentan. A un colega se le reventó la rueda durante el viaje y le costó mil reales (unos 200 dólares). Dice que entre los trabajadores hicieron una colecta para ayudarle a pagar los daños. Tras quejarse de estos cargos abusivos, supuestamente escuchó de un supervisor: “Si no te gusta, te vuelves a Venezuela y te mueres de hambre”. “Fue una época muy difícil. Nos trataban como perros, como animales. Viví durante 11 meses en mi camión, en un espacio donde solo podía echarme y dormir, nada más”, afirma.
La legislación brasileña establece que les correspondería a Heineken y Ambev supervisar que el contratista tercerizado (Sider) cumpla las obligaciones laborales, por lo que también se les responsabilizará por tener a trabajadores esclavizados. Según el informe, ambas cerveceras actuaron con “ceguera deliberada al ignorar la debida verificación del cumplimiento” de las leyes por parte de la empresa de transporte, con el objetivo de obtener beneficios “en detrimento de las normas de protección laboral”.
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