“Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue”
Heráclito de Efeso
Este régimen daña, y a estas alturas del juego -si tan sarcásticamente puede así llamarse a esta penosa etapa de nuestra historia- consideramos que tan sólo quienes usufructúan del poder y sus ventajas, pueden dudarlo. Desde que se instaló y tomó por asalto todas las instituciones que equilibraban y garantizaban cualquier esbozo de democracia, se inició ese proceso de dañar, mediante la demagogia, el autoritarismo y ese pernicioso delirio mesiánico, que no cesa de empobrecer, debilitar y enfermar a nuestro país; ocupándole progresivamente, absorbiendo todos los espacios de la sociedad. Se hace menester recordarlo: los procesos totalitarios son movimientos de destrucción permanente y requieren de manera constante, de algún conflicto para mantener la dinámica del proceso.
Ya han transcurrido más de dos décadas alimentando la engañosa ilusión de un mejor porvenir, maquillando los desastres que ha provocado, doblegando, persiguiendo y apresando la crítica, adulterando la verdad, oscureciendo -en la correcta acepción del término- a toda la nación.
Mas, en su afán de dañar, de destruir, actividades que desempeña con desparpajo, ha olvidado -o no considera, por sus torcidos principios- que las libertades individuales y los derechos humanos y la capacidad de crear riqueza por parte de los ciudadanos, se fundamentan sobre los derechos de propiedad, los que junto a la libertad, son componentes básicos e indivisibles de los derechos humanos.
Nos relata un viejo texto de filosofía, que por allá en la antigua Grecia, unos quinientos años antes de Cristo, el filósofo Heráclito de Efeso ya sentenciaba que “todo cambia, todo fluye”, que en el mundo todo se transforma at infinitum y que esa movilidad constante se debe a la “estructura de contradicciones que origina todas las cosas”. El genial pensador inmortalizó su tesis con una célebre frase: “Nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río…”.
En este mundo, todo cambia y lo viejo desaparece, aunque sea enorme, como lo fueron los dinosaurios. La ciencia es lo que nos hace cambiar, y aferrarnos a lo antiguo es una pérdida de tiempo y un gran atraso. Todo es tiempo, y el tiempo afecta a todas las cosas; nada se queda quieto, cambia, todo cambia; tal como lo cantaba Mercedes Sosa: “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”. La negación del cambio es la más inútil de las añoranzas. No es grave cambiar. Lo grave es negar que se pueda cambiar.
Todo cambia, todo fluye… Cambia la sumisión de la ciudadanía al ver tanta injusticia, tanta torpeza y tanta corrupción. Fluyen las innumerables acciones de protesta por la inseguridad, la oscuridad y las penurias ante la realidad de un sistema de salud que no sana.
El régimen hace intentos desesperados por impedir el sentido reclamo que clama a viva voz esas realidades que él mismo ha creado; por su criminal irresponsabilidad y negligencia, tal como lo sentimos por ese peligroso retraso en cuanto a la vacunación masiva – que no selectiva ni carnetizada- de toda la ciudadanía, que a duras penas trata de sobrevivir de tantas y tan terribles situaciones.
Sin pretender adentrarnos en esas profundidades de la filosofía, sin embargo es necesario destacar que “Todas las cosas están fluyendo”, quiere decir que hay un cambio real, pero está articulado, ordenado por el logos. El logos, para Heráclito es un principio cosmológico, no sólo es un principio del razonar, del discurrir, sino que es un principio total de ordenamiento de la realidad. Todo cambio es algo nuevo; bueno o malo, pero es cambio generado por la misma sociedad para poder fluir.
Ahora bien, los cambios no fluyen solos. Es menester que TODOS los propiciemos comprometidamente apoyando, acompañando y alentando a los factores democráticos que realizan considerables esfuerzos en cambiar al enemigo en adversario, para poder lograr acuerdos coherentes para enfrentar este marasmo humanitario, político, económico, social, pero sobre todo, moral.