“Hay un cuerpo detrás”, dice un bombero lacónicamente. Tras las tiendas de un centro comercial devastado por los saqueos en un suburbio de Johannesburgo, entre palés superpuestos y sobre el suelo helado, un cartón cubre el cadáver ensangrentado de un hombre asesinado la víspera.
Nadie sabe qué le ocurrió. Como en otras partes de Sudáfrica, donde miles de personas han desvalijado en los últimos días negocios de manera frenética, en este lugar también hubo avalanchas mortales y disparos de balas de goma por parte de policías desbordados ante la situación.
En el aparcamiento, abandonado, se ve sólo un coche con los cristales rotos. Una multitud pulula a pie. Abuelas, jóvenes e incluso niños. Buscan entre los escombros cosas que aún se pueden aprovechar. Otros se acercan a las tiendas a vaciar los últimos estantes.
“No me llevé nada del interior, tomé todo lo que estaba en el suelo”, se justifica una mujer de 56 años que no quiere decir su nombre. “Este desorden es horrible”, prosigue la señora.
Vistiendo una chaqueta acolchada con capucha y una manta atada a la cintura, la mujer insiste en que no es una ladrona: “No vivo muy lejos, vine a ver”.
En una bolsa de plástico lleva algunos artículos de oficina y una toalla de baño dentro de su embalaje.
En el estacionamiento, entre rastros de harina y azúcar, se observan perchas desordenadas, cartones mojados y casquillos de bala naranjas marcados con la marca 70mm. También unas zapatillas rosas desgastadas y unas sandalias nuevas, que se han caído de una caja.
Todo lo que tiene ruedas sirve para transportar las mercancías. Una silla de oficina se desliza, cargada con un paraguas y bebidas energéticas. Un poco más adelante, una mujer con una bata de felpa rosa y un sombrero a juego empuja un cubo con comida a rebosar.
– Nada se desperdicia –
Dentro de las tiendas, una alarma estridente e intermitente ya no molesta a nadie. Una tubería se ha roto y hay que pasar por encima de las estanterías del suelo para evitar los charcos. Los saqueadores entran por la vitrina, hecha añicos, iluminándose con sus teléfonos móviles.
Una adolescente tímida se lleva unas blusas con flores, mientras un hombre se dirige a la puerta con una bolsa echada al hombro. ¿Son zapatos? “¡Sí, mis hijos los usarán¡”, responde.
“No estoy robando, tengo hambre”, relata una madre. “No estamos rompiendo nada, lo tomamos”, prosigue.
Dos chicos bromean en el exterior cargando abundantes cazadoras en sus manos y cada uno se pone una. “¿Me puedes dar una?”, le pregunta una joven. Se la dan sin objeciones.
Cuando se les pregunta sobre lo que en teoría provocó los disturbios de los últimos días, es decir el encarcelamiento del expresidente Jacob Zuma, se echan a reír. “¡Liberen a Zuma! ¡Zuma fuera!”, gritan, en tono jocoso Shine y Cwebezela. “¡Ya ve que nos estamos manifestando!”, se burlan.
Otro hombre corpulento encontró una caja registradora de una tienda. La sacude y oye el tintineo de las monedas en su interior. La levanta por encima de su cabeza para aplastarla contra una barrera de metal, pero no consigue que se abra.
Mientras, en el aparcamiento, unas personas rodean el coche de las ventanas rotas. Con certeza, los vecinos sabrán qué hacer con las piezas del vehículo. Porque aquí nada se desperdicia.
AFP