Pero cuando se habla de importación y exportación de la violencia se tiene que mencionar el punto de origen de estos males y que ha servido de ejemplo para las atrocidades que cometen todos los días los rojitos. Cuba se ha convertido en el epicentro de todas estas prácticas que buscan someter a los pueblos. Lo que han hecho los Castro en la isla ha servido de laboratorio para estructurar y esquematizar la aplicación de muchas estrategias totalitarias que dejan al pueblo sin voz.
Por algo el perseguido político David Smolansky saca una cuenta que debe llamar la atención: entre Venezuela, Cuba y Nicaragua se supera la cifra de 1.000 presos políticos en unas semanas. Y no solo son líderes opositores reconocidos, como Freddy Guevara o José Daniel Ferrer, sino cientos de ciudadanos que sin miedo han salido a las calles cubanas o nicaragüenses a protestar. Ya los venezolanos no tienen fuerzas para manifestarse.
Si alguno duda de las similitudes de las prácticas importadas desde Cuba, no pierdan de vista que Ferrer tiene desde el 11 de julio desaparecido, su familia no sabe dónde lo tienen ni en qué condiciones. Eso pasó al principio con Guevara y con muchos de los secuestrados por el régimen chavista. No se puede dejar de mencionar la cantidad de gente que ha tratado de cruzar las fronteras de Nicaragua o se ha montado en una balsa maltrecha desde la costa cubana para llegar a Estados Unidos, o los millones de venezolanos que caminan hacia países como Colombia, Ecuador o Perú. Es la misma receta. “Que se vayan, no los queremos”, dicen.
Latinoamérica tiene un tumor bien enquistado desde hace más de seis décadas y, lo que es peor, pareciera que con el tiempo se va haciendo más fuerte y diseminando a otros países. Porque al fin y al cabo ese ha sido siempre el objetivo de la Revolución cubana. Pero mientras los pueblos sufran con los regímenes totalitarios nadie podrá descansar.
Es por esto que sería aconsejable que los gobiernos democráticos del área unan esfuerzos no solo para salvar a los ciudadanos que han perdido su libertad a manos de estos totalitarismos, sino a toda la región. Los países de América no podrán prosperar como tienen derecho a hacerlo si, además, deben enfrentar la violencia que les llevan de afuera estos regímenes.
Este artículo se publicó originalmente en El Nacional el 28 de julio de 2021