Manuel Barreto Hernaiz: Nihilismo en la Tierra de Gracia

Manuel Barreto Hernaiz: Nihilismo en la Tierra de Gracia

“El nihilismo chavista-madurista empuja de forma casi inexorable las cosas en dirección parecida a la expuesta en la famosa película La caída (El hundimiento), que muestra el derrumbamiento del nazismo aplastado por los escombros de un Berlín en llamas…”
Esteban Dìaz

Ha sido tal lo disparatado de cuanto hemos vivido que se tiende a pensar que en la lucha por retener el poder, todo resulta lícito; tal como pensaban los antiguos con aquella idea del “dolus bonus”, a saber, que resultaba lícito engañar al adversario.

Será tal vez por el carácter castrense del régimen, que pone en práctica esa táctica militar como uno de sus naturales recursos. No se puede negar, algo deben haber leído de aquello de Clausewitz de que la guerra y la política son lo mismo, aunque cambien los medios de combate, o lo de otro alemán -Carl Schmitt-, quien afirmaba que la esencia de lo político está en la discriminación del enemigo.





Nihilismo (del latín nihil, “nada”) no es relativismo, es mucho peor: es negar la existencia del mal, que ha sido la idea más nefasta del siglo XX, la de los fascismos rojos o negros. Si no existe el mal, todo está permitido. El nihilismo político podría definirse como darse cuenta de que “las condiciones en la organización social son tan pésimas que hacen deseable su destrucción por su propio bien, independiente de cualquier posibilidad o programa constructivo”.

Albert Camus -una de las grandes figuras literarias de la Humanidad- etiquetó el nihilismo como el problema más alarmante del siglo XX. En su ensayo “El Rebelde” traza un dibujo aterrador de cómo el colapso metafísico a menudo termina en la total negación y en la victoria del nihilismo, caracterizada por un profundo odio, destrucción patológica, e incalculable muerte.

Anotaba Camus: “El hombre en el mundo no puede ser servidor de la muerte. Si el rebelde ejerce su libertad, no la lleva hasta su extremo voraz. El rebelde no humilla a nadie, reclama para todos la libertad que reivindica para sí mismo, y prohíbe a todos la que él rechaza”.

El filósofo francés creía poder situarse más allá del nihilismo, en virtud de la fuerza vital que imprime la rebelión contra la opresión y la injusticia, apostando por la actitud generosa de los que no hallando descanso “se condenan a vivir para quienes, como ellos, no pueden vivir, para los humillados”.

En una entrevista de Prodavinci al profesor Wolfang Gil, Director de la Escuela de Filosofìa de la UCV, describió las conductas nihilistas, las conductas del mal, que estamos viendo en el chavismo como la negación de la dignidad, pues no hay respeto a las personas, no hay respeto a las leyes, no hay respeto a la moral. El poder es más importante que el servir. Todas esas son la caracterología básica del nihilismo aplicado a la política, que aplicado hasta el fondo te lleva al genocidio. Lo más característico es la radicalidad del nihilismo. En otros países se da, más o menos, matizado, pero aquí se ha dado de manera radical. Si todo está permitido (no hay Dios), lo mandante entonces no es la razón sino las pasiones, particularmente las pasiones políticas y de ellas la más relevante es la ira, que de manera concentrada se convierte en odio.

Resulta imprescindible rescatar el valor de la honestidad y la sindéresis en la vida pública, en lo que debería ser la vida democrática de nuestro país. Son más de veinte años sin referentes políticos de alto nivel. Habitamos en un país que no mira en su conjunto al futuro sino que vive sepultado en las miserias del pasado, un país donde no hay justicia para todos sino para quienes detentan los mismos ideales del régimen. En esta especie de nihilismo que nos regenta, o sea, de individuos que no creen en nada o que no saben de qué hablan, el régimen puede “proponer” cualquier barbaridad con la segunda intención no tanto de hacerse el bueno, “el justo”, como de estigmatizar a la parte de la sociedad más desarrollada y preparada. Nos encontramos normalizados en una anormalidad que se torna norma, hábito y destino. Pareciera que levantarse cada mañana con nuevas leyes, regulaciones, tomadas a trocha y mocha y sin un proyecto coherente sencillamente porque “electoralmente conviene” o bien porque el principio del “Socialismo Siglo XXI” así lo estipula, es algo normal, aceptable y lógico; como así pareciera igualmente que acontece con medidas que tienen que ver con la justicia, la seguridad y la integridad personal y familiar de los ciudadanos.

Esta sensación subjetiva de indiferencia o aquiescencia, o de ambas, se convierte en apatía. Y estas posiciones resultan dramáticas para el porvenir del país. Apartarse de cualquier asunto que se refiera a la defensa de la ciudadanía, de los principios que deben regir nuestra sociedad, implica dejar en manos de un régimen autoritario, nihilista y usurpador, el porvenir de todos.

Manuel Barreto Hernaiz