Como en una nueva versión de “Alicia en el país de las maravillas”, envuelta en un sobretodo hecho con abrigos reutilizados y con los bosques vecinos a Estocolmo de fondo, Greta Thunberg, la activista medioambiental sueca de 18 años, posa para el primer número de la edición escandinava de la revista Vogue.
Por Infobae
La quietud y el silencio de las imágenes chocan con la violencia y la tragedia que busca representar en sus palabras. “La industria de la moda contribuye enormemente a la emergencia climática y ecológica, por no mencionar su impacto en innumerables trabajadores y comunidades que son explotados alrededor del mundo para que algunos disfruten del fast fashion”, publicó en sus cuentas de Twitter e Instagram junto con la noticia de la publicación.
El fast fashion es un modelo de negocios basado en producir ropa a la moda, fuertemente influenciada por las tendencias, que es diseñada y confeccionada con velocidad y a bajo costo. Si bien estas características le brindan cierto poder democratizante al permitir a los consumidores encontrar prendas novedosas a precios accesibles, desde una perspectiva ecologista (y, por qué no, filosófica), el exceso de consumo y la transformación de la indumentaria en un desechable, como el papel higiénico y los envases descartables, muestran la otra cara de la moneda. Según el Foro Económico Mundial, el equivalente a un camión de basura de ropa es quemado o desechado en basureros cada segundo.
Entonces, hablar de sustentabilidad en la moda pareciera ser un oxímoron. ¿Cómo es posible que una industria que fomenta el consumo desmedido pueda actuar de manera responsable? De acuerdo con Greta, “no se puede producir moda en masa o consumir de manera ´sustentable’ con el mundo de hoy”. De hecho, muchas de las propuestas de las grandes casas de moda caen dentro del greenwashing o ecoblanqueo, una estrategia de marketing para presentar marcas y bienes bajo un velo verde sin un cambio real en el producto y/o sus efectos. “Muchos hacen que parezca que la industria de la moda está empezando a asumir responsabilidades, gastando cantidades fantásticas en campañas en las que se presenta a sí misma como ‘sostenible’, ‘ética’, ‘ecológica’, ‘climáticamente neutral’ y ‘justa’. Pero seamos claros: esto casi nunca es otra cosa que greenwashing”, sostiene Thunberg.
El consumo indiscriminado
En un libro publicado en 1999, el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman definió el período actual bajo el nombre de “modernidad líquida” puesto que se trata de una era signada por la volatilidad y una marcada ausencia de los valores fijos y certezas. Dentro de esta lógica, el acto de consumir, de tomar posesión, se vuelve una forma de estar en control y de sentir seguridad en un escenario dominado por la incertidumbre. El consumo adquiere tal relevancia que, según el pensador Gilles Lipovetsky, nos encontramos en una sociedad de “híperconsumo” en la que la vida se encuentra mercantilizada hasta en sus aspectos más íntimos: el placer, el deseo, el goce, incluso el amor como sostiene el filósofo Byung-Chul Han en su libro La agonía del Eros, adquieren la categoría de bienes.
La naturaleza adictiva del sistema de recompensas del consumo, en el que este debe incrementarse con el pasar del tiempo para lograr los mismos beneficios que en un principio, complejiza aún más este comportamiento. Junto con la necesidad constante de renovarse que fomenta el uso de redes sociales, el fast fashion no es más que el clímax de una dinámica en la que el deseo se ve anulado debido a la falta de postergación del placer, el resultado natural de la conjunción de una forma de producir y una forma de adquirir. Y es a raíz de esto que la moda puede enfrentarse a una gran variedad de dilemas en el futuro como, por ejemplo, el consumo desmedido de prendas de segunda mano, mercado que, según Fashion Revolution Argentina, contará con un tamaño mayor a aquel de fast fashion actual dentro de 10 años.
El modelo escandinavo
La noticia de la publicación de Vogue Escandinavia encaja casi perfectamente con el inicio de una nueva edición de la semana de la moda de Copenhague. Con los países nórdicos a la cabeza de la sustentabilidad mundial, no es sorprendente que la impronta de ambas realidades coloque esta temática en el centro de su propuesta. Prendas realizadas a partir de géneros recuperados, shows de bajo impacto, diseños atemporales, un foco en el trabajo artesanal y en el fair trade inundan las pasarelas danesas. De hecho, formar parte del evento requiere estar en conformidad con un set de estándares de sustentabilidad que incluyen reducir el impacto ambiental de las colecciones a través de la realización de muestras digitales y el incremento de la calidad y durabilidad de los productos, fomentándose también el diseño de prendas y accesorios que se presten a la circularidad, la minimización de los desechos y la oferta de talles inclusivos.
Por otra parte, la publicación inauguró su cuenta de Instagram con un post sobre su postura frente a la sustentabilidad. En ella se aclara que a raíz de su “profundo amor por la naturaleza y el medioambiente”, solo venderán la revista física bimensual a través de internet y en una cantidad limitada. De hecho, contar con Greta Thunberg, símbolo internacional de la lucha ambientalista, en la portada de su primer número es una declaración de principios en sí misma. Como si la fantasía de “Once Upon a Time” (“Había una vez”), una recreación del universo de Lewis Carroll a través del ojo de Annie Leibovitz publicada en el 2003 en Vogue USA, se encontrara con la impronta política de “Water & Oil” (“Agua y aceite”), una producción de Vogue Italia sobre los derrames de petróleo fotografiada en 2010 por Steven Meisel, la crudeza de la naturaleza nórdica sirve como trasfondo para el mensaje de la activista.