México ha abierto una rendija tras cuatro intentos fallidos para llegar a un acuerdo que permita la convivencia política y el respeto a la Constitución, que en última instancia es lo que se busca. Una negociación implica el reconocimiento de las partes en conflicto y siempre la solución es intermedia, donde cada sector cede para facilitar el acuerdo. Después de un largo y complicado proceso de acercamiento, facilitado por el gobierno de Noruega se ha llegado a un entendimiento inicial para una hoja de negociación mediante la cual se reconoce el control territorial que tiene Maduro y se abre un dialogo sobre las sanciones a cambio de una ruta electoral que implique elecciones transparentes, verificables y justas, el respeto a los derechos humanos y la atención inmediata a la emergencia humanitaria, que aqueja al pueblo venezolano. El caso de los presos políticos es un tema que no puede obviarse, lo mismo que el de las inhabilitaciones.
Nadie garantiza que la negociación de México será exitosa pero lo peor que podemos hacer es condenarla y obstaculizarla desde el inicio. Será un proceso largo y hay que prepararse para sus altibajos, pero en esta coyuntura parece ser la única vía para que las fuerzas democráticas se oxigenen y vuelvan a la acción política con una opción clara de poder. Lo otro es seguir soñando despierto, vivir de una ilusión y continuar siendo una fuerza testimonial de valentía y sacrificio pero sin ninguna opción real de ser gobierno, para a partir de allí iniciar el tortuoso camino de reconstruir la fibra fracturada de la nación venezolana y con ello devolverle la esperanza un pueblo hoy arruinado por un régimen que desperdició y dilapidó los ingresos más grandes que haya tenido Venezuela en toda su historia.