Vajillas, electrodomésticos, televisores de hace décadas, antiguas máquinas de coser o alfombras se acumulan en los mercadillos callejeros de Kabul. Son las pertenencias de afganos desesperados por huir del país o, simplemente, por poder comer.
Desde la llegada al poder de los talibanes a mediados de agosto, las oportunidades de trabajo escasean y el dinero en efectivo también, por la prohibición de retirar más de 200 euros a la semana de las cuentas bancarias.
“No tenemos nada que comer, somos pobres y nos vemos obligados a vender estas cosas”, dice Mohamad Ehsan, que vive en uno de los asentamientos de Kabul y fue al bazar con dos mantas para vender.
El hombre trabajaba como peón de construcción, pero ahora los proyectos inmobiliarios quedaron cancelados o suspendidos. “Había gente rica en Kabul, pero todos se han ido”, dijo a la AFP.
Él es uno de los muchos afganos que acuden a los mercados callejeros para vender sus posesiones prescindibles, cargándolas a sus espaldas o arrastrándolas en desvencijadas carretas.
Ha vivido “cambio tras cambio” en Afganistán y se muestra escéptico por las promesas talibanas de paz y prosperidad mientras el precio de los alimentos básicos está disparado, como ya ocurrió durante el primer régimen de los islamistas entre 1996 y 2001.
“No te puedes creer nada de eso”, dice Ehsan.
El empobrecido país se enfrenta también a una sequía, a la escasez de comida y a una enorme presión sobre su sistema sanitario provocada por el rebrote del covid-19 antes de la toma de control de los talibanes que llevó a los países occidentales a restringir sus programas de ayuda.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo advirtió la semana pasada que el porcentaje de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza podía subir del 72 al 97% a mediados del próximo año si no existe una reacción rápida.
– “Desamparados y pobres” –
En el mercado, los comerciantes reparan productos electrónicos como altavoces, ventiladores o lavadoras antes de ponerlos a la venta.
Unos adolescentes exprimen el jugo de zanahorias o granadas en sus puestos de venta, mientras otros deambulan con plátanos, patatas o huevos en carretillas.
Los tenderos que compran y venden productos de segunda mano afirman no haber estado nunca tan ocupados.
Desde el contenedor de mercancías que le sirve de tienda, Mostafa asegura a la AFP que compró mucha de su mercancía a personas que viajaban hacia la frontera para tratar de abandonar el país.
“Antes, solíamos comprar cosas de una o dos casas por semana. Ahora, si tienes una tienda grande, puedes almacenar los enseres de 30 casas a la vez. La gente es pobre y está desamparada”, asegura.
“Venden pertenencias que valen 6.000 dólares por unos 2.000”, explica Mostafa, que asegura no tener planes de marchar.
Según explica, antes sus compradores solían ser afganos que, cuando comenzó la ofensiva talibana en las zonas rurales, huyeron de sus provincias hacia la protección que ofrecía entonces la ciudad.
Otro comerciante, que no quiere dar su nombre por su seguridad, afirma a la AFP que instaló su puesto en las semanas recientes.
“Fui formador en el ejército durante 13 años”, afirma el hombre, que asegura vivir con miedo a represalias de las nuevas autoridades.
“Desgraciadamente, nuestra sociedad se ha puesto patas arriba, con lo que nos hemos visto forzados a hacer otras cosas”, continúa.
“Yo me he convertido en tendero, no tenía otra opción”, dijo.
AFP